Tiempo técnico. Rodeado de una avezada escuadra tanguera, el barítono pide ayuda. Benjamin Appl, “el favorito en la nueva generación de cantantes de lied”, no encuentra el camino. Es el punto culmine de su viaje, en busca de las raíces que unen el tango y esa vertiente alemana de la música clásica que cultiva. “¿Cómo se canta tango?”, pregunta a sus músicos. “¿Tiene que ver con el vibrato? ¿Con los colores? ¿Con la pronunciación de las consonantes?”. La respuesta de su contrabajista es un bastonazo zen: “Ahora solo podés cantar. Después de trescientas, quinientas o mil pasadas, va a empezar a fluir tu sentimiento hacia el género”. La orquesta pone primera y Appl se esfuerza por embarrar un poco sus notas luminosas y acarameladas. La prueba suena a interrogante: ¿así se hubiesen escuchado Bach y Schubert en un prostíbulo porteño?

En enero pasado, el cantante lírico Benjamin Appl –ganador del Premio Gramophone y miembro del programa de artistas BBC New Generation– desembarcó en Buenos Aires en busca de un misterio. Quería dar con el punto de encuentro entre el lied –género hecho de canciones líricas breves, cuyas letras son siempre un poema arreglado para la música– y el tango. Durante dos meses recorrió bares y milongas, investigó la obra y las guitarras de Carlos Gardel, improvisó en un garage, dio un concierto de lied en la casa de Victoria Ocampo, comió asado y se dispuso a ajustar un poema de Goethe sobre una línea tanguera sin concesiones. Ese periplo finalmente se transformó en el primer capítulo de la serie Breaking Music –un formato “basado en la combinación del viaje musical, el reality y el concierto”– que estrenó Film & Arts.

“El tango es melancólico y triste, narra el abandono y la traición”, dice Appl en las escenas iniciales. Parado frente al auditorio del teatro Im Delphi, en las afueras de Berlín, recita a lo largo del documental los vaivenes de su viaje. Es un alemán afinado: casi dos metros de alto, los ojos cristalinos, la tez lechosa, el cuerpo esbelto, los gestos contenidos. Una extraña mezcla de galán publicitario y curioso antropólogo del siglo XXI. “Un mecenas anónimo se ofreció a patrocinar a un músico clásico para realizar una investigación. Yo acepté. El tango siempre me interesó. Para mí el lied compartía las mismas raíces”. Con el dinero en el bolsillo, tenía dos meses para demostrarlo.

Apenas pisa Buenos Aires, Benjamin Appl parece llevar una nube de truenos sobre su cabeza. Deambula por paseos turísticos que lo frustran, acompañado por un traductor millenial que no podría estar menos interesado en el tango. Pero esos primeros pasos de comedia mutan en asombro cuando escucha cantar a Inés Arce, "La Calandria de Pompeya", que con 92 años y una rigurosa versión de “Se dice de mí” le mueve toda la estantería. Luego pasará por el filo de dos orquestas típicas y la moral subvertida de tangos como “Malena” o “Desencuentro”. Hasta que llega el momento de cambiarse el traje.

En un estudio de grabación, a pocos días de terminar su viaje y volar a Berlín para narrar sus peripecias y cerrar su documental frente a un teatro emperifollado, se propone llevar la nostalgia barrial del tango a los fastuosos campos del lied. Se trata, para Appl, del encuentro “entre el sufrimiento y la esperanza”. Entonces pregunta a la orquesta, casi desconcertado: “¿cómo se canta el tango?”. Y acepta que no va a encontrar respuestas en las palabras. Solo le queda cantar.

“Lo que me impresionó mucho es la estructura del tango, y dentro de esa estructura la libertad que existe. En el lied alemán todo está muy encasillado, encorsetado. Es algo que a veces te saca las ganas de presentar estas obras”, le dijo Benjamin Appl a Página/12 durante su viaje en Buenos Aires, después de largas giras por Europa, Estados Unidos, India y Hong Kong. “Cuando vi la libertad de las milongas, el espacio para la improvisación, quise tratar de hacer eso para el lied y para mi vida”.

-El tango está ligado desde sus inicios a los prostíbulos, a la rispidez del puerto. ¿Cómo se transporta eso a los teatros donde das conciertos de lied?

-Uno puede preguntarse dónde una forma de arte encuentra su lugar de expresión. Por un lado, en el lied alemán se quejan de que no tienen suficientes oyentes, pero hay que tener en cuenta que es una música escrita para tocar en pequeños salones o en casas incluso. Quizás hay que aceptar que es una música que pertenece a esos espacios. Quizás el tango también pertenece a bares y restaurantes, donde nació, y no a grandes escenarios. Esa intimidad se puede transportar. Lo lindo del arte es que no tenemos que distinguirnos por los números y las cantidades.

-En el lied y en el tango se remarca la importancia de la interpretación. ¿Cómo trabajás ese punto?

-Un maestro me enseñó el poder de las imágenes en la mente. Otro me enseñó a usar los distintos colores de esas sensaciones. Ese espectro de colores es lo que uso para interpretar personajes y situaciones. A veces esos colores cambian. Es lo que mantiene despierta la interpretación. Como artista, cada noche tengo que buscar el estado perfecto de la interpretación. Y eso ocurre pocas veces. Somos seres humanos con rutinas muy largas durante el día, cosas que no nos gustan, malos momentos con nuestras relaciones. Siempre traté de no tener en consideración eso, de alejarme... y no funcionó. Uno tiene que abrazar esas cosas que le pasan en la vida e incorporarlas durante la interpretación. Entonces, quizás una llamada telefónica con una mala noticia puede cambiar el color de un personaje de verde a rojo. Hay distintas opciones de interpretación, pero siempre hay que ir por la más potente. Hay que estar enfocado en ese pensamiento para transmitir un mensaje. Eso es importante para el tango como para el lied, sin dudas.

-¿Encontraste lo que buscabas en el tango?

-Vine a Buenos Aires con la idea de que podía estar equivocado, quizás el tango y el lied eran dos cosas muy distintas, separadas. Pero después de muchas conversaciones con los músicos, entendí que ambos son un lenguaje, una decisión entre la música y el texto, entre la emoción y la técnica. En el tango es más intensa la sensación de ritmo y de tiempo. Tiene un efecto muy fuerte para el intérprete y para quienes lo escuchan. Esa es la pieza que quiero incorporar a mi música. Después de investigar el tango, lo que siento es que el lied puede volverse mucho más corporal. Quizá ya no sea lied, pero es lo que quisiera hacer.