desde Santa Elena

“¡Esto va a ser un hito, un antes y un después en la defensa de la propiedad privada y de la Constitución! ¡No le tenemos miedo al Estado, no le tenemos miedo a Juan Grabois, no le tenemos miedo a Cristina!”, desafió Luis Miguel Etchevehere sobre el escenario montado en el acoplado de un camión y cubierto del diluvio por un silo bolsa. Debajo, hundiéndose en el barro, unas 700 personas aplaudían y se mojaban bajo una tormenta que les regalaba su mística. El ex ministro de Agricultura tenía los ojos encendidos. Decidido a convertir su pulseada personal con la hermana rebelde en un hecho político nacional, terminó su discurso interactuando con el público: “¿Quién le paga a los 100 vagos que están adentro de nuestra propiedad?” “¡Cristina!”, dijo el coro. Y el juego se repitió tres veces.

No había peor lugar donde montar el escenario, el lodo era una sopa marrón y espesa que amenazaba los tobillos. Pero el camión que lo sostenía es el que bloquea la entrada a Casa Nueva, la estancia de la discordia, y desde allí se avivó la escalada del conflicto sucesorio entre Dolores Etchevehere y el resto de su familia --sus tres hermanos y su madre--. La carta que envió la Mesa de Enlace Nacional, leída por el director de la Sociedad Rural Argentina, Daniel Pelegrina, fue un fuelle soplando sobre el mismo fuego: advirtió al gobierno nacional sobre la “crisis institucional que significa no liberar la propiedad hasta que se expida la Justicia sobre la cuestión de fondo que es familiar y debería ser un asunto privado”. También hablaba de “anomia” y “posturas difusas sobre la defensa de la propiedad privada”.

“Hoy vinimos por el día pero el miércoles ya nos instalamos con todo, tenemos experiencia y no nos molesta quedarnos hasta que saquen a todos. Estuvimos en Gualeguay acampando meses”, dijo una mujer que prefirió no decir su nombre parada junto a su Hilux adornada con banderas nacionales y de Entre Ríos. La homogeneidad de la concurrencia llamaba la atención. Las tres centenas de camionetas estacionadas junto al kilómetro 11 de la ruta 6 que termina en Santa Elena eran idénticas salvo por el color. Los paraguas auspiciados por diferentes marcas también se lucían. Y el entusiasmo calcado en el grito de “zurdo de mierda” cada vez que se mencionaba a Juan Grabois, cuyo nombre estaba impreso en la única pancarta que lucía el escenario: “Juan Grabois, fuera de Entre Ríos”.

“No estamos acá por los Etchevehere, estamos por la propiedad privada, por la defensa de una empresa”, decía uno de los tantos hombres de boina de fieltro que se humedecieron bajo un cielo casi negro, a veces iluminado por algún rayo. Pero a la lluvia no se la desprecia, al contrario, es “esta bendita lluvia que tanto necesitamos”, como señaló Leonor Barbero Marcial, la madre de los Etchevehere, “la mujer mayor atropellada por el kirchnerismo” según la descripción de Elisa Carrió que la abrazó por Twitter. Ella fue el plato del postre de este acto pasado por agua con un 80 por ciento de asistencia masculina y un 20 de mujeres aguerridas que intentaron más de una vez echar a las cronistas de PáginaI12 aunque siempre había otra que pedía cordura.

“Esta es la tierra de los lanceros que expulsaron al tirano de Rosas y nos salvaron de la dictadura, es la tierra de los criollos que jinetean todos los días, la de los alemanes del Volga…”, dijo la madre, única mujer en el escenario mientras desde abajo le gritaban como un piropo “señora”. Hubo una breve pausa antes de que terminara la descripción de la genealogía entrerriana: “y de los gauchos judíos”, se escuchó al final. De pueblos originarios no hubo mención. Solo reivindicación colonialista y de las migraciones blancas. El racismo es explícito, aunque nadie lo reconozca. “Los negros del conurbano” a los que se quiere echar son así nombrados, extranjeros y amenazantes. Aunque la palabra “foráneos” se usó para señalar a Victoria Donda --interventora del INADI-- y Gabriela “Carpinela” --por Carpineti, directora nacional de Acceso a la Justicia-- que estuvieron en Casa Nueva para horror de los "despojados".

En el casco de la estancia, muy lejos de la tranquera, el domingo fue un día más tranquilo después de que se lograra ingresar alimentos a última hora del sábado. El control de la entrada principal de la estancia sigue en manos de los Etchevehere varones. “La llave la puso y la tiene Las Margaritas S.A. porque no podemos arriesgarnos a que alguien tenga un accidente y nos demande, no tenemos ART para las personas que están adentro. Esto es una empresa y nos manejamos con seguros, tenemos que controlar”, le dijo Luis Miguel Etchevehere a este diario. “Y además --agregó--, acá a la noche somos nosotros cuatro (los hermanos y la madre) y no quiero que nos pase nada.” El ex ministro no toma en cuenta que quien necesitó una orden de restricción de acercamiento es su hermana, quien recibió amenazas directas de enviados de su familia que fueron filmados y viralizados haciendo gala de complicidad con la policía ofreciendo un “salvoconducto para que no les pase nada cuando salgan”.

Como un animador de televisión, Sebastián Etchevehere, a cargo de la cronología de los hechos en el inicio del acto, agradeció a las localidades presentes: Concordia, Gualeguay, Gualeguaychú, Hernandarias, Paraná, Santa Fe. De Santa Elena, al menos de la gente que se ve en el único bar del pueblo, quienes se reúnen en el balneario, atienden los kioscos o circulan en motos, de esa gente no se vio a nadie en la puerta de Casa Nueva. Y en los relatos que se escuchan en ese pequeño enclave a orillas del Paraná se repite la expropiación a la escuela Agrotécnica y el cierre sin piedad y con indemnizaciones mal pagas del Frigorífico, que sigue clausurado y sus tierras inactivas.

“En este tiempo de pandemia los movimientos sociales tuvimos que atender no sólo las ollas populares y los merenderos. Tuvimos que atender todo: situaciones de calle, violencia de género, adicciones, crisis habitacional. Este es un proyecto que nos abre esperanza, no el único, pero necesitamos proyectos de futuro. Si no discutimos quiénes son los dueños de la tierra, quiénes acceden, qué alimentos consumimos, no se puede seguir”, dice Evelina Kostler, oriunda de Sauce de Luna, a quién apuntaban también desde la tranquera de Casa Nueva quienes asistieron al “banderazo federal”. “Acá hay un productor que tiene 20 hectáreas en Sauce de Luna y tiene miedo de que se las usurpen, por eso está acá”. Evelina, en la otra punta del camino insiste en el problema principal: “El hambre, hay mucho hambre”.

Como cierre del banderazo, la madre de los Etchevehere prometió: “Si alguien les toca una pestaña, les entra a un negocio, les toca un animalito; sepan que vamos a estar ahí como están ustedes para nosotros” y las vivas la arengaron. Sin embargo, acá no hay una usurpación. Lo dijo una resolución judicial que pone una legalidad del lado de quienes sueñan con un proyecto agroecológico en las tierras que les corresponden a Dolores Etchevehere y de las cuales ella decidió donar el 40 por ciento. Pero son los rumores los que siguen echando combustible a los ánimos. “Entraron con palos, picos y palas, violentamente”, dijo al micrófono Sebastián Etchevehere como si estuviera describiendo la turba medieval de las películas de monstruos. Esa es la imagen que se construye sobre quienes ahora resisten dentro de la estancia, “ocupando nuestros baños, nuestros dormitorios, nuestras pertenencias”. Un horror, sobre todo cuando se trata de “negros del conurbano”. O foráneos. O vagos. Otros sin estirpe y sin derecho a la tierra.