Lorenza Mazetti es una escritora, pintora y directora de cine italiana, dueña de una vida trágica y fascinante, en la que transcurre buena parte del siglo XX, una vida que fue en sí misma una suerte de novela y que tarde o temprano acabaría convirtiéndose en una. O mejor dicho en varias. La primera de ellas fue El cielo se cae (1961), la segunda es Con rabia, escrita originalmente en 1963 y que acaba de salir en español por Periférica, la editorial española que viene publicando toda su obra. Nacida en Florencia en 1927 junto a su hermana gemela Paola, Lorenza quedó huérfana de pequeña, luego de que su madre muriera en un accidente de autos. Las hermanas fueron adoptadas por sus tíos, Nina Mazzetti y Robert Einstein –primo de Albert– quienes las criaron junto a sus dos hijas adolescentes. Pero en 1944, casi en el fin de la Segunda guerra mundial, una tropa de las SS alemanas llegó a la casa de campo cercana a Florencia donde vivían los seis, ametralló a su tía y a sus primas y quemó la vivienda. Su tío Robert se suicidó poco después. Se trató de un asesinato político, en venganza de la huida del famoso físico judío a América. El trauma de estos crímenes, que ocurrieron frente a sus ojos y la dejaron huérfana por segunda vez, marcó completamente su vida.

Huyendo de todos estos sucesos tremendos, en un intento de rehacerse, Lorenza se radica en Inglaterra. Allí estudia y se convierte en directora de cine. Dirige dos films muy singulares: K, basado en La metamorfosis de Kafka y Together, que llega a exhibirse en el Festival de Cannes de 1956. Por ese tiempo conoce a otros realizadores jóvenes y con ganas de cambiar las cosas, como ella: Lindsay Anderson, Karel Reisz y Tony Richardson. Los cuatro escribieron un manifiesto que fundaba nada menos que el célebre movimiento Free cinema, uno de las corrientes más revolucionarias del cine de posguerra. En ese Cannes conoce a Cesare Zavattini (guionista de Ladrón de bicicletas), vuelve a Italia y comienza a trabajar con él. Fue recién allí cuando se decide a escribir, a novelar, aquellos hechos que nunca había olvidado. El resultado es una serie de bellas y poderosas novelas autobiográficas, donde cuenta su historia desde la infancia hasta la juventud.

Con rabia es el segundo volumen de esa saga y es claramente una novela de iniciación. La infancia ya se ha terminado, la muerte de sus padres y el asesinato de sus tíos ya han acontecido. La narradora de esta suerte de diario catártico y poético es Penny, una adolescente que se encuentra en plena ebullición física, intelectual y emocional. Comienza la historia describiendo su entorno y sus costumbres, con las que no sólo no concuerda, sino que la enfurecen, la vuelven presa de esa rabia que aparece en el título de la novela y la va a recorrer hasta el final. Sus compañeras de escuela le parecen unas frívolas, su tutor un necio, la señora que la cuida una pacata irredenta; toda la ciudad de Florencia le resulta un espacio adormecido, idiotizado. La guerra ha terminado, los fascistas ya no están, sin embargo el mal persiste y se llama conformismo.

La crítica que realiza es cultural, pero también es política. Porque lo que más enerva a Penny son las convenciones que las jóvenes tenían que cumplir en la Italia provinciana de los 50, es decir, el lugar subordinado que la mujer ocupa en aquella sociedad. Por supuesto que su odio es intuitivo, visceral, expresado tal como una adolescente podría hacerlo y justamente por eso, es tan valioso y tan potente de leer: es el emergente de una revolución que tendría lugar apenas unas décadas más adelante. Penny comenta entre indignada y risueña: “Tengo la sensación de vivir en una sociedad bárbara donde ser mujer significa, simplemente, tener un montón de problemas con los ligueros.” Pero ella no va a quedar presa de esas convenciones. “No quiero vivir como una autómata en una ciudad marchita, quiero construir por mí misma mi destino.” Son estas algunas de las ideas que hicieron que Con rabia se convirtiera en una obra de culto.

La persona favorita de la narradora es su hermana Baby, centro y depositaria de todas sus obsesiones. Es a ella a quien cuenta sus preocupaciones filosóficas, sus inquietudes sexuales, sus ideas descabelladas, es con ella con quien se escapa de la escuela o de la iglesia para ir al cine, a la feria de atracciones o simplemente a caminar y perderse. Pero a este costado divagante, alocado y juvenil se le irá superponiendo lo que ocurre en la cabeza de Penny por las noches. Sus sueños con soldados alemanes ametrallando a sus primas, sueños en los que se convierte en lobo, sueños en los que ella misma es ametrallada. Las imágenes oníricas ocupan un lugar importante en el relato, porque las vivencias no procesadas – ni olvidadas, ni perdonadas—vuelven al presente, y amenazan con tomarlo todo. El deseo de vengar a su familia va creciendo en la protagonista, volviéndose tan grande que encuentra un correlato en la historia del Príncipe Hamlet. Ella también encuentra que en su mundo “el tiempo está fuera de quicio” y se siente llamada a hacer algo, aunque no sabe exactamente qué.

Y así como Hamlet termina de tomar consciencia de sus problemas al ver una obra de teatro, Penny va a poder comprenderse a sí misma a partir de dos lecturas fundamentales que llegan a sus manos: Franz Kafka y Albert Camus. Ambos autores ponen en palabras la extrañeza y la profunda sensación de inadaptación, de extranjería que siente. Promediando la novela, la narradora saca algunas conclusiones. La primera es que Dios ha muerto: no puede haber alguien bondadoso observando todo lo que ocurre y no hacer nada. La segunda, es la certeza de que en este mundo violento, los poderosos se impondrán siempre a los débiles. Y de allí se desprende la tercera: si no hay estado ni Dios que los defienda, es ella misma la que tiene que actuar. La idea de hacer justicia la domina por completo y por más que no encuentre el modo de llevarla a cabo, es esa fuerza la que la saca adelante.

Con rabia termina abruptamente, con una salida por arriba a esta encrucijada existencial a la que la protagonista se lleva. Y deja el terreno listo para la que sigue. Así como en algún momento del transcurso de las páginas la narradora habló sobre que “el cielo se cae” –nombre de su primer novela-- la última frase de esta prenuncia el título de la siguiente. Que por lo visto, tampoco es nada apacible ni tranquilito: “¿Puede prestarme su pistola por favor?”.