El recientemente estrenado documental “Vilas: serás lo que debas ser o no serás nada” narra el afán del periodista Eduardo Puppo por demostrar que Guillermo Vilas ocupó el primer puesto del ranking mundial de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP). Aunque 1977 fue el mejor año de su carrera, y a pesar de que Vilas fue nombrado el mejor tenista del mundo de ese año por World Tennis, Agence France-Presse y el Livre d’or du tennis 1977, según el documental, a Vilas también le hubiese correspondido el primer puesto del ranking mundial de la ATP en siete semanas de septiembre y octubre de 1975 y de enero de 1976. Pese a la sólida evidencia presentada por Puppo, la ATP aún se niega a reconocer ese logro.

¿Importa ese reconocimiento? Vilas jugó un papel importante en Argentina durante su apogeo tenístico que no forma parte del documental. Llegó a ser, involuntariamente, una de las caras deportivas de la última dictadura cívico-militar. Su imagen contrastó con las figuras deportivas destacadas del peronismo, como, entre otros, José María Gatíca y Alfredo Prada, símbolos de la clase obrera en ascenso. Vilas fue expuesto como representante de la clase media exaltada, del glamur del jet set internacional y de la fantasía del gobierno militar de una Argentina económicamente exitosa integrándose al “primer mundo”.

Por ello, el gobierno militar se esforzó por asociar los éxitos de Vilas con su gestión. El 1 de mayo de 1977, el último día de la serie entre Argentina y Estados Unidos por la final de la zona americana de la Copa Davis, el dictador Jorge Rafael Videla se presentó en el Buenos Aires Lawn Tennis Club. Argentina lideraba la serie, si Vilas vencía a Dick Stockton la ganaría. Bajo la atenta mirada de Videla, y ante un estadio colmado, Vilas venció en cuatro sets. Al concluir el partido, fue llevado en andas hasta el palco oficial. Videla se paró, aplaudió y lo saludó, mientras el enfervorizado público cantaba: “vea, vea, vea, señor presidente, somos los mejores de todo el continente”. El hospitalario escenario era uno de los puntos de encuentro de las elites, que habían apoyado el golpe de estado de 1976. Pero entre el público también había personas de clase media, cuyo aliento a Vilas llegó a ser, según Siete Días, un “delirio”. “Nunca vimos nada parecido”, contaron los periodistas estadounidenses Bud Collins y Walter Bingham.

Varios reportes periodísticos estadounidenses sobre la victoria argentina fueron políticamente desfavorables. El New York Times remarcó que en “un país donde el terrorismo y la convulsión política a menudo producen titulares internacionales, el matiz nacionalista del partido fue confirmado por la agitación de banderas y la presencia . . . de Videla”. Por su parte, Sports Illustrated remarcó que Vilas era “uno de los nombres más importantes del país desde Juan Perón” y que Videla “puede haber sido un presidente, pero el hombre sobre las espaldas de la multitud era un rey”. Sin embargo, el Washington Post mencionó que el comportamiento de Vilas había sido disruptivo y que circulaban rumores de que el tenista había complotado con la sección más ruidosa del público, equipada con bombos y cornetas, para que lo favoreciera.

De todos modos, la imagen de Vilas proyectada en Estados Unidos funcionó para mitigar, sin su voluntad, el perfil del gobierno militar. Para el Atlanta Daily World, Vilas era un tenista millonario con talentos artísticos. En los años veinte, Luis Ángel Firpo había sido apodado en Estados Unidos como el “toro salvaje de las pampas”; en contraposición, cincuenta años después, el Los Angeles Times y Sports Illustrated calificaron a Vilas como el “toro suave de las pampas”. Y cuando Vilas y la princesa Carolina de Mónaco escaparon para vacacionar en una isla del Océano Pacífico, los medios estadounidenses, al igual que los argentinos, especularon sobre las posibilidades de un matrimonio. Pero más que nada, en el imaginario estadounidense, Vilas representaba una contradicción deseable. Era un hombre famoso que rechazaba la sociabilidad del tenis como “artificial”, pero al que, no obstante su cuerpo musculoso, le agradaban las cosas finas, leer filosofía, escribir poesía y hacer música.

Antes de viajar a Nueva York para participar del Abierto de Estados Unidos de 1977, que ganaría brillantemente, Vilas recibió una llamada de Videla y una invitación a la Casa Rosada. El tenista consideró la oportunidad de conocer al presidente como un “gran honor”. Se reencontraron en Nueva York durante el torneo. Un video producido por el gobierno militar incluyo imágenes de este encuentro. En Estados Unidos, Videla se había reunido con el presidente Jimmy Carter, quien criticó la situación de los derechos humanos en Argentina. Mientras tanto, Sports Illustrated titulaba una nota sobre el torneo: “¡Fantástico, Guillermo!”, resaltando que en sus triunfos había utilizado su cabeza y su corazón como si hubiese nacido en Queens Boulevard.

Al igual que otros deportistas de la época, como Carlos Reutemann y Carlos Monzón, Vilas no se pronunció abiertamente sobre el gobierno militar. Y el gobierno no lo utilizó para fomentar el Mundial de Fútbol de 1978. Empero, a través de los medios, Estados Unidos conoció a un Vilas rutilante y, de ese modo, a una Argentina normalizada y exitosa. Así, el gobierno militar tuvo en él a una notable, pero involuntaria, figura. Vilas, habiendo ocupado o no el primer puesto del ranking mundial de la ATP, evocaba, sin pretenderlo, una imagen que raramente insinuaba el horror del gobierno militar. Al mismo tiempo, con sus triunfos, su talento y su dedicación, promovió el tenis fuera de los circuitos que los cultivaban tradicionalmente como nunca antes. Gran parte de la industria de la comunicación, en Argentina y en Estados Unidos, se encargó de difundir tanto una cosa como la otra.

* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).

** Doctor en historia. Docente en la Universidad de Trent.