Corría la madrugada del 29 de julio, cuando Diego Armando Maradona, acompañado de familiares, fue recibido por el Comandante Fidel Castro en el despacho del Jefe de Estado de Cuba, frente a la legendaria Plaza de la Revolución. Durante más de tres horas el líder revolucionario y el futbolista en la actualidad más cotizado del mundo conversaron de temas tan disímiles como la calidad de las ostras caribeñas y el mejor método para patear un penal. Allí, Maradona formuló su compromiso de volver a La Habana para jugar un partido de fútbol ante el pueblo cubano.

-Oie, dime, ¿Nápoles está abajo o arriba de Roma?

–Abajo, abajo… Está más para el sur. Diego no entiendo nada. Su cara sigue sonriente, pero se lo nota tenso, medio desubicado por una pregunta que nunca pensó que tendría que responder y mucho menos a un tipo como él.

Él se toca la barba bastante larga y blanca, completa e históricamente desprolija, como si ese movimiento lento lo ayudara a meterse la bota geográfica que representa Italia en la cabeza, mientras que con la verdadera bota negra que tiene en su pie izquierdo número 43, tal vez 44, aumenta a una bahía hecha a pisotones, a pura suela y taco, sobre el borde de una mesa ratona de mármol. Él es Fidel.

Diego agarra la onda enseguida, a un toque. “Me está estudiando”, parece pensar al minuto de juego de esta reunión increíble, ocurrido 20 minutos antes de que el pasado martes 28 de julio se hiciera miércoles en la oficina que Fidel utiliza todos los días, desde hace 29 años, en el Palacio de la Revolución de la ciudad de La Habana. Una reunión que terminó tres horas más tarde…

Fidel y Diego, sin apellidos, con espacio y tiempos propios. Sin mucho que ver, como para encontrarse con el asombro. Fidel con ese verde gramilla incorporado a su legendario paisaje. Diego, en zapatillas, como para ir al potrero.

-Oie, cuando tú quieras le hacemos de comer a la niña.

-No, gracias, quédese tranquilo que Dalma se autoabastece…

-Bueno, mejor así, eso le hace bien, dime porque aquí al lado hay un cuarto para que le des de comer tranquila.

-Gracias… Gracias…

"Mi barba ya es un símbolo"

Fidel ahora habla con Claudia, la mujer de Diego, e indirectamente con Dalma, su hija, que no contesta pero mira, que no habla pero llorisquea sólo un segundo para que su madre rompa todos los protocolos y le brinde su pecho izquierdo a una nena mientras Fidel sigue su ronda de sondeos previos preguntándole algo a todos los que estamos allí, incluido quien escribe estas líneas, que por una explicación sobre el modo que los genes determinan la calvicie (todo había empezado por la pelada de la nena de Diego) se trenzan en un dialogo de peluquería, de sábado al mediodía, con el dueño de casa.

-Tu la tienes recortada…

-Si, me la recorte hace una semana… Dígame… ¿a usted no se le ocurrió nunca cortarse la barba?

-Una sola vez, chico, una sola vez. Pero por suerte me di cuenta del error que iba a cometer, compañero. Mi barba ya es un símbolo para muchos.

Diego sonríe cada vez más. Se da cuenta que el monitoreo tan dulce, tan educado de Fidel es para todos. Despaciosamente, a su madre le pregunta por su padre; a su suegra por Claudia, su esposa, y también por su cuñadita; a su cuñadita por el trabajo como profesora de educación física y por su próximo matrimonio con un mecánico de autos (“debe ganar bien con ese oficio”); a su hermanita por la escuela y a su entrenador personal por Diego jugador, después de enterarse que no era el segundo periodista en la reunión.

–Oie, ¿pero tú no eres también periodista?

-No, yo soy el entrenador personal de Diego.

-Oie compañero, me has jugado una mala pasada ¿Por qué entonces me has hecho hablar tanto de velocidad resistencia y otras boberías?

-Porque quería aprender.

La respuesta de Fernando Signorini le cae muy bien a Fidel, le gusta. Él sabe que sabe bastante y toda su seducción es una cadena de gestos tiernos y palabras armoniosamente hilvanadas que parecen poder contener cualquier tema, como su biblioteca que en el ángulo superior izquierdo tiene un libro de fertilizantes y en el inferior derecho uno sobre béisbol.

-Aquí pelota es el béisbol.

-Si, nosotros le llamamos pelota al fútbol.

-Dime, ¿a ti no te duele cuando chutas o cabeceas la bola?

-No.

-Pero coño ¿Por qué me dolía a mi cuando jugaba de muchacho?

-Porque antes se usaba otra pelota, más pesada, menos elaborada.

-Ahhh y dime ¿cómo tiene que hacer un portero para atajar un penal?

-Quedarse en medio del arco y tratar de adivinar dónde va a patear el otro.

-Pero eso es difícil compañero.

-Muy difícil. Por eso nosotros decimos que penal es gol.

-Ah y dime cómo tu chuteas los penales?

-Tomo dos metros de carrera, y sólo levanto la cabeza cuando apoyo el pie derecho y tengo la zurda lista para pegarle a la pelota. Ahí elijo la punta.

-¿Pero que tú dices? ¿Tú chuteas sin mirar la pelota?

-Sí.

-Compañero lo que hace la mente humana no tiene límites. Siempre me pregunto hasta donde llegará junto al cuerpo. Ese es uno de los grandes desafíos del deporte. Es increíble. Y dime ¿es verdad que tu erras pocos penales?

-También, con todos los que erré…

FIdel y Diego en primer plano. Detrás, el autor de la nota y el profe Signorini.


La revolución no da para tanto

-¿A ti te gustan las ostras?

-Me vuelven loco.

(Fidel pide un frasco de ostras a la cocina, las prueba “en esto soy un especialista, no son las mejores pero coman”, dice. Comemos. Al instante pide permiso y se va. Al instante vuelve. “Me acorde que tenía este pomo, estas son mejores compañero”, dice. Y lo notamos. Diego se “baja” cinco copas. Fernando y yo, dos. Todo con cerveza de por medio).

-Tú sabes que tuvimos un problema con las ostras: el agua contaminada. Así que ahora ya hemos hecho un estudio y creamos un lugar para criarlas, como un criadero artificial.

– ¿Aquí se pueden comer en cualquier restorán?

Sí, pero están caras por ahora. Yo entiendo que a los cubanos nos gusten mucho las ostras, pero no podemos aplicarles una política subsidiaria como si fueran necesarias como el azúcar. No, compañero, esto es una revolución pero no para tanto.

Por supuesto, en la reunión no hubo grabador ni el menor intento para anotar lo que se estaba viviendo. Nada de eso. La cosa pasaba por lo domestico, por lo bien Íntimo.

-Dime, ¿tu padre también fue futbolista?

-No, dicen que él era bastante patadura. ¿Sabe lo que es patadura, no?

-Me lo imagino, chico, me lo imagino. Y dime, ¿es verdad lo que escuché en el noticiero, eso que tú vendrías a jugar un partido a La Habana con tus hermanos y con tú amigo Valdano?

-Sí, comandante, es así.

-Qué bueno, qué bueno! Nos vendría muy bien, ¿sabes? Y dime, ¿cuándo tú te vas? ¿Mañana? Oie, qué malo es eso… Pero, ¿tú has pasado buenos días aquí? ¿Seguro? Bueno, a ver si la próxima vez vamos juntos a pescar… Dime ¿y tú crees que nosotros podamos tener buen fútbol?

-Sí, ¿por qué no? Lo único que complica es el calor, pero después tienen todo: habilidad, cintura, música por dentro, resistencia física y ganas con un proyecto.

-Si tú, Maradona, lo dices… Oie, ¿y tú dónde guardas el dinero que ganas en el fútbol?

-Lo invierto en Argentina y en Italia.

-¿Y ganas mucho?

-Sí, gano lo que produzco y eso es mucho. Hoy tendría que tener más, pero en Barcelona perdí mucha plata.

-Ahhh… ¿Y a ti te gusta Nápoles?

-No sé… Parece una broma pero después de dos años de estar allá todavía no conozco la ciudad.

-Oie, compañero, ¿cómo es eso?

- Es que no me dejan salir, comandante. Los napolitanos son así, sólo ellos se entienden. Tengo que cambiar el número del teléfono cada quince días porque no podemos dormir por los llamados. No sé, yo soy para ellos como un semidios. Me comparan con San Genaro. Se lo digo con toda humildad.

- Ya lo sé, chico, ya lo sé. ¿Y tú qué vas a hacer con todo esto?

-Aguantar. ¿Qué otra cosa me queda? Son así, increíbles…

Cuando Castro era de extrema derecha 

- Oie, lo qué es el fútbol, compañero. Yo antes jugaba de extremo derecho (Diego me mira en forma cómplice, como diciendo qué raro que no jugaba por izquierda). También hacía béisbol y ahora hago todavía un poco de básquetbol y bastante natación. Nado media hora pero con todo, y con un compañero tomando el tiempo. A mí siempre me gustó eso de tomar el tiempo… Ahora lo que me tiene preocupado es esto del entrenador personal. Voy a ponerme uno.

- A mí me gusta tomarme el tiempo cuando voy con el auto…

- ¿A ti te gusta la velocidad?

- Muchísimo.

- Oie, ten cuidado, que me han dicho que el tráfico de Nápoles es muy complicado.

Más complicado es darle final a esta reunión increíble porque, en realidad, no lo tuvo. Es que Diego se fue diciendo lo que ya sabe todo el mundo: “Es una enciclopedia. Verlo fue tocar el cielo con las manos. Que los cubanos se queden tranquilos porque lo tienen. Es una bestia que sabe de todo, con una convicción que explica cómo pudo hacer lo que hizo con doce hombres y tres fusiles. Ya le dije que cuando tenga un rato libre me llame para charlar. Yo me invité sólo…”

Es que Fidel se quedó en su mesa de trabajo hasta muy tarde, como siempre, y según cuentan, en algún momento se le escapó una reflexión más o menos así: “Me gusta este chico, es humilde, sabe muy bien de dónde viene. Va a ser lindo tenerlo otra vez por acá y verlo jugar en Cuba. Yo no me lo voy a perder…”

Fidel y Diego. Castro y Maradona quedan para la historia. Claro, en distintos tomos…

Una camiseta argentina, regalo de Maradona a Castro.


Un gol de gorra

“Comandante, disculpe, ¿me la da?”

Fidel responde casi inmediatamente con un gesto tan sencillo como contundente: se saca la gorra y busca la cabeza de Diego, pero antes se da cuenta del detalle, del toque final…

“Espera, antes la firmo, porque si no puede ser de cualquiera” (saca una lapicera del bolsillo de su ropa de fajina mientras doña Tota, la mamá de Diego, le pasa su brazo izquierdo por la cintura presenciando el estampe de la firma). Ahora sí.

Con la gorra puesta, la cara de Diego es de un pibe de la villa que recibe la de cuero un 6 de enero. Así de simple, así de hermoso. Enseguida, una de Diego, otro toque de distinción.

“Ahhh, no… ésta no me la saco más… Con esto voy a todos lados y me la dejo en la concentración hasta el momento de entrar a la cancha. Y no me la pongo para jugar porque es antirreglamentario. Que si no…”

Después, el abrazo, la despedida a un metro del ascensor, los regalos que Fidel había anticipado para que no nos olvidáramos (y que incluían una caja de habanos Cohiba que él dejó de fumar el 26 de agosto de 1985, “aun que ustedes tienen derecho de hacerlo y yo me reserve el derecho a la crítica”), y una noche que terminó de día, a eso de las cinco y media, con La Habana amanecida y con una pregunta entre tantas otras:

-¿En serio que vas a Ir a todos lados con la gorra guerrillera de Fidel?

-Preguntale a mi vieja lo cabezadura que soy.

* Nota publicada en la revista El Periodista, en agosto de 1987, realizada por el periodista Carlos Bonelli.