Pasados 15 años de aquellas jornadas, fui capaz de atreverme con algunas de las imágenes de la Cuarta Cumbre de las Américas, cuyo registro conservo. En el medio hubo una aflicción: falta Kirchner. El documento fílmico inicia el viernes 4 de noviembre de 2005, en el Hotel Hermitage de Mar del Plata.

Tenían lugar las retóricas diplomáticas previas a todo inicio. Como canciller argentino, yo tenía preocupaciones acuciantes. Hasta entonces, las conversaciones sobre cuestiones ceremoniales –sábanas y toallas– eran la agenda. Era la hora de la política.

La prensa aborigen indicaba que, si no había acuerdo sobre incluir en la declaración final una fecha para reanudar las negociaciones de un área de libre comercio, el presidente George W. Bush no vendría a Argentina.

Discutíamos con la secretaria de Estado Condoleezza Rice un acuerdo. En la habitación que ocupaba, la clara instrucción de Néstor Kirchner de no conceder lo que fuera perjudicial para la región, convivía con la posibilidad de que Bush no viniera. Esa ausencia sería la piedra fundamental sobre la que se erigirían catedrales donde ridiculizar a la diplomacia argentina.

Leímos a Rice un borrador, mientras consultábamos con nuestros socios regionales. “No es eso lo que necesitamos”, respondió. No era lo que necesitaban los EE.UU., tradujimos, antes de volver a la escofina.

Como escribas monásticos en nuestros escabeles, los manuscritos pasaban de mano en mano. Mientras en los pisos de arriba torturábamos los lenguajes, en el salón de los discursos de recepción hablaba Kirchner.

Crear “trabajo decente”. El viernes 4 de noviembre de 2005, Kirchner no hablaba sólo de ocupación. Aquélla uniformidad pretendida por el “Consenso de Washington”, dejó evidencia empírica respecto de su falacia. “Nuestro continente, en general, y nuestro país, en particular, es prueba trágica del fracaso de la ‘teoría del derrame’”. Añadió: “… en nuestro país, con mucho esfuerzo compartido, pero sin ayuda alguna del Fondo Monetario Internacional, tras reducir en términos netos más de 14.900 millones de dólares nuestra deuda con organismos multilaterales de crédito, y obtener una exitosa reestructuración de la deuda, superando el default, hemos logrado importantísimos avances en (la) lucha por la equidad”.

Sonó el teléfono en la habitación: la secretaria de Estado. Cuando atendí, escuché un ruido uniforme. Le leí el párrafo en el que estábamos y le pregunté su opinión: “Es horrendo”. También escuché un rumor marítimo. No era agua, sino las turbinas del Air Force One.

Deduje que habían embarcado y que estaban volando hacia Mar del Plata. Chávez haría de las suyas en el curso de las plenarias de Jefes de Estado, donde no hay sábanas ni toallas ni se corean consignas.

Supe también que la suerte estaba echada. Habíamos sido capaces de organizar la IV Cumbre, a pesar de las dudas de alguna prensa atlantista. Bush aterrizaría a las 20:07, bajo la llovizna. Néstor Kirchner y Hugo Chávez, acompañados de un Mercosur compacto, harían historia.

Las sesiones plenarias comenzaron en la mañana del sábado 5. La tormenta comenzó a poco de andar: presidida por el presidente Néstor Kirchner, la sesión exhortó a los mandatarios a referirse a la necesidad de promover el desarrollo a través de la generación de empleo. Los empleos en Canadá y en Paraguay no se parecen. Rápidamente el premier canadiense Martin y Bush consideraron que pretender igualar las condiciones laborales de sus países era una “extorsión”. Curiosamente, Fox –presidente de México- tomó partido por los países donde se trabaja en condiciones más dignas que en el propio. Kirchner les espetó: “no han sido invitados para que nos vengan a patotear”. Se produjo un silencio. Los traductores hesitaron. Los hispano-parlantes se erizaron.

Pasado el mediodía, con la reunión en estado de coma, algunos fuimos a un recinto contiguo a conversar sobre cómo seguíamos. Recuerdo a Lula, a Vázquez, a Celso Amorin, a Kirchner.

Cuando regresábamos para hundirnos en el pandemonio, Samuel Lewis (vicepresidente panameño), interceptó a Kirchner, que hablaba conmigo. “Presidente y amigo: un esfuerzo más. Le ponemos una fecha, fíjese, sólo la fecha de continuación de las negociaciones por el ALCA, y esto termina de fiesta”. Kirchner se detuvo: “Panamá, ¿no? Si lo llegara a escuchar el General Torrijos, se revolvería de asco en su tumba”. El panameño se escurrió como el agua de lluvia.

Caminamos dos pasos más y sentí una mano sobre mi espalda: “Ahora, presidís vos”. Mejor me hubiera hecho cargo de tomar el cielo por asalto. Miré la sala, me dirigí hacia la presidencia y recordé que existe un gremio más temible que el de los corsarios, que es el de los traductores. Teníamos multilingüismo exactamente hasta las 18 horas. Era como resolver el teorema de Fermat, salvo que con hora de vencimiento.

De las imágenes, el recuerdo de Chávez es dirimente. Pidió la palabra. A los diez minutos pretendí dar paso al próximo expositor. “Rafael”, me dijo, “pero tocayo, si no me dejas hablar me ahogo”. Allí vino lo mejor.

“El ALCA”, desgranó volcánico, “es un tratado de adhesión y una herramienta más del imperialismo para la explotación”. Cito de memoria, pero del lugar en donde arde.

Luego, uno por uno, fue dirigiéndose a los mandatarios de los países del Caricom (Comunidad del Caribe). “Tú”, dirigiéndose a algún rostro que mostraba su ascendencia de abuelo esclavo, “tú, que enciendes cada día el automóvil con el petróleo que te envía Venezuela, ¿estás con Bush o con los pueblos libres del yugo imperialista?”. Vi como cada uno de sus interlocutores, bajaba la mirada ante aquella convicción arrolladora.

Faltando segundos para las 18 horas las deliberaciones se cerraron con toda felicidad. En el lenguaje de la OEA, “… otros miembros (posición Mercosur y Venezuela) sostienen que todavía no están dadas las condiciones necesarias para lograr un acuerdo de libre comercio equilibrado y equitativo…”. Las condiciones no estaban dadas, ni lo volvieron a estar.

Todo ejercicio de memoria escrito al correr de la pluma corre el riesgo de la inexactitud. Pero hoy, al revisitar con los ojos aquella galería de autodeterminación, no encuentro nada más exacto.