Junto a Carlos Monzón, rey indiscutido de los medianos, y Victor Galíndez, monarca de los mediopesados, Miguel Angel Castellini integró un trío glorioso del boxeo argentino. A fines de 1976, el pugilismo nacional atravesaba un ciclo resplandeciente y los tres coincidieron como campeones del mundo. Duró poco el privilegio, lo que se extendío el breve reinado de Castellini entre el 8 de octubre de 1976, cuando derrotó por puntos en 15 rounds al español José Durán en Madrid y el 5 de marzo de 1977, cuando acobardado por la Guardia Nacional que respondía al dictador Anastasio Somoza, en su primera defensa perdió por decisión en Managua (Nicaragua) ante el mediocre sargento Eddie Gazo.

Pero antes de llegar a lo más encumbrado del boxeo, Castellini despertó el interés de una celebridad de la literatura argentina. De regreso a Buenos Aires, Julio Cortázar fue a ver su pelea en el Luna Park de 1973 ante el probador estadounidense Doc Holliday y a pedido de la revista El Gráfico, escribió unas breves líneas a modo de comentario. "A la victoria del argentino le faltó todo, salvo la fuerza del punch y ni siquiera este pudo definir una situación que por lo menos dos veces se volvió crítica para Doc Holliday. Fue una victoria chata, sin nada que permitiera festejarla como se esperaba" opinó Cortázar aquella vez. "Esa columna de Cortázar me ayudó, me desafió para luchar hasta lograr ser campeón del Mundo” dijo Castellini años después

Nacido el 26 de enero de 1947 en Santa Rosa (La Pampa), Castellini falleció a los 73 años víctima del coronavirus en una cama del Hospital Fernandez, donde estaba internado desde hacía dos semanas. La salud lo había arrinconado en los últimos tiempos: había sufrido siete ACV en los últimos cuatro años y sólo su fortaleza física y las consecuencias de una vida sana le permitían seguir dando pelea, pero cada vez con mayores desventajas.

El boxeo fue el salvoconducto que encontró Castellini para ser feliz en la vida. La muerte de su madre a los 12 años lo sumió en una tristeza insondable que quiso resolver yendose del nuevo hogar que había formado su padre. Se transformó en un chico de la calle, comió, durmió y se vistió como pudo y recien cuando hizo base en La Rioja, pudo encaminar su existencia. Alli descubrió que su destino estaba arriba de los cuadriláteros y el 28 de mayo de 1965, debutó como profesional en San Miguel de Tucumán noqueando en dos vueltas a Domingo Gerez.

Su campaña, que parecía diluirse entre la mediocridad y las malas pagas, explotó en 1969. Pasó de welter y mediano junior y de esos 3 kilos de diferencia (de 66,678 a 69.854) nació un boxeador nuevo, con pegada anestesiante. Acumuló 15 triunfos por nocaut en 17 peleas y se transformó en gran atracción del Luna Park, donde la prensa especializada lo apodó "Cloroformo" y en 1972 se consagró campeón argentino noqueando en el primer asalto al chubutense Héctor Ricardo Palleres. En carrera rumbo al título, Tito Lectoure le trajo expertos probadores como el mexicano Raúl Soriano (a quien sacó del ring con un tremendo gancho de izquierda), el propio Holliday, el triniteño Carlos Marks y el mexicano Manuel Fierro y luego lo llevó a Italia y Francia donde ganó cuatro peleas de cinco. Recien en 1976 pudo conseguirle la chance

Castellini anticipaba un reinado duradero como campeon del mundo. Pero duró lo que la luz de un fósforo. Sus altibajos emocionales, producto de una adolescencia triste, marcaron su vida. De los rings se bajó en 1980 tras tomarse desquite de Gazo y por años fue dueño de un gimnasio privado donde enseñaba boxeo recreativo y técnicas de entrenamiento y recordaba, con pocas palabras, aquel trimestre final de 1976, cuando al lado de Monzón y Galíndez se sintió el rey del mundo.