Alguna vez Chilavert dijo una frase increíble: “En la Argentina se discrimina mucho. A los paraguayos nos tratan como bolitas”. La declaración del arquero no figura en ¡Canten, putos! (Gourmet Musical), pero respira el espíritu del libro. El trabajo de Manuel Soriano tiene un subtítulo imprescindible para asordinar la violenta incorrección del imperativo de tablón: Historia incompleta de los cantitos de cancha. ¡Canten, putos! no es un título gourmet ni feliz. O, mejor, no refleja el contenido: fuera de la tribuna, el “¡canten, putos!” demora unos instantes en acomodar su sentido que, en el libro, destaca por aparecer contextualizado. En forma de crónicas estupendamente escritas, Soriano se pregunta de dónde viene tanta obsesión anal en los cantitos, tanta xenofobia, crueldad y virulencia. Tanto verso paradojal, como la frase de José Luis Chilavert.

Soriano es escritor y se nota. Prioriza el ritmo y el relato, se detiene en testimonios de amigos y en recuerdos propios, juega a la autorreferencia y hasta a lo confesional, navega por YouTube, se comunica con algunos autores de las canciones originales vía páginas web y revela aspectos interesantísimos de estas manifestaciones por momentos salvajes. Por ejemplo, la cantidad de insospechados temas brasileños que se cantan en las canchas argentinas: la marcha de carnaval “Cidade maravilhosa”, el tema de Benito di Paula “Charlie Brown”, “Aquarela do Brasil”, “Festa para um rei negro (samba reizado)” de Zuzuca, “Amigo” de Roberto Carlos, “Es la hora de bailar” de Xuxa, el estribillo de “Madagascar” de Olodum, el estribillo de la balada “Os amantes” de Luis Ayrao que versionó Maria Marta Serra Lema, y tantas más.

¡Canten, putos! pide ser leído con YouTube a mano. Más allá de las decenas de melodías más o menos conocidas (cumbias varias, jingles, temas de Victor Heredia, de La Mosca, de los Cadillacs, de Estelares, de Palito Ortega, de los Auténticos Decadentes, etc), existen historias que cruzan cordilleras y océanos y que, al final, anidan en los pliegues de la semántica y de la música. Canciones que cambian el sentido, canciones que se asemejan entre sí, canciones que se completan en un viaje en micro o en un avión, canciones que se resignifican. Hay un enigma que intenta develarse y que tiene el mismo incierto origen de otras expresiones anónimas, como los chistes coyunturales y, en estos tiempos, ciertos memes espontáneos.

Existe un juego apasionante entre “La reina de la canción” (1971), un tema de La Joven Guardia firmado por Roque Narvaja y Jacko Zeller y “Take Your Carriage Clock and Shove It” (2001), de los escoceses indies Belle & Sebastian. Esa música habita las canchas desde hace unos cuarenta años y uno de sus versos más conocidos es el que comienza “Muchas fui preso y muchas veces lloré por vos...” El parecido con la de Belle & Sebastian es asombroso. “¿Es posible que esta gente de Glasgow haya escuchado la canción de La Joven Guardia o la de las hinchadas?” pregunta Soriano. Y se responde: “La primera opción parece todavía más improbable que la segunda. Es cierto que el cantito de hinchada, como suele pasar, llegó a varios equipos de Sudamérica y también a algunos equipos de España, como el Valencia o el Atlético de Madrid. Pero eso no parece suficiente”. 

Soriano encara entonces un periplo detectivesco con lo que tiene, con lo que va encontrando. El tema se enmaraña aún más cuando en un comentario en inglés en facebook alguien dice que el tema de Belle & Sebastian es igual a uno llamado “I’ve Never Been To Me”, grabado por una tal Charlene en los Estados Unidos, en 1976. El parecido es innegable. Sin embargo nadie -ni Roque Narvaja, ni Jacko Zeller, ni los autores de la de Charlene- ha amagado con alguna denuncia de plagio. Y uno de los motivos del silencio stampa alrededor de las similitudes puede tener –cavila, razona, sugiere Soriano- una razón: a través del sistema Soundhound (en el que uno tararea una melodía al celular y la aplicación informa el nombre de la canción) apareció una cuarta, muy parecida: una melodía de la China ancestral. ¿Cuál es la melodía original? La investigación se hunde cientos de años y se aleja cada vez más de los estadios y de los registros de los derechos de autor. La historia se vuelve imposible y queda desplegada como un signo de interrogación. Por estructura y porque no desentona de otras composiciones de La Joven Guardia, “La reina de la canción” parece ser el puntapié inicial de este engranaje borgeano de espejos transoceánicos e interseculares, entre chinos, escoceses, norteamericanos y criollos. Otra pregunta surge, sola: a esta altura, más allá de una especulación o estrategia de carácter judicial, ¿tiene sentido hoy hablar de plagio –consciente o inconsciente- en la música popular?

En su vibrante relato Soriano pasa por la marcha peronista, por la radical, por canciones del musical “Hair”, por los himnos patrios (“los himnos son tan apropiados como cantitos de cancha que ni siquiera hace falta cambiarles la letra. Ya fueron pensados desde el vamos para generar coraje grupal y sentido de pertenencia”, señala), por “Bobby, mi buen amigo”, por John Denver, por “It’s a Heartache” de Bonnie Tyler, por las trompetas de Hugo Lobo en Atlanta, por el repertorio de temas a Maradona. Se pregunta por qué en las primeras décadas del futbol profesional había cantitos dedicados a jugadores específicos, coplas cándidas, cuando la droga y la violencia estaba acotada a otros ámbitos: “La gente ya no fuma/ por ver al gran Labruna” o “Socorro, socorro/ ya viene la Saeta con su propulsión a chorro” (dedicada a Alfredo Di Stéfano) o “Yo te daré/ te daré niña hermosa/ te daré una cosa / una cosa que empieza con B: Boyé”, tienen el aire ingenuo de otras eras.

“No hay final para esta historia”, diría Mauricio Rosencof. El libro deja ventanas abiertas y da la sensación de que se está reescribiendo permanentemente, aun en estos tiempos de tribunas desiertas y desoladores murmullos tuneados para la tevé. Transita el ínfimo límite trazado entre eso que llaman el “folklore del fútbol” y las actitudes humanas más miserables: el comportamiento en manada, la homofobia, el racismo, el patrioterismo, el alarde del aguante, la humillación. Son las melodías pero básicamente, siempre, es el lenguaje. Soriano no cae en la mirada moralizante. El libro se puede leer de muchas maneras. Una manera es leerlo como una pasional crónica sobre la creación anónima y colectiva; al fin, uno de los misterios más cautivantes de la cultura popular.