“Es un gigante que quizá dejó una estampa demasiado grande. Creo que, por un lado, hay que reivindicar al Ástor Piazzolla que dijo ‘voy a ser yo’, que es el Piazzolla que tenemos que seguir, pero la paradoja es que eso también significa dejarlo”, reflexiona Adam Tully. El guitarrista y compositor estadounidense, pero afincado en Buenos Aires, acaba de lanzar Astor 2020. La historia continúa, un disco de once tangos nuevos. Pero no son todos temas propios. Tully compuso uno y encargó los otros diez a referentes contemporáneos del género: Pablo Murgier, Agustín Guerrero, el dúo Faín-Mantega, Fernando Otero, Martín Sued, Bernardo Monk, los Púa Abajo, Daniel Ruggiero, Shino Ohnaga con Emilio Longo y Ramiro Gallo. Las formaciones y sonoridades que propone la placa son de lo más variopintas y van desde un bandoneón solista hasta la gran orquesta, pasando por todos los estadíos intermedios.

“El año pasado estaba de gira por Japón y tocaba, entre otras cosas, ‘La historia del tango’, de Piazzolla, y después de un concierto vino un japonés muy estudioso y me señaló que él había analizado las fechas de los cuatro movimientos y que entre cada uno mediaban 30 años”, recuerda el guitarrista. “El último correspondía a 1990 y si hubiera un próximo capítulo, tendría como fecha 2020”, explica. Así surgió la idea del disco, para la que Tully asumió el rol de productor musical y empezó a convocar colegas. “A los compositores les dije 'pensá que estás componiendo el quinto movimiento de Ástor o escribiéndole una carta contándole qué es para vos el tango de hoy'”, ahonda.

“Podría haber armado 30 discos distintos”, advierte Tully, que también es columnista en el programa radial Ayer, hoy, era mañana por la FM 2x4. Pero de las infinitas posibilidades, finalmente optó por limitarse a lo instrumental –como en la obra original de Piazzolla-, que los convocados también fueran intérpretes y mantener la diversidad de voces. “Hay un montón de tangos distintos, así como diversidad de instrumentos”, celebra el compositor.

Si en el cuarto movimiento de “La historia del tango” Piazzolla representaba su mirada del género pocos años antes de su muerte, para Tully la escena actual se sintetiza en la palabra “diversidad”. Y el disco es una excusa excelente para pensar en el legado del compositor marplatense. “Con muchos de quienes participan en el disco coincidimos en que la manera de inspirarse en Piazzolla no es imitar su lenguaje sino mirar al tango, mirarte como compositor y crear tu propio lenguaje, entendiendo el género, pero siendo vos mismo”, plantea. “Felizmente en este 2020 el tango es todo eso, incluso mucho más de lo que cabe en este disco, porque también es recrear arreglos bailables de la edad de oro, acompañamientos en guitarra, repasar repertorio y crear nuevo, tanto cantado como instrumental”.

En esa multiplicidad de corrientes, ¿qué lugar tiene el sonido piazzolleano en el circuito? Para Tully, es difícil de medir. Por un lado, supone una presencia indeleble, por otro lado, hay un esfuerzo consciente de muchos compositores por buscar caminos por fuera de su sonoridad, aunque reflejando su espíritu de búsqueda personal. “En el exterior aún es una figura muy fuerte, porque afuera no hubo el boom de tango de hoy que sí se dio en Buenos Aires, salvo para quienes mirábamos la escena porteña, como hacía yo desde Nueva York. Desde afuera de la Argentina, a comienzos de 2000 había dos caminos para acercarte al tango: la milonga, el baile social, o Piazzolla. Y en buena medida aún es así”, apunta. “Si componías en los '80 o '90 y querías innovar, estabas muy contagiado por el espíritu piazzolleano, que era el innovador más presente. Mucha gente sigue pensando que el género es tango viejo o tango nuevo de Piazzolla.

“Quizás el efecto-Piazzolla fue eso: un tipo que vino e impuso una estampa personal muy grande, que le hace un montón de favores a nivel global al tango, pero nos deja esa problemática a quienes pretendemos componer y ser actuales”, reflexiona Tully. “En mi caso, como compositor siempre veo que la herencia de Piazzolla es muy difícil, es muy pesado su legado y su voz. Entre compositores a veces decimos '¡Qué hijo de puta! Vos buscás tu voz y aparece la suya'. Me pasó. Y uno quiere salirse de los clisés del tango, no quiere meterlos en su música, y parte del laburo es separar eso”, observa. Pero la influencia del gran Ástor, admite, es inescapable. “Tengo obras que las escucho y me doy cuenta de que se metió. No está mal, porque así como se mete él, se mete Atilio Stampone, que también admiro mucho. Pero estamos como traumados con su influencia, y creo que hay que achicarlo un poco para darle paso a otras influencias y a uno mismo. Desde mi instrumento, la guitarra, tenemos otro gigante: Roberto Grela. ¡Innovó y nos marcó tanto! Lo amamos, lo imitamos, lo seguimos, somos fieles, tenemos su estampita. Pero a la hora de ser vos, en guitarra tenés que tomar la decisión: ¿lo imito, o achico su fantasma y lo pongo al nivel de los demás? Palermo, Canet, Juanjo Domínguez, Anibal Arias...”

“Durante algunos años me peleé con Piazzolla. Quise sacarlo de mi panteón, era demasiado grande. Pero terminé dejándolo. Está ahí con Salgán, Troilo, Julián Plaza, Stampone, Gardel, en mi panteón personal de voces de tango. Al final hice las paces, le doy la bienvenida a mi mundo compositivo y ocupa su lugar a la par con los otros héroes”.