- ¿Te queda algo con el logo de la cooperativa?

- No, ya no nos queda más nada. Están estas bolsas de tela para hacer las compras “edición especial Bauen”. Y había un cajoncito por allá, que la señora estaba mirando con cariño, quizás ya se lo llevó.

Dos máquinas de coser, 25 mil pesos; juego de niños completo, 10 mil pesos; tablón más dos caballetes 1500 pesos. Hay stock; sillones, 800 pesos. Hay un rincón que ofrece mesas antiguas, modernas, con mármol, madera, melamina. Varias de ellas tienen marcas, como si alguien hubiera apoyado un vaso húmedo. ¿Habrá sido Evo Morales durante el plenario del Movimiento al Socialismo boliviano (MAS)? Más adelante, un cartel anuncia: “70 mil pesos, piano único”. ¿Lo habrá tocado Charly García cuando se alojaba de canje en la época de Serú Girán? ¿O en ese fin de semana poco feliz que pasó durante la época de Say No More? Árbol gigante de Navidad con accesorios, 10 mil pesos; jabones, shampoo, acondicionador, gorras de baño descartables, todo por 300 pesos.

- ¿Este aparato para qué sirve?

- Es para limpiar las alfombras, pero no sabría decirte cómo se usa

- Ah, sería muy útil pero no tengo alfombra. ¿Quedan pocas cosas, no?

- Si, ya casi no queda nada. Y mirá que teníamos siete pisos de hotel para vaciar, ¿eh?

No importa si el día está soleado o lluvioso, hoy el Bauen lleva pronóstico personal. Resguarda una cantidad de objetos a la espera de ser vendidos como objetos o como chatarra. Una cantidad de objetos a los que Horacio se encargará de “darle salida”, como otrora lo hizo con los huéspedes del hotel, mientras era el lugar de la pizza y el champagne menemista, y también en su faceta cooperativa. 

Horacio perteneció siempre al rubro hotelero, pero empezó a trabajar en 1999 en la recepción de un hotel “en decadencia”, lo llama. Dice que en el rubro se referían al Bauen como “el rey de la suntuosidad”. Horacio le dio entrada a un Fernando Lugo candidato a presidente de Paraguay, a un Evo Morales diputado de Bolivia, a los invitados del cumpleaños de 80 de Taty Almeida, de Norita Cortiñas, a los del casamiento de una de las autoras de la ley de matrimonio igualitario, Maria Rachid.

Es que a este clima lúgubre lo instaló la pandemia. Hasta hace apenas un año, el edificio de Callao 360 era testigo o participante o protagonista de luchas varias, de victorias y derrotas. Desde esa misma oficina, “mi hábitat” dice Horacio, respondía con su mejor cara de póker que no, que no, que Luis Arce (flamante presidente electo del Estado Plurinacional de Bolivia) no estaba alojado en el hotel.

A Lucho lo teníamos escondido nosotros. Se exilió de Bolivia directo al Bauen. Cuando llegó no figuraba en ningún lado, para mantenerlo en secreto. Estuvo como diez días, y después fue elegido como candidato en el plenario del MAS que se hizo acá, en el Salón Bolívar”. Como Horacio y muchos de los 150 compañeros que conforman el espacio cooperativo, entre los nombres de los siete salones del Bauen conviven aquellos que representan la lucha con los heredados de la época de la suntuosidad: está el Simón Bolívar, el Salón Consular I, II y III, el Salón Cascadas, el Auditorio de Abuelas de Plaza de Mayo, el Bungalow.

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La pandemia pudo lo que no pudo la crisis del 2001, cuando quebró el hotel y fue recuperado dos años más tarde por 38 de sus trabajadores. La pandemia pudo lo que no pudieron las múltiples órdenes de desalojo de la jueza Paula Hualde en estas dos décadas de lucha. La pandemia pudo lo que no pudo el veto de expropiación del hotel firmado por Mauricio Macri el 27 de diciembre de 2016.

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Desde su hábitat a medio mudar, Horacio conserva una foto de Evita, un armario de chapa con varias divisiones y muchos papeles.

- Y esa foto, ¿te la llevas?

- No, esa es de una compañera. La miré con ganas como para llevármela pero no tuve consentimiento.

Aunque sí se va a llevar momentos, dice. “Hubo muy lindos, como cuando las chicas nos invadieron el hotel y no teníamos ni por dónde pasar el día que no se votó la ley de legalización del aborto; cuando los compañeros Metrodelegados se juntaron para conseguir las seis horas del subte; la lucha contra el dos por uno también se resistió acá”. Se acuerda del primer evento que hicieron como cooperativa: un plenario de la UOM. “Los tipos vinieron y se alojaron sin agua caliente. Para apoyar. Eso nos dio un empuje tremendo”. Se emociona Horacio.

Futurock transmitió desde el Bauen durante la velada en la que el Senado no votó la media sanción para la legalización del aborto. Julia Mengolini recuerda que “el hotel se llenó hasta las pelotas de gente que nos fue a ver. Les hicimos mierda el hotel básicamente y por eso pasamos la gorra como para poder apoyar un poco lo que había que arreglar. Juntamos repoca plata, una vergüenza. Recolectamos solo 2000 pesos. Cuando fui a dársela a Fede, no me hizo ningún problema, al contrario me agradeció. Me dan ganas de llorar tanta bondad”.

Fede es Federico Tornarelli, el vicepresidente del espacio cooperativo Bauen. Se ríe atribuyéndose un poco la victoria de Luis Arce como presidente de Bolivia, por el solo hecho de que había pasado por el hotel. Es que Lugo, Evo, y una delegación venezolana de Chávez se hospedaron allí cuando no los conocía nadie y después la historia es conocida.

También de la vigilia por la ley de matrimonio igualitario y con los y las docentes el hotel era punto de paso, pausa y saludo obligado en las marchas entre el Congreso y el Pizzurno. “Estar en la calle y en movilizaciones lo considerábamos como parte del laburo”, explica Federico.

Y el alma tira pa atras

La esquina de Callao y Corrientes es un claro reflejo de lo que está pasando en una ciudad que parece seguir funcionando a pesar de la pandemia. Funciona, a media. Es jueves al mediodía y la disquería Zivals sigue cerrada. La pizzería de la esquina le sacó los vidrios a las ventanas e improvisó un patio en pleno Callao y Corrientes. Un hombre come un lemon pie mientras hace un crucigrama. 

Mañana es viernes 23 de octubre y los trabajadores del espacio cooperativo Bauen tienen que entregar el hotel a la jueza que sistemáticamente sancionó ordenes de desalojo para que disponga lo que le parezca. “Ya sabemos lo que va a hacer, se lo va a restituir a los dueños anteriores. Esos que nunca pagaron el crédito que sacaron para construir el hotel en la época de los milicos”.

La ciudad funciona, a medias. Y el Bauen es causa y consecuencia. Abarca tres rubros que “van al final de la cola” de aperturas en pandemia: gastronomía, hotelería y espectáculos.

“Antes de tomar esta decisión nos arrepentimos dos veces. Lo discutíamos en asamblea, quedaba latente y nos arrepentíamos. Pero los datos iban en esa dirección, y teníamos que impedir que este edificio que tanto queremos se lleve por delante el trabajo de estos 17 años”, resume Tonarelli.

Se decidieron entre julio y agosto, y el 4 de octubre lo anunciaron oficialmente en una carta publicada en Tiempo Argentino. “Desde ese día hasta hoy, me la pasé yo consolando gente, en vez de recibir condolencias. Si te muestro mi teléfono me morís.”

- Federico, ¿Qué sentís este último día en el hotel?

- Tristeza. Fue mucho tiempo en este lugar y nos pasó de todo: nacieron hijos que ahora trabajan en la cooperativa, se fundaron y se desarmaron proyectos. En lo personal también, cada rincón me hace acordar a algo de la lucha o de mi vida, una charla por teléfono, una conversación con mi viejo que fundó la imprenta hasta que se murió. Tengo proyectada una película permanentemente.

El último día del hotel, los muchachos sacan las butacas del auditorio. El Bauen vacío es más inmenso: el desayunador, la piscina, los cuartos en suite reconvertidos en oficinas de Cítrica, La Poderosa, Telesur. Todo eso dicen las etiquetas y una se puede imaginar gente luchando, resistiendo.

- Horacio, ¿Qué sentís este último día en el hotel?

- Un poco de nostalgia porque es inevitable que te pasen por la cabeza un montón de cosas vividas. El arraigo es fuerte. Me acuerdo de una zamba de Atahualpa Yupanqui, que decía que el caballo tira para adelante y el cuerpo para atrás cuando se abandona el pago, y es un poco lo que siento. A esta altura ya admitimos que se muera el hotel, pero no queremos que se muera el Bauen.

Después me invita a que vaya a dar una vuelta por el hotel, pero no me acompaña. Hace media hora lo llamaron para comer. Es el último almuerzo en el hotel y la pausa es obligada. Los trabajadores del Bauen comen, charlan, se organizan. Se siguen organizando.

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En alemán, Bauen significa construir. Probablemente esa haya sido la intención inicial del nombre allá por 1978, cuando lo inauguraron para recibir a turistas en el Mundial que organizó la dictadura militar para limpiar su imagen frente al mundo. O quizás fue una premonición de que 25 años más tarde, los trabajadores del espacio cooperativo Bauen iban a construir una catedral simbólica del cooperativismo y de luchas, una catedral que la derecha no pudo tumbar. Pero sí lo pudo la pandemia.