Clementina no corre-limpia-barre, pero se la pasa recogiendo objetos caídos, esquivando muebles y trepándose a las sillas, escaleras y estantes que protegen el camino hacia el balcón como si se tratara de una fortificación. Y, claro, refregándose las manos con alcohol en gel, esa necesidad y urgencia transformada este año en costumbre asimilada al ADN. Clementina –como la actriz que la interpreta, Constanza Feldman, de aquí en más Cony– está atrapada en el departamento en el cual vive junto a Guillermo, encarnado casi siempre entre las sombras por Agustín Mendilaharzu (de aquí en más Agustín), el único integrante de El Pampero Cine que permanecía virgen como realizador en términos formales. El contexto es, desde luego, el aislamiento social impuesto allá lejos en el tiempo, en marzo de este año que, felizmente, ya se termina. Clementina, codirigida por ambos, es el resultado creativo de un impulso ante las rutinas de la cuarentena: tomar una cámara y hacer algo. Contar algo. Clementina nació como un cortometraje, pero creció hasta transformarse en otra cosa. Una serie de películas. O una serie web (“No, eso no. No nos gusta”, dice Agustín. “Es como que remite a gente filmándose con sus celulares. La negación de las posibilidades del cine”). Ok, tal vez una serie a secas. Sea como fuere, a lo largo de cinco episodios –o cuentos o como se los quiera llamar– la pareja en la ficción, reflejo indirecto de la pareja en la vida real, atraviesa los días y los meses enfrentada a decenas de peligros cotidianos, una aventura de interiores cuyo principal enemigo es el propio edificio de departamentos donde cohabitan. Un monstruo grande lleno de defectos y apetencias inesperadas, ámbito de tropezones y caídas, pero también de momentos de descanso y paz. De a poco, con el correr de los minutos de la saga, los encuentros con otros personajes permiten un respiro al ahogo rutinario y, ya con la primavera asomando la nariz, la historia se abre a otros ámbitos. A otros departamentos. A otras aventuras. La primera entrega de Clementina –la más breve, el corto seminal– se estrena este domingo en la plataforma Kabinett, justo antes de las fiestas y de manera gratuita. A partir de los primeros días de enero, seguirán el mismo camino los cuatro capítulos restantes, en las mismas condiciones y con una periodicidad variable.

“No estamos seguros de qué parte es verdad y que parte inventamos”, reflexiona Agustín del otro lado de la pantalla. En el origen, sí, hay tres proyectos teatrales –uno juntos y otros dos por separado– que hacia finales de marzo comienzan a complicarse: sin posibilidad de ensayar y con las salas cerradas; ergo, sin fecha posible de estreno. Cony recuerda que, cuando se anunció que el confinamiento comenzaba a las cero horas del 20 de marzo, decidieron hacer una escapada a las oficinas de El Pampero y agarrar una cámara. “No sabíamos cuánto iba a durar esto y qué íbamos a poder hacer y qué no. Tal vez ocurrían cosas trascendentales y era ideal tener la posibilidad de registrarlas”. “Yo soy camarógrafo”, se suma Agustín, “y trabajo mucho haciendo de camarógrafo en documentales. Mi forma de hacer cámara en ficción y en el documental está totalmente ligada a la experiencia de lo real. Yo no estudié fotografía, pero tengo muchas horas de vuelo en el registro de lo real, y cuando tenés algo delante que va a ocurrir una única vez, no podés repetirla”. 

A pesar de las intuiciones, la cámara estuvo guardada varias semanas, mientras el “vemos la semana que viene, a ver si se abre todo” de los grupos de WhatsApp dejó de ser una posibilidad concreta. Fue entonces cuando el monstruo se despertó y Agustín recuperó los reflejos. “En el tiempo libre empecé a divertirme filmando el desfile de albañiles, plomeros y demás que comenzó a darse en el edificio”. Varios de esos planos documentales quedaron insertados en la ficción, que no tardaría en hacer eclosión. En el primer capítulo, titulado “La colección”, de unos doce minutos de duración, Clementina observa por la mirilla de la puerta de entrada del departamento a un par de trabajadores antes de la faena, su conversación oculta a los oídos del espectador gracias a un efecto de deformación del audio. Un momento que recuerda al Polanski más paranoico, aunque aquí el sentido del humor inhabilita los horrores reales o intuidos. La “colección” a la cual remite el nombre del episodio –el cortometraje que nació como tal, antes de pegar el estirón– no es otra que la infinita galería que Agustín tenía en su depto del barrio de Chacarita, justo enfrente del club homónimo. Una civilización de personajes de porcelana, plástico y peluche, entre otros elementos constitutivos, que incluyen alcancías con forma de chancho, gauchitos giles de varios tamaños, ángeles y pandas, popeyes y kens, monstruos clásicos, mamushkas giratorias y un pájaro palillero servicial, siempre dispuesto a ofrecer un escarbadientes a quien presione su cabecita.

CREAR EN CUARENTENA

Nacida y criada en Tandil, formada artísticamente entre Argentina, Brasil y Europa, Constanza Feldman es bailarina, actriz y coreógrafa. Su carrera, ligada al Teatro Bravard, incluye obras como Luego del Zonda, Narcolepsia y el ciclo La Crisis del Salto. “Es la primera vez que actúo frente a una cámara, más allá de alguna participación en cortometrajes de amigos. Y me di cuenta de que hay muchas diferencias con la actuación sobre las tablas, aunque lo particular de este proyecto, cuyo rodaje fue prácticamente hecho por dos personas, tiene muchos puntos de contacto con el teatro independiente”. Socio fundador de El Pampero Cine junto a sus compinches Mariano Llinás, Laura Citarella y Alejo Moguillansky, Agustín Mendilaharzu –el único sin una “ll” en el apellido, desequilibrio que el “Guillermo” de la ficción viene a remediar– también es dueño de una sólida carrera como dramaturgo y director de teatro, siempre en colaboración con Walter Jakob. Sin embargo, los cinéfilos reconocen su nombre de inmediato como el responsable de la fotografía de una gran cantidad de largometrajes pamperos, como Historias extraordinarias, El escarabajo de oro, Ostende y La Flor. “Nos conocimos en unas vacaciones hace cosa de tres años”, afirma la voz en off de Agustín en Diario de Clementina, suerte de prólogo a la vez que backstage de la realización del proyecto, que puede verse en Youtube (https://www.youtube.com/watch?v=I6GGV11YcRo). 

“Estuvimos saliendo dos años sin demasiado compromiso, pero en febrero de este año nos fuimos de vacaciones, y a la vuelta comenzamos a vivir juntos. Aunque de manera alternada entre la casa de una y otro”, continúa el relato, describiendo la prehistoria de una convivencia que la llegada de la cuarentena selló con fuego. Y en un único ámbito. En la conversación con Radar, Agustín recupera los mojones de la génesis creativa: “Empezamos a darle vueltas a la idea de hacer una ficción que incluyera una serie de elementos que nos parecían interesantes: Cony empujada a una convivencia sin mucho análisis previo. Un departamento muy habitado, con mucha presencia de su dueño y que, por lo tanto, parece dejar poco espacio para una nueva habitante. Un edificio que se volvió loco. Todo eso durante el comienzo de la pandemia. En un primer momento hicimos pruebas y filmamos para divertirnos, y justo ahí pasan dos cosas: el anuncio de que vendrán a tapar los agujeros que teníamos en las paredes del baño y el pequeño milagro de los tres autos con los tres colores de Chacarita estacionados abajo. Antes siquiera de conseguir un trípode, hicimos esos dos planos, destinados a quedar en el montaje final. Y ahí empezamos a filmar, a rehacer, a reescribir”.

Además de un concepto coreográfico que remite sin atajos al musical abstracto ma non troppo, Cony confirma la influencia de Jacques Tati en la creación de “La colección”. No sólo por los momentos de humor físico y absurdo cercanos al slapstick sino también por el uso metódico de los efectos de sonido sumados en posproducción. “Cuando hicimos el primer armado ya estaba la idea de que lo sonoro tuviera mucha relevancia, pero lo primero que hicieron Agustín, Mariano y Alejo fue juntarse con un saxo, un redoblante y una trompeta para hacer sonidos cómicos. Nada de eso quedó documentado, lamentablemente. En la versión final, todos los sonidos fueron creados o reelaborados por Marcos Canosa”. La música, como suele ser la costumbre, es del compositor Gabriel Chwojnik, colaborador incondicional de la casa productora. Y entonces fue que llegó la otra idea, fogoneada por los pamperos restantes: bautizar a los personajes y continuar las aventuras de la protagonista. En palabras de Llinás en el Diario, “A todo el mundo le gustan las series. Hacé una serie. ¿Por qué no seguir? Qué sigan las aventuras o desventuras de ese personaje”. Con casi media hora de duración, el capítulo 2 de Clementina, intitulado “El hombre blanco”, es una bestia de una raza diferente a su antecesor. Basado libremente en la llegada real de un albañil real al departamento ídem de los responsables del proyecto, el relato describe el trabajo de reconstrucción del baño e incluye la participación de Willi Prociuk, amigo íntimo de Agustín, en el rol de su par ficcional (“Fuimos compañeros muchos años de un taller de actuación. Willi actuó en Historias Extraordinarias y en La Flor. Pero además yo actué en una obra suya y él en una mía. Finalmente, era vecino, así que eso hizo mucho más sencillas las cosas”). 

Ya no hay lluvias de hojas que marquen claramente la llegada del otoño y el caos original del departamento se ha transformado en algo parecido a un cosmos, los objetos de la colección agrupados mediante cierta lógica animal, mitológica o utilitaria. El tono es otro, diferente, tal vez más melancólico, signado por una sopa de verduras compartida y un rostro blanco como la cal. “Hay un texto teórico de Rafael Spregelburd que dice que las obras que le interesan nacen del encuentro de cosas que no tienen hipótesis de unión. Algo de eso retomamos con Walter Jakob en algo que escribimos sobre una obra que hicimos juntos, La edad de oro. Y acá también empezó a pasar algo así: ¿qué ficción podía incluir todas esas cosas que se nos vinieron encima como una imposición? Dejemos de lado los muñecos, que son el resultado de mi… de mi… estupidez (risas). Pero la pandemia y el encierro fueron imposiciones. Lo mismo la falta de agua en el edificio, que nos tomó de sorpresa, justo en el momento en el que todo el tiempo te decían ‘lávese las manos’. Lo mismo la gente en el departamento, metida para hacer arreglos en plena epidemia de no se junte con nadie”. 

La hostilidad de un edificio nunca puede ni debe minimizarse. Pero, a veces, como suele decirse, las crisis son momentos de cambio y de creatividad.

LA CUESTIÓN DE LA AUTORÍA

Una hora después de que la entrevista ha terminado, Agustín envía un email cuyo eje gira alrededor de un tema que surgió durante la conversación. “Me parece que el tema de asignarle autoría a un objeto como este es un problema que tiene el mundo y no Cony y yo. Sabemos que a la larga el mundo va a demandar que haya un nombre junto al título, y ahí no tenemos dudas: son nuestros dos nombres. Pero nosotros no lo pensamos de ese modo mientras lo hacíamos. La historia detrás de Clementina es la de la conformación de un equipo que tiene que llevar a cabo una tarea. Una muy exigente: fue una tarea titánica, y en total, sumando el Diario, vamos a estar arañando las tres horas de metraje final. Había algo para hacer, había que cumplir con una misión, y armamos un equipo tratando de sacar lo mejor de la experiencia y de las habilidades de cada integrante”. Una hora y algunos minutos antes, Cony recordaba que “fue todo un tema cuando empezaron a sumarse otras personas. Organizarnos con los horarios, decidir qué comíamos, el tema de los protocolos, que los ambientes estuvieran ventilados, que nadie hubiera visto a otra gente”. En el capítulo tres, dedicado a los problemas con el agua que empiezan a arreciar en el edificio –nuevamente, basados en hechos estrictamente reales– hay un plano en el que una vecina chismosa, encarnada por Bárbara Massó, ingresa al departamento. Un plano que requirió una compleja ingeniería corporal. Durante el rodaje, Clementina abrió la puerta, Agustín dejó de hacer cámara para entrar en cuadro y transformarse en Guillermo, la visita avanzó entonces lentamente y el foco fue corregido por Cony, la actriz devenida foquista, aun así pronunciando sus líneas de diálogo detrás de cámara. “Estamos muy acostumbrados a trabajar en equipo, al funcionamiento del grupo. Tanto Cony en el teatro independiente como en lo que hago yo en las películas. Todas las decisiones suelen estar auditadas. A la gente le cuesta creer eso cuando piensa en las películas de Llinás, un tipo con una personalidad avasallante. Pero Mariano no impone y nosotros le pegamos todo el tiempo, como si fuéramos un coro de hijos de puta. Ese funcionamiento de grupo lo tenemos muy incorporado. Pero en este caso, en cambio, estuvimos trabajando en soledad. Mucho mensaje de audio, alguna videollamada. Le transferíamos los planos al montajista, Miguel de Zuviría –realmente, nuestro máximo aliado en este proyecto– y él nos los devolvía editados. Pero todo así, a la distancia”.

“Lo de la autoría es una discusión que forma parte de mi vida”, continúa Agustín. “El nombre te ayuda a ordenar la filmografía, para que los objetos no queden sueltos. Pero yo soy el que más jode en El Pampero con el tema de la energía grupal, de parar con eso de ‘la película de’. Y fue bastante efectiva mi gestión en ese sentido”.

“Los dos hacíamos de todo, todo el tiempo”, aporta Cony. “En el teatro y la danza independientes uno se acostumbra a hacer exactamente eso, algo muy artesanal. Acá fue ser dos, pero trabajar como un equipo”. El subsuelo que se inunda, el agua que se corta, la bomba que debe ponerse a funcionar cada cierta cantidad de horas para evitar el desastre, la fase que salta y deja sin electricidad al piso. Problemas comunes y, al mismo tiempo, pequeños desastres. “Conesa”, el cuarto capítulo de la saga, y el más largo hasta ese punto, introduce en la trama un espacio novedoso: la aparición de otro departamento, ubicado en la calle titular, que debe ser puesto a nuevo de manera urgente para poder alquilarlo. Por primera vez en toda la serie, aparece en pantalla un elemento que ha sido condición sine qua non en casi todos los proyectos audiovisuales producidos durante la pandemia a lo largo y ancho del mundo: la videollamada. A la distancia, el padre de Clementina, interpretado por el experimentado actor Horacio Marassi, le pide a su hija un pequeño gran favor. Hacerse cargo de todo: de los arreglos, de la pintura, del contrato. Las nuevas aventuras incluyen la aparición de otro yesero (Juan Barberini, también vecino de la pareja en la vida real) y de ese emblema de los primeros meses de cuarentena, el pan de masa madre. El quinto y último episodio, que cuenta con la participación especial de Laura Paredes y al momento de escribir estas líneas aún está en los primeros pasos del proceso de edición, pone a los personajes centrales en la obligación de mudarse. Como le ocurrió en la vida real a Cony y Agustín.

VIDEO LLAMADA DE ATENCIÓN

 

De nuevo al inicio. Antes de que todo empezara, Agustín trabajaba en una obra de teatro, Cony en otra y, juntos, en un tercer proyecto. Todo se cortó, se puso en pausa. “De momento nos interesa aprovechar algunas posibilidades que nos da el cine por sobre cualquier otro arte: la de narrar el cruce del relato íntimo con el Gran Relato y la de afirmar, una vez más, que la comedia puede ser un camino hacia la reflexión profunda”. La cita textual pertenece a un texto descriptivo redactado cuando el proyecto de Clementina comenzó a tomar forma. A la distancia, Agustín cree que la pandemia “nos agarró mejor preparados que a otros. Es decir, ese rechazo de tantos años a los esquemas grandes y esa profundización de tantos años en modelos muy acotados de producción hizo posible que, ante esa situación extraordinaria, El Pampero respondiera con una producción febril. La pandemia, lejos de detenernos, nos impulsó. A mí, ni hablar. Pero Alejo filmó un largometraje y editó otro con material viejo, Mariano estrenó Lejano Interior y sus cartas con Matías Piñeiro, Laura entró en la recta final de Trenque Lauquen y terminó un mediometraje por encargo. Esa idea, la de que la pandemia puede verse como un llamado de atención sobre la conveniencia de ciertos esquemas más artesanales, menos contaminantes, es interesante. Aclaro que la agenda ecológica no es mi fuerte, para nada. Pero siempre uso las palabras ecología y ecosistema cuando hablo de cómo producimos y filmamos”. La charla termina. Detrás de los entrevistados, mientras dicen chau y saludan con la mano, la misma pared que puede verse en el capítulo final de Clementina. El círculo se cierra. La duda queda. ¿Continuará?