Un burdo neomacartismo selectivo se han lanzado tras la figura del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Las descalificaciones vinculadas a su “reprochable” militancia de juventud en organizaciones estudiantiles de izquierda le han achacado el mote de “marxista”

Para sus detractores, los antepasados del exministro de Economía alimentaron mecánicamente una ligazón tan superficial como peligrosa: ruso-marxista. Trazando una parábola hacia el pasado esta conjunción haría las delicias del establishment económico y sobre todo de las bayonetas asesinas del '76.

Nada de qué sorprenderse. En tiempos de Arturo Frondizi, Rogelio Frigerio transitó por un camino similar de descrédito. Soportó los embates de la derecha y del arco militar en las sombras, sector que delimitaría períodos tanto de plena dictadura como de democracia condicionada entre 1955 y 1973. 

En los círculos de poder se condenó su militancia y simpatía por el marxismo como su participación en el grupo Insurrexit. Por las mismas razones, se percibía una profunda reticencia vinculada a la idea de conformar un frente nacional donde la alianza de clases, la industrialización y la distribución del ingreso fueran puntas de lanza para un desarrollo integral. Aquel proceso desarrollista iniciado a finales de los cincuenta quedó trunco debido a errores políticos y a concesiones propias de aquel convulsionado momento.

Controles estatales

A finales de 2015 ya eran conocidas portadas de revistas “especializadas” donde catalogaban a Kicillof como un nuevo Che Guevara, sin más, un funcionario con ínfulas de rock star decididamente antiimperialista y anticapitalista. Es decir, la ortodoxia económica y su correlato político de derecha lo habían consagrado como el adalid de una nefasta intervención estatal que atentaba contra el sector privado. De esta manera quedaría establecido un patrón inequívoco en el cual el ministro era el brazo ejecutor de una política deliberada donde la libre empresa era asfixiada por los burocráticos y siempre ineficientes controles estatales.

¿Cómo entienden esos grupos conservadores al marxismo? Tanto los términos como las categorías de análisis deben ser ajustados para no incurrir en yerros desafortunados. Sin dudas intentan inocular entre la población una cuota de terror puesto que intuitivamente, para una porción de ciudadanos, marxismo es sinónimo de revolución socialista, comunismo, soviets, purgas, apropiación de conciencias, penurias alimenticias, guerrillas urbanas, propiedad colectiva, reforma agraria, nacionalizaciones, expropiaciones, en fin, un amplio abanico de desgracias sociales en las que el autoritarismo se manifiesta de formas diversas.

En el repertorio marxista es plausible un sinfín de avasallamientos que incluyen la “planificación económica”. Este concepto se contradice con el pulcro capitalismo liberal y occidental al que adscriben abiertamente. La fórmula es expresada sin reveses: si Kicillof es marxista es anticapitalista, y si es anticapitalista es enemigo del orden, de la libertad, de la meritocracia y de la iniciativa individual o privada como modo de ascenso social. Incluso, hasta sería enemigo de los valores y moral cristiana. Este razonamiento reaccionario siquiera contribuye a dar un salto de calidad en el debate político. Al contrario, lo comprime a su mínima expresión, lo opaca y, desgraciadamente, lo desluce.

Heterodoxo

¿Cuál es el pecado de Kicillof? Haber intentado desde el Ministerio de Economía discutir la influencia o los privilegios de los poderes fácticos. En definitiva, ser un economista heterodoxo que por definición se nutre de diversas fuentes, entre ellas el marxismo. En Argentina, el poder sentencia que el poder no se discute. 

¿Por qué Kicillof es un personaje incómodo para la derecha? Porque es una combinación de intelectual y político que los sobrepasa. De allí, la preocupación por su proyección futura y su obsesión por desacreditarlo.

¿Es el marxismo una teoría vacua? ¿Estaba en todo equivocado Marx? No. Sigue siendo uno de los intelectuales más influyentes hasta estos días. Sus categorías económicas no pueden obviarse. Son fundamentales para explicar el capitalismo, sus tensiones y las particularidades del modelo de acumulación. 

Si se desconoce la forma de acumulación no se podría plantear la distribución del excedente social. Más de un liberal se sorprendería al saber que el pensamiento de Marx es tributario al del icónico paradigma del liberalismo clásico de Adam Smith así como el de David Ricardo

En síntesis, las ideas de Marx se erigen sobre la crítica a Smith y Ricardo. Como sostiene el filósofo marxista Néstor Kohan, Marx es un muerto algo particular que resucita cada vez que sobreviene alguna zozobra económica.

* Doctorando en Desarrollo Económico, Universidad Nacional de Quilmes. Miembro del Centro de Economía Política Argentina (CEPA).