Estilización de la madriguera, o de las prisiones laberínticas de un Giovanni Battista Piranesi, ejemplo de la modernidad, de la pujanza de la ciudad solo comparable en América latina y en la época a la de México D.F., con esta y otras obras Buenos Aires se pone a la altura de las grandes capitales europeas. Este Pasaje, de estilo art nouveau, no fue el primero, había otros que también tienen su historia. Pero quizás sí uno de los más novedosos en su índole comercial y, en un sentido muy amplio e indulgente, “cultural”. Ejemplo de la modernidad y también temprano ejemplo de la penetración de los modelos culturales extranjeros, la galería Güemes es un edificio que posee un pasaje peatonal interior que une las calles Florida y San Martín, de 116 metros de extensión, con locales comerciales en niveles. Desde su apertura, en 1915, el Pasaje concitó el interés de nuestros escritores. Fue inaugurado con un acto en el que habló el gran maestro de literatura de buena parte del siglo XX, don Ricardo Rojas, con una disertación sobre el General Martín Miguel de Güemes (figura histórica a la que siempre Rojas admiró), con asistencia de todo el mundo oficial: el Presidente de la Nación, Dr. Victorino de la Plaza, su gabinete, el Intendente Municipal, el Arzobispo de Buenos Aires, y numerosas personalidades representativas de la politica, la economía y la sociedad porteña.

Para la misma época en que Walter Benjamin concibe, entre 1928 y 1929, y luego retoma, en 1934, lo que será Paris, capitale du XIXe siècle: Le Livre des passages, un 7 de septiembre de 1928, fruto de su vagabundear porteño, Roberto Arlt, también él un flaneur, publica su Aguafuerte sobre el Pasaje Güemes. No es la primera vez que lo visita, afirma, pero ahora “hacía el mar de tiempo que no ponía los pies” en él. Arlt, como siempre lo era, es hipercrítico con este modelo de la modernidad, exteriormente impuesto, y lo pone de relieve en sus frases hirientes, sin ambages: “he entrado al pasaje ”. Lo primero que dice es que le correspondería otro nombre que el de Güemes, “guerrero ” (sic.). “Más bien le quedara un nombre que sonara a pacifismo y plata”. /…/ “estaría más a tono con el rastacuerismo de sus vitrinas”. /…/ “Yo estoy seguro de que si los propietarios recogen mis indicaciones el espíritu del General Güemes se va a regocijar. Él era demasiado hombre de bien para patrocinar semejantes belenes y babeles”. Luego, que “se repira ahí una atmósfera neoyorkina; es la Babel de Yanquilandia trasplantada a la tierra criolla e imponiendo el prestigio de sus bares automáticos, de sus zapatos amarillos, de las victrolas ortofónicas, de los letreros de siete colores y de las dirigiéndose a los teatros con números de variedades que ocupan los sótanos y las alturas”. Después de protestar por los precios de los objetos más o menos inútiles y suntuarios que se exhiben, describe a las muchachas que atienden “los quioscos”: “vestidos reglamentados, melenas de corte reglamentado, tacos de altura reglamentada. Feas y lindas. Caritas pálidas todas”. Poco hay allí de interesante; es una nadería absoluta. La descripción de Arlt es crítica y desvalorizante.

Julio Cortázar, a cuya literatura he llamado en otro lugar “de puentes y pasajes” (“quizás porque los pasajes y las galerías han sido mi patria secreta desde siempre”), aborda el mismo motivo en un relato fantástico, “El otro cielo”, contenido en el libro Todos los fuegos el fuego, publicado en 1966. Con la particularidad de que el cuento no es el primero del libro, es el último, no da título al mismo y en cambio sí a la tapa y a la contratapa como un falso espejo, ya que las letras del título, del autor y de la editorial están invertidas: la primera es una foto de la Galerie Vivienne, de París, la segunda, una foto del Pasaje Güemes. Como escribe el 22 de septiembre de 1965 en una carta a Francisco Porrúa, de quien es esta idea y a quien además dedicará el libro: “Tapa del libro: excelentísima idea la de hacer una cubierta en que entren las galerías. Charlando con (Julio) Silva, que como sabés es un lince para esas cosas (¿te dije que se quedó encantantado con Las armas secretas?) me sugirió algunas cosas que vos podrías tal vez pasarle a (Juan) Fresán para ver su punto de vista. Posibilidades: 1) Tapa y contratapa ilustradas, la una con la Galerie Vivienne (ya tengo viejas fotos) y la otra con el Pasaje Güemes, insinuando el posible paso de una galería a la otra.” Y en otra carta, esta vez a Silva, desde Saignon, del 4 de junio de 1966: “...ninguno se dio cuenta de que la contratapa era la la galería Güemes porque parece que en estos últimos años le han recauchutado el frente y claro, la memoria es corta y ya nadie se acuerda de nuestros gloriosos tiempos cuando íbamos a comprar chickle a los kioskitos del pasaje”.

Es un relato complejo, en el que reaparecen varios leit-motiv cortazarianos (sus vivencias en las dos ciudades que amaba, simultáneas, superpuestas --motor interno permanente de Rayuela--, su vagabundeo por las noches parisienses, el Surrealismo, la intertextualidad). Es menos descriptivo, en cuanto al Güemes respecta, y menos crítico; obviamente, ha leído el Aguafuerte de Arlt y hay vecindades en su propio texto. “Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas”. Un joven corredor de Bolsa entra, en años próximo al 45’, en la galería Güemes y desemboca, hacia 1870, en la Galerie Vivienne. Aquí, tiene una novia con la está por casarse, Irma, vive con una mamá que lo protege, tiene prometida una vida burguesa, convive con las manifestaciones que festejan la recuperación de capitales europeas ocupadas por el nazismo y a las que la policía del régimen surgido del golpe del 43’ reprime, enfrenta las vísperas de las elecciones que llevarán a Juan Domingo Perón al poder. Allí, mantiene una relación amorosa con una prostituta que vive en una boardilla del Pasaje, frecuentan un café al que suele ir un “sudamericano” muy jovencito (que será, sin duda, aunque no lo nombre pero lo describe y lo cita, el hoy reconocido precursor del Surrealismo, llamado Conde de Lautréamont), vive los comienzos de la guerra franco-prusiana y los prolegómenos de la Comuna de París.

Un broche de oro de estas relaciones entre el Pasaje Güemes y la literatura lo constituye la verificación de que en esas galerías, más precisamente en el sexto piso, departamento 605, ubicado en una de sus torres, vivió Antoine de St. Exupéry entre 1929 y 1931, en una de las tantas ocasiones en que se quedaba aquí por algún tiempo para ocuparse de los asuntos de l'Aéropostale. Y que en ese departamento, verosímilmente, escribió Vuelo nocturno, su novela publicada en 1930.

Mario Goloboff es escritor y docente universitario.