Hay pocas cosas en este mundo capitalista tan ambiguas como McDonald’s, esa monstruosidad expandida en todo el mundo que representa algo así como el subproducto indeseado de la democracia hecha mercado: basura para todos. Con su comida cada vez más barata, a condición de ser cada vez peor y menos comida, y juguetitos para ganarse para siempre el corazón de lo niños, McDonald’s es sin embargo uno de los pocos lugares en el mundo en el que unx puede pasar al baño sin tener que someterse a la inspección de guardias o dueñxs enfurecidxs, leer o trabajar durante varias horas sin ser invitadx a retirarse, codearse con todas las clases sociales en la forma más extraña de populismo. Una creación como McDonald’s merecía una película a su altura y se podría decir que El fundador (2016) de John Lee Hancock (que antes se ocupó de otra figura mítica como la de Walt Disney en Saving Mr. Banks) casi lo logró. En primer lugar porque está protagonizada por Michael Keaton, un actor que supo ser desde el fantasma basurero de Beetlejuice (1982) hasta el mismísimo Batman en su versión más desquiciada, también de Tim Burton.

Acá, Keaton interpreta a Ray Kroc, y ese protagonismo juega deliberadamente con la idea de “fundador” que está en el título porque es bastante discutible que él haya sido el verdadero fundador de McDonald’s. O por lo menos la idea misma de fundación está puesta en jaque, porque la intervención de este personaje implica tanto una expansión inédita como una distorsión mercenaria de los preceptos de los creadores originales. Tal como la película lo presenta, Kroc era un viajante de comercio que aspiraba a mucho pero vendía poco y que un día se cruzó con el floreciente negocio de los hermanos McDonald’s en San Bernardino, California. Deslumbrado por la atención que demoraba segundos y por la buena disposición del público para hacer cola en lugar de esperar que les tomaran un pedido, comer sentados en cualquier lugarcito disponible y desechar su propia basura, en el año 54 Kroc se metió casi a la fuerza en el negocio de los dos hermanos e instaló con ellos una disputa que implicaba, como en toda película de negocios -desde Red social hasta El lobo de Wall Street- venderle el alma al Diablo o no.

Lo que pasa que vendérsela, y eso el cine lo sabe muy bien, es mucho más divertido. Es por eso que El fundador avanza al ritmo de la euforia, aunque vaya dejando todo atrás: el matrimonio de años de Ray Kroc con una esposa (Laura Dern) que como ella misma lo dice, hizo todo para apoyarlo y lo perdió frente a otra mujer que goza tanto como Ray del éxito en los negocios (Linda Cardellini), la buena relación inicial con los hermanos McDonald’s, y sobre todo el precepto más importante de la idea de comida rápida que ellos sostenían y que era el de mantener la misma calidad en cada estado, cada sucursal, cada hamburguesa. La inteligencia de Ray Kroc también estuvo en agregar la pátina religiosa que todo gran movimiento necesita para vender sentimientos además de comida infinitamente procesada. Sabemos lo que vino después: hamburguesas que apenas lo parecen y la conquista del mundo, el borramiento de las particularidades frente a la Cajita Feliz siempre igual desde una punta del mundo a la otra. Pero es interesante que la película no plantee un después filtrado por la moral contemporánea, que indica que McDonald’s es el mal servido entre dos panes y acompañado de una Coca; de manera más provocadora, el triunfo del modelo de Kroc por sobre los más modestos hermanos McDonald’s se vuelve algo deseable y nos pone frente a este tipo de individuo, exitoso sin tener ninguna idea propia, oportunista y ventajero pero que se redime por los millones que ganó, al que tanto hace falta mirar para entender el mundo contemporáneo.