Un coro de opinadores rodea desde las primeras náuseas a la embarazada. Hablan la voz de la experiencia, la autoridad médica y hasta quienes juran y perjuran jamás meterse, ni juzgar, dejan filtrar sus puntos de vista con miradas que ruegan “¡ponele unas medias!”. La maternidad es una experiencia corriente. Tal vez sea su ordinariez lo que la vuelve democrática y tirana al mismo tiempo. No es solo cuestión de mansplaining, todo el mundo busca la paja en el cochecito ajeno.

Así lo cuenta Ingrid Beck, directora de la revista Barcelona y coautora, junto a Paula Rodríguez, de la a esta altura clásica Guía inútil para madres primerizas (Sudamericana): “Una de las razones por las cuales decidimos escribir ese libro tuvo que ver con pelearnos con los discursos hegemónicos sobre la maternidad que eran los que nos decía cómo teníamos que hacer las cosas”. Se refiere a una catarata de información que va desde el Duérmete niño, biblia conductista con métodos para enseñar a las criaturas a dormir de corrido, hasta los libros de Laura Gutman, una de las gurús de la crianza con apego en Argentina. “Lo que nos encontramos fueron discursos que en algunos casos hasta eran contradictorios entre sí. En lo que todos coincidían era en que ponían todas las responsabilidades sobre nosotras. Con nuestra Guía queríamos no sólo disputar sentidos, sino ofrecer el corolario de que cada una haga lo que quiera y ¡lo que pueda!”, dice Beck.

Una escena escroleando en Instagram: la China Suárez postea una foto en la que se la ve durmiendo junto a su hija Magnolia. La frente y la boca de la beba son como dos sopapas pequeñitas contra su espalda. La actriz descansa con el pelo atado. Se lo planchó y ató para la foto, solo falta que el moño combine con el estampado del acolchado. Dice que hace más de un año que duerme “con velcro”. ¿Es una queja?, ¿se jacta de un récord? También habla del disfrute del colecho y de la entrega para con el retoño. Sigue la línea de Angelina Jolie, que declaró en 2007 que su familia dormía toda junta, en una cama especialmente diseñada para multitudes. La biografía feminista tambalea en el anaquel, ¿será tan egoísta querer que la criatura vuelva a su cuna? Mientras, las madres celebrities se suben a la ola de la consejería no solicitada, lo personal se vuelve lucrativo a golpes de canje. Pero eso no las salva de nada. El coro de opinares también entona para ellas, como en la entrevista en la que Jorge Lanata le explicó a Suarez cuándo destetar a la menor de la casa.

Otra campana en Instagram: lo dijo Florencia Kirchner en respuesta a las críticas que recibió cuando contó por qué no había querido darle el pecho a su hija Helena. "No había dado la teta porque no quería, me generaba pánico. (…) Expresé --aunque no recuerdo si con estas palabras-- que la alimentación del/a recién nacido no puede estar estrictamente ligada al cuerpo de una mujer porque eso lo vuelve tiránico. La alimentación del/a recién nacido debe ser una política pública, en la que personas gestantes puedan elegir. (…) Me llovieron críticas tildándome de mala madre, snob y niña rica. Porque claro, yo pude pagar la leche. Pero estas críticas hacían caso omiso a lo ya mencionado: esto debería ser una política pública, todos deberían acceder a la leche. ¿Por qué mi cuerpo solo es mío para elegir cuando hablamos de aborto? ¿Qué pasa con el cuerpo y la mente de la mujer que elige ser madre? Entre tantas luchas feministas, una quedó olvidada: la maternidad y ese después del sí quiero".

¿La secta del colecho?

Las redes --pero también los libros de divulgación, cierta porción de la industria del juguete, la bajada pedagógica de algunas guarderías, voces más y menos científicas-- son hervideros de información e imágenes de quienes reivindican partos humanizados y crianzas “naturales”. Es una concepción del ejercicio del cuidado de lxs niñxs que se podría sintetizar en lo que se llama crianza con apego y que parece dominar el discurso sobre el tema desde hace unos quince años, en muchos países, incluida la Argentina, por lo menos en el universo de consumos de las clases medias y altas. El apego se asocia con prácticas como la lactancia a demanda, el porteo (que consiste en cargar al bebé en un fular en vez de usar el cochecito), el colecho. Desde la denuncia de los daños de una alimentación basada en productos ultraprocesados, hasta el revival de los pañales de tela. Y en espacial una idea de que durante sus primeros años de vida los niños y las niñas necesitan el cuidado permanente de, preferentemente, su madre (biológica).

No es casual que muchos grupos de crianza con apego adosen nombres de animales: Mamás Lobas, Mamás Pulpo, Mamá Canguro. Así lo explica Marina Sánchez de Bustamante, investigadora y docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) especializada en maternidades contemporáneas: “Las ideas-fuerza de la crianza con apego sostienen que la función materna encuentra sus raíces en la naturaleza mamífera, que provee habilidades reflejas para cuidar de los hijos. El ejercicio de la maternidad se erigiría desde la configuración biológica del ser humano como mamífero, cuyas dotes marcan a las mujeres para que se hagan cargo del cuidado infantil en función de rasgos considerados innatos, como la capacidad de amamantar”. 

El que no llora no mama

La idea de apego está vinculada a una teoría de la medicina que se difundió en los 50 de la mano del psiquiatra británico John Bowlby. Allí se afirma que lxs niñxs requieren para su bienestar una relación cálida, íntima, continua con su madre o con alguien que la sustituya de manera permanente. “El desarrollo emocional en términos sanos, según esta teoría, va a depender en gran parte de ese lazo”, relata Sánchez de Bustamante.

En Argentina, la difusión masiva de pautas de cuidado emerge entre 1890 y 1940 en función de múltiples razones relacionadas con el contexto social y político, sobre todo con la consolidación de Estado Nación y las preocupaciones por la demografía. Sigue Sánchez de Bustamante: “Va a haber un interés fundamental en la educación de las mujeres en tanto madres. Así nacen las revistas femeninas y maternales de bajo costo y alta circulación. A fines de los 80 aparece de la mano del pediatra norteamericano William Sears, la crianza con apego entendida como un modo en el que naturalmente los grupos sociales criaban a sus hijos en la antigüedad. Se opone a la regulación temprana de la conducta infantil. Y establece pautas: contacto inmediato entre la madre y el hijo luego del nacimiento y los primeros meses, la importancia de cargar al bebé en brazos, el sueño compartido, la respuesta inmediata al llanto”.

Este modo de concebir la maternidad, a veces devota, otras veces naturista y otras, simplemente reactiva a las formas autoritarias que la precedieron, se plasma hoy en bienes y servicios: wawitas, cunas para colecho, grupos para que las madres intercambien conocimientos de este tipo. Dice Sánchez de Bustamante que hoy hay cada vez más profesionales de la salud que se inscriben dentro de estos marcos relacionados con la crianza con apego y el parto respetado. “Pero estos espacios están habitados y dirigidos siempre a las mujeres de los sectores privilegiados, por las formas en las que en general se vive la maternidad, como una experiencia solitaria e individual. A diferencia de los modos de maternar en los sectores populares, donde hay más redes de cuidado, estos espacios y estas ideas fueron permitiendo la configuración de una identidad colectiva y lazos de amistad, militancia, sororidad. La crianza con apego no sé si aparece dentro de las demandas por derechos reproductivos, pero sí se cuela en parte del activismo feminista. Pivotea entre estar asociada al enfoque de derechos y por otro estar argumentada desde una perspectiva biologicista y esencialista por la idea de mujer que proponen”, dice Sánchez de Bustamante, que estudia lo que llama narrativas biográficas de la maternidad en la cultura de masas. Entre ellas, las representaciones que se hicieron en los medios acerca de la maternidad soltera por elección (como la de Juana Repetto), la maternidad primeriza después de los 40 (como la de María Fernanda Callejón) y la maternidad trans (como la de Flor de la V).

“Hay que darles una alimentación sana, tiene que ser de colores variados”. Desde el helado hasta el queso para untar la tostada, “todo debe estar preparado por nosotros”, ironiza Ingrid Beck. “Son consejos que solo pueden ser seguidos por quienes no trabajan. No hay tiempo físico ni mental para dedicarse a todo eso. Ahí se profundiza la desigualdad: quienes pueden alimentar saludablemente a sus hijes según esos parámetros son quienes tienen la plata y el tiempo. Quienes no, bueno, les darán empaquetados’. Todo lo que tiene que ver con la culpabilización sobre las mujeres madres profundiza desigualdades sociales. La teta a demanda es una utopía para muchas que no pueden hacerlo porque tienen que salir a trabajar”.

Más repeto que soy tu médico

En muchas de las mujeres que llevan adelante una crianza con apego aparece una crítica al ejercicio de la medicina, ante una cantidad considerable de profesionales de la salud que ejercen su trabajo sin escuchar, sin contemplar emociones, necesidades y deseos, sino que aplican automáticamente un protocolo. Para Ingrid Beck, la que se libra contra el saber monolítico y el tono paternalista de algunos pediatras es “una disputa interesante”: “Yo cambié de pediatra tres veces. Con los dos primeros el saber médico se transformaba en un saber sobre crianza, que era obviamente superior al mío. Uno de ellos me tomaba examen a ver si mi primer hijo lograba sentarse a los tres meses. A mí no me parecía que eso fuera importante, ni una cuestión de salud. También me perseguía para que le diera ‘juguito de naranja’ antes de los seis meses, algo con lo que yo tampoco estaba de acuerdo. Todas cuestiones que no tienen que ver con la salud sino con una actitud patriarcal del médico que piensa que la madre no sabe nada o que está por debajo de él”. 

Maternidad neoliberal

La pregunta de si la crianza con apego significa un retroceso en términos feministas es para Esther Vivas --ensayista española autora de Mamá desobediente (Ed. Godot)-- una trampa, “ya que el foco no debería ponerse en si unas crían dando la mamadera y otras dando el pecho. O si unas crían haciendo colecho y otras poniendo en bebé en su cunita. El énfasis lo deberíamos poner en el modelo de maternidad patriarcal y neoliberal que nos imponen. Deberíamos cuestionar un modelo que nos carga con un ideal de madre sacrificada, y a la vez un modelo de maternidad que supedita la crianza a lo productivo y el mercado de trabajo”.

Vivas señala una tendencia a deshacerse del cuerpo como espejismo de liberación: dice que hay sectores del feminismo que se sienten incómodos cuando se hace referencia al carácter biológico de la maternidad. Muy comprensible: es que es precisamente la biología lo que se ha utilizado para imponer la maternidad como destino. Dice Vivas: “La maternidad tiene un componente de biología y también de cultura: es ambas cosas. Es importante que desde el feminismo nos reconciliemos también con el carácter biológico de la maternidad”. Y este carácter no se trata necesariamente de idealizar por ejemplo la capacidad de parir, “pero sí ser conscientes de que tenemos esta capacidad, de parir, de dar de mamar, y que tenemos derecho a hacerlo si así lo deseamos. Negar el carácter biológico de la maternidad nos lleva a delegar en terceros, en expertos, las experiencias del parto, la lactancia y demás. Y esto allana el terreno para la vulneración de derechos, el abuso y la violencia”.