Juan Domingo será por siempre Perón y Néstor siempre será Kirchner. Eso no lo consigue cualquiera. Lo pueden, en general, aquellos que transforman la realidad de una sociedad donde los olvidados, los desprotegidos alcanzan derechos y se generan otros que hacen más igualitaria a la Argentina. Eso hizo Perón y eso también hizo Kirchner. Pero no lo hicieron solos, lo consiguieron a partir de una construcción colectiva que permitió generar la suficiente masa crítica y fuerza política para transformar la sociedad.

Sin Perón no hubiese habido un Kirchner. Es tan así como que sin Kirchner no hubiese habido una Cristina. Cada gobierno generó las condiciones para que el otro pueda avanzar. Entre Perón y Kirchner no solo hubo tiempo de separación sino una dictadura, desaparecidos, Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde, pero lo de Kirchner fue tan significativo y transformador que diluyó esa brecha temporal para ser la continuidad de aquellos gobierno de Perón. 

Kirchner sabía lo que quería hacer en el país. Lo sabía de antes. En 1999, cuando ganó por tercera vez la gobernación de Santa Cruz, le dijo a este cronista que estaba dispuesto a avanzar políticamente más allá de los límites provinciales y construir un proyecto nacional y al que no lo verbalizó como presidencial pero que hacia allí apuntaba. El trabajo lo venía haciendo. De hecho, mucho de lo discutido y expresado en el documento que surgió del Grupo Calafate en octubre de 1998 se tradujo después en las políticas que aplicó a partir de 2003. Claro, en aquella confesión a este diario Kirchner sólo se equivocó en la fecha porque estaba convencido que De la Rúa tendría dos mandatos y, como tal, tenía tiempo para caminar el país hasta las presidenciales de 2007. 

En aquellas líneas del documento del Grupo Calafate se anticipaban líneas de acción, de políticas activas que debían desarrollarse para tener un país nuevamente industrializado. Lo que no decía era cuánto se iba a avanzar e incluso superar aquel texto que surgió luego de tres días de debate en EL lugar en el mundo de los Kirchner. Ahí estuvieron algunos que luego serían ministros y funcionarios de esos cuatro años de gobierno de transformación que, para los tiempos y las crisis que habían pasado hasta ese año, se volvió revolucionario.

Kirchner sabía lo que quería y lo dijo el 25 de mayo de 2003 cuando en el Congreso en su primer discurso presidencial que "sabemos adonde vamos y sabemos adonde no queremos ir o volver".

Contrariamente a lo que le achacó la oposición de derecha (y una que otra izquierda) la revolución de Kirchner se llevó adelante con una decidida y temprana búsqueda de una reconstrucción de la institucionalidad del país. Se hizo a través de renovación de la Corte Suprema, del fin de las leyes de impunidad, el pago al Fondo Monetario Internacional para recuperar la soberanía total para dictar el modelo económico del país, recuperar las olvidadas negociaciones paritarias, los decretos que aumentaban el sueldo, la generación de cinco millones de puestos de trabajo y el consecuente crecimiento de los afiliados de los gremios que recuperaron su espacio, el proceso de unificación de Latinoamérica que derivó en la creación de la Unasur, el descuelgue de los cuadros de los genocidas, el abrir su gobierno a las Madres y a las Abuelas, a los pobres y olvidados, el entremezclarse con las multitudes y el mantener las convicciones. 

Eso lo hizo Kirchner.

Es fácil decirlo (escribirlo). Muy distinto es hacerlo, tener la valentía de mover los hilos del gobierno para transformar y no para simplemente estar. En la última entrevista que Kirchner le dio a Página/12 dijo que entre los aciertos de su gobierno “fue animarme a abrir la puerta del despacho para entrar”. Ese atreverse es lo que le dio inicio a la transformación porque, como Kirchner dijo, "no nos estamos rindiendo al sistema". Eso fue lo que despertó el odio. El no rendirse ante el status quo y cambiar, modificar lo establecido. Como hizo aquel primer Perón que lo llevó a ser Perón y que a Néstor lo convirtió en Kirchner, el hombre que cambió el país.