Al grupo de los ex futbolistas

 

Espero que el título del texto no sugiera que se trata de un complejo texto de teología a la que fui tan afecto, ni siquiera una insidiosa petición de principios dados para avalar con un razonamiento la existencia de un ser supremo que nos fundamente el sentido dado por un recetario. Cuando Nietzsche a través del personaje del loco pregunta "¿no es verdad que andamos errantes como a través de una infinita nada?"; o la más famosa sentencia “Dios ha muerto”, se refiere al Dios de la metafísica Occidental, no a la cuestión de lo divino o de la divinidad, a lo abierto que resuena en obras como la de Foucault o Blanchot, a la ausencia de una figura, que nos permitiría autorizarnos, y no como creía Mitia Karamasov: si Dios no existe todo está permitido. 

Es todo lo contrario. Dios permite (si existe) la irresponsabilidad de nuestros Plinia y Neikos, el amor y la discordia. En tiempos como estos en donde Dios brilla por su ausencia, cualquier manifestación de un don excepcional, puede conmocionarnos. No participo de esa vivencia, por el contrario, creo que cada uno le da o trata de dar sentido a lo que siente y acerca de eso, poco o nada se puede… Algunos sentidos son orientados tal como una flecha sobre una calle, lo que no contradice la aceptación o no de su cambio; otros son impulsados por una íntima pero oscilante convicción inconsciente. No soy una excepción. Son mis vivencias las que orientan el sentido de lo que expreso. Y en cualquier caso nunca con total certidumbre. Al fin de cuentas la vida de Maradona como la de muchos otros hombres me conmueve por lo que son, más allá de todo lo que ahora se arroja sobre su persona, acaso porque no se suele tolerar a un ser humano tal como es o como la circunstancias lo hacen aparecer… Transcribo lo que me ocurrió.

Estaba dispuesto a almorzar cuando el noticiero anunció la muerte del Diego. Una sensación intrasmisible se mezcló con la sorpresa. La realidad tiene esas cosas: afecta a nuestros sentidos con lo inesperado de una manera a la que nunca terminamos de acostumbrarnos. Rápidamente los distintos canales expandían el tema. Rápidamente el rumor de la calle se acrecentaba o me parecía que se acrecentaba. Me asomé a la ventana, sin darme cuenta de que estaba lagrimeando y un vecino del barrio, con el que apenas suelo intercambiar algunas palabras, me miró con una mirada un tanto insidiosa. A boca de jarro me dijo: Qué, ¿por Maradona? Me dio ganas de mandarlo a la mierda y la verdad es que no suelo responder a las personas que no tienen mucho que ver conmigo y a las que no puedo explicarles lo que les costaría mucho entender. Dejé la docencia hace unos años y ahora soy un jubilado que pasa sus horas en la lectura, entretejiendo recuerdos y preguntándome si la vida no es nada más que un prolongado y difícil ensayo de acumular recuerdos para despedirse de la manera más serena posible. 

Recordaba la primera vez que había recibido como un regalo de los reyes magos una pelota de fútbol que mi padre había hecho traer de Bell Ville, donde las fabricaban. Recordé la prisa de juntar a mis amigos para ir al parque Urquiza y armar un picado. Recordé una de las tantas palizas que mi madre me dio al regresar de un torneo en la iglesia de Pompeya, por ser de madrugada. De repente estaba instalado en el pasado o por lo menos sacaba los recuerdos o los iba a buscar como si abriera un cajón para encontrar la camiseta de Central impecable y prolijamente planchada… Pero el mejor de mis recuerdos me lleva al momento posterior al partido que habíamos perdido, cuando tirados sobre la gramilla, tratábamos de explicarnos lo que habíamos hecho mal y…subrepticiamente, como si el partido homologase otras partidas, nos encontrábamos hablando de nuestras pasiones, de la compleja profundidad de la vida que casi siempre desestima nuestros sueños y nuestros ideales. 

Siempre he creído que esa vivencia me enseñó que la felicidad o la desdicha suelen ser inesperadas, aparecen cuando uno menos las espera y por razones que no son siempre las debidas (aunque, la palabra deber es o me parece difícil de aplicar al concepto de felicidad o de dolor, que implica razones casi siempre misteriosas) Por todo eso, para mí, el partido de fútbol en los huecos ha sido motivo de una felicidad difícil de explicar; no suele reducirse a las implicancias que las clases conservadoras (sea lo que sea lo que digan) le atribuyen. Uno dice que quiere ganar y es cierto, pero siempre hay algo más allá de eso que está como oculto detrás tantos pretextos. La felicidad o la desdicha momentánea que siempre aceptamos los que menos tenemos... Empédocles nos ha enseñado al respecto, un leiv motiv de la alternancia. Los mitos también pergeñaron mucho de nuestra cultura… Lo hermoso del juego, la habilidad de algunos, la igualación momentánea del que viene de lo más bajo, con quienes hemos tenido la suerte de un destino mejor. Una suerte de rivalidad comunitaria donde muchos ponen en juego la convicción de su ser. La amistad compartida que es la pasión más noble, los días de la infancia, algo de la incertidumbre en la esperanza… Es difícil explicarlo, tal vez me baste decir que soy argentino no porque pertenezco a un territorio geográfico, sino porque el fútbol y el tango emergiendo en un medio que llamamos popular. Se me generan sentimientos que son difíciles de comprender. O como lo dice Martín, que muchos obvian por ser de aquí: “El fuego pa calentar debe venir desde abajo”. Por supuesto, el sistema, el Capital, siempre trata de adueñarse de todo y lo corrompe, tal como el agua corrompe al fierro por ser un metal innoble… No veo por qué el fútbol como tantas otras prácticas podría haber escapado a eso. 

Escribo esto porque alguien me miró con una cierta ironía al verme llorando por la muerte del Diego, siempre hay aspiraciones que miran por encima del hombro… Lo repito, es difícil comprender para quienes no saben conjugar debidamente el verbo compartir, lo que es lograr una emoción comunitaria… de algo que proviene desde muy abajo y que, desde la insistencia de un origen, de una pertenencia, nos traza caminos inescrutables… como puede darnos “La mano de Dios”.