Fernando Signorini fue testigo directo del primer encuentro entre Fidel Castro y Diego Maradona. Era el entrenador personal del mejor futbolista del mundo y jamás se hubiera perdido la oportunidad de presenciar esa extensa reunión de madrugada, cuando casi toda La Habana dormía. En su libro Fútbol, llamado a la rebelión (2014, editado por Corregidor), escribió el texto Un viaje inolvidable. Es sobre aquella experiencia durante el verano caribeño de 1987 en que se conocieron los dos hombres que mantuvieron una larga amistad de casi 30 años, hasta el 25 de noviembre de 2016 en que murió el líder de la Revolución cubana. El mismo día en que falleció Diego, pero cuatro años después.

Estos son algunos de los tramos más destacados de esa historia:

“Nunca antes (ni después) tuve el sí tan rápido como el que pronuncié al aceptar su propuesta de integrarme al grupo que lo acompañaría. Cuando el vuelo de Cubana de Aviación despegó de Ezeiza, sentí estar muy próximo a vivir momentos de indescriptible intensidad emocional, destinados a convertirse en recuerdos selectos e inolvidables”.

“Al llegar, y cumplidos los trámites migratorios de rutina, nos guiaron hasta las casas de protocolo que habitaríamos, en medio de un deslumbrante paisaje marino. Fueron nueve días (y nueve noches) de ensueño que gozamos íntegramente.

Durante una de las tantas recepciones ofrecidas, tuve el inesperado placer de conocer a un verdadero mito del atletismo mundial, como lo es Alberto Juantorena ‘El elegante de las pistas’, así llamado en su tierra”.

“A falta de dos días para el regreso, Diego fue informado de un inminente llamado para concretar la cita. Decidimos entonces permanecer en las cercanías de nuestros alojamientos, en Varadero, en espera de novedades. Sobre el mediodía del martes 28 de julio, un emisario del Gobierno le dijo: ‘Señor Maradona, en una hora debemos salir hacia La Habana, el Comandante lo espera’”.

“Cuando la ansiedad estaba ya en su punto límite, se apersonó el jefe de ceremonial para señalarnos lo inmediato del histórico encuentro. Tras un viaje de unos 15 minutos, llegamos a la emblemática Plaza de la Revolución. Era casi medianoche”.

“La imponente figura de Fidel nos recibió adornada por una cálida sonrisa. Después, la entera humanidad de Diego desapareció fugazmente dentro del enorme y afectuoso abrazo en que lo estrecharon sus largos brazos. Por más de cinco horas quedamos cautivados por su avasallante personalidad, plena de contagioso entusiasmo y fino sentido del humor”.

“Su curiosidad ilimitada lo llevó a preguntar si había una fórmula infalible para tirar los penales. “Antes de patear, miro al arquero”, le confesó Diego. El presidente cubano tomó un cuaderno, anotó la fórmula y respondió: “Mañana mismo la pruebo”, provocando las risas de los presentes”.

“Pasadas las 03.30 de la madrugada del miércoles 29, se acercó un asistente y nos brindó una variada gama de obsequios. Por mi parte, le entregué al Comandante dos casetes del recital en vivo que Horacio Guarany había realizado recientemente en un repleto Luna Park”.

“La inminente salida del sol marcó el final de una noche radiante. Cuando nos retirábamos, Diego obtuvo quizá su trofeo más preciado: ¡la emblemática gorra de su admirado anfitrión! Nos despedimos. Se despidieron Maradona y Fidel, quien cuando ya la guagua estaba en marcha, se arrimó a la ventanilla con gesto preocupado para preguntarle por última vez: “Entonces, antes de patear el penal, debo mirar al arquero, ¿no?”.