“Lo más lindo fue ir de gira a Asunción del Paraguay, allí cambié mi nombre oficialmente por Fifí y fui muy respetada y querida, algo que no esperaba”, cuenta Fifí Real, la cantante de tango que rompe moldes a fuerza de pelo en pecho, boa al cuello y presencia arrolladora. Recientemente versionó “Se dice de mí” –en Spotify- y con el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio lanzó las sesiones en vivo Quarentanga –una suerte de “late night show”- donde entrevista a otros artistas de la comunidad LGBTIQ+. La función de este sábado a las 21 –con entradas en este sitio- tendrá como invitada a Lola Bhajan y será la anteúltima entrega antes de cerrar el ciclo.

Sus años en Misiones fueron difíciles. “Me cuesta volver, pero extraño la selva”, cuenta. “Me sirvió mucho vincular mi transición no-binaria al habitar la frontera, donde podés tener DNI de Argentina pero tu cultura es regional, mi familia es brasilera y paraguaya con gustito a violación originaria, un mestizaje que duele”, plantea.

Quarentanga apareció como “instito de supervivencia puro”, ante la cancelación de shows y al “perder el espacio que me servía para transicionar usando el arte como excusa”. Según explica, “esa tanga que generó escándalo político al visibilizarse en el CCK” –se refiere a su participación en el concierto de La Empoderada Orquesta Atípica junto a otras invitadas el 5 de marzo-, ayudó a bautizar las sesiones de streaming. “Con Quarentanga estamos creando un material audiovisual que contiene momentos musicales y teatrales entre charlas distendidas que invitan a la risa y replanteo de un mundo que dice ya no existir pero es igual de desigual que siempre, producimos pensamiento desde nuestra realidad queer para las próximas generaciones”, señala en línea con el trabajo del portal Maricoteca.org. “Hablamos de sus modos de producción autogestiva, la construcción de identidad y estrategias de autocuidado mientras hacemos música”.

-¿Cómo aparece el tango en tu vida?

- El tango aparece con mi llegada a Buenos Aires en el 2006, siente la humedad tropical y se adosa a la pared defensiva de mis tristezas. Va y viene como el agua que rebota en su puerto. Al principio me dio la posibilidad de bailar lento, evidenciando mi ansiedad y ya no tanto como bailaba en la frontera, polka paraguaya y chamamé en las fiestas familiares, brasilero axe en los parlantes de un boliche o pop marica encerrada en soledad. Años y milongas queers después, volvió en 2012 para darme una voz, un poco forzada de masculinidad blanca pero en español para que lo entiendan quienes me hacen daño día a día. De los 20 a los 30 me costó muchísimo llorar, no me lo permitía por mandatos argento-paraguayos impresos en mi cuerpa, pero en esa intimidad sonaba un tango y podía llorar liberando angustias pasadas, presentes y hasta de un futuro ansioso y llena de desgracias para una persona que no se autopercibe cis. Tuve que aprender sobre el drama propio y ajeno, y sobre cómo performearlo. Entonces sigo haciendo tango porque a través de mi aprendizaje de sanar, hoy es mi herramienta para sensibilizar aquellos que tienen los oídos bloqueados, los ojos distraídos, la empatía abandonada y el corazón helado. No hay quien pueda resistirse al hechizo de mi voz cantando un tango.

-Es un ambiente históricamente machista, ¿cómo la llevás ahí dentro?

-Fingiendo demencia, tipo estúpidah!, a pura ironía y tacón al circuito machista del tango argentino. Miro, escucho, aprendo, educo y rechazo todos los abusos que me proponen. Yo hago mi tango queer, que también es frontera como yo, bordea y sabe moverse por estos espacios, cambiando de idioma, de lenguaje camaleónicamente como quien sabe ubicarse para sobrevivir al entorno violento que propone la cultura machista. No tengo discos ni avales institucionales, yo voy intuitiva creando noche a noche mi aporte al tango. A veces dejo perlas para que brillen en la posteridad, y a veces bombas que sabrán ellas cuando explotar.

-Tita Merello aparece como una influencia, pero ¿cuáles son las otras?

-Muy difícil para una marica que Tita no sea una referente, una feminidad potente y llena de sabiduría que pilla y rápida supo poner un límite. Mis referencias cambian todo el tiempo y es una búsqueda constante pero siempre girando sobre la elegancia dramática, escénica y vocal. Siendo parte de la disidencia claramente no todas son tangueras pero por nombrar a alguna del estilo están Virginia Luque, Azucena Maizani, Nelly Omar, Susy Leiva o contemporáneas como Lidia Borda, María Graña y hasta Ruth Durante, por su locura y su mostredad en el tango. También hay hombres como Charló y Oscar Ferrari. Parte de lo que soy es también saber lo que no soy, y ahí hay muchísimas referencias como Julio Sosa, Cacho Castaña o hasta el mismísimo Gardel, de quien me llevo la autogestión pero no su fantasía paki.

Fifí sabe que tiene algo podeorso cuando se prende la cámara o pone su pie en el escenario. Pero se niega a pensarse a sí misma como “personaje” y ni siquiera como “persona artística”, advierte. “Siendo sincera me incomoda mucho la palabra ‘personaje’, siento que la gente lo ve como una ficción y no como alguien que realmente vive todos los días lo que cuenta: no existe Fifí sin sensibilidad, ni vulnerabilidad, sin decir al hueso lo que está pasando y nadie se hace cargo. No hay un guión, no hay ficción. Sí hay una fantasía de elegancia e irreverencia que se crea en torno a la pura verdad. Fifi soy yo, ocupa mi cuerpo”, plantea orgullosa. “Hoy es ella quien ocupa lo público de todo mi ser porque es ella la que puede poner límites a la velocidad de un rayo con muchísima elegancia”. 

En ese sentido, el humor es indispensable para entender su labor artística y performática. “Es el vasito de agua entre tango y tango”, comenta. “Muchas veces es el gancho para hablar sin tabúes en medio de un show. Si mi público es más normado sé que están esperando identidades que no les incomoden y que los haga reír como las construcciones de putos que hubo en los '90 (Gianola, por nombrar algo) entonces juego con eso, pero no se van a salvar de la incomodidad”.