Grease, Jamás besada, Footlose. Las películas sobre el esperado baile de graduación son un subgénero tradicional en el cine de USA. Un retrato del fin de la adolescencia y un desfile de rituales vetustos que se repiten década tras década sin pensar demasiado el origen y significado. La flor anudada a la muñeca, el vestido despampanante, el smoking alquilado sin una arruga, la limusina amplia para chapar en el asiento de atrás, pero, sobre todo, la exigencia de conseguir una pareja del sexo opuesto para el baile. Es la coronación de la educación hétero cis que recibieron lxs estudiantes en la institución. El premio a la inversión que depositaron sus familias conservadoras. Algunas películas se animaron a romper el molde y mostraron, e incluso se burlaron, del costado más cruel de estos eventos competitivos que marcan una línea entre juventud y adultez. Todo lo que está dispuesta a hacer una persona para ser la más popular de la fiesta y convertirse en la envidia de su entorno si son nombrados rey o reina. Carrie (el hazmerreír de la clase con su vestido blanco ensangrentado prendiendo fuego con su mente el salón con todxs dentro), Hair High (una parodia animada sobre una pareja de adolescentes que tras morir regresan en forma de esqueletos a vengarse y reclamar sus merecidas coronas), y la más queer de todas: Lady Bird. Cuando llegaba la hora del baile, las amigas inseparables, Lady y Julie, se elegían como acompañantes y bailaban los lentos apoyadas en el hombro de la otra. Ryan Murphy se une a este grupo con su nueva película El baile, producida por Netflix. Una adaptación del musical teatral LGBTIQ de Broadway (basado en el libro de Bob Martin y Beguelin) con un elenco de estrellas hollywoodenses. 

Enfundada en un vestido azul con baño de brillos, Meryl Streep irrumpe en el plano afirmando su beta queer de diva. Pidiendo a gritos agudos ser homenajeada, mostrada y monstreada por el universo drag tal como Cher y Madonna. A sus costados están James Corden, Nicole Kidman y Andrew Rannells.

El baile versión streaming es un musical que no disimula su carácter naif: a una estudiante lesbiana, Emma (Jo Ellen Pellman), le prohiben asistir a la fiesta con su novia. La historia sucede en Indiana, Estados Unidos. En esa elección hay un trasfondo aunque la película no lo diga: es el Estado donde el político homofóbico Mike Pence (el vice de Trump) fue gobernador. En aquellos tiempos oscuros, Pence puso en marcha la "Religious Freedom Restoration Act". Una Ley que permitía a propietarixs y a cualquier individuo de Indiana denegar servicios a miembros de la comunidad LGBTIQ amparándose en su libertad religiosa. Decisiones políticas llenas de homoodio que gran parte de lxs estadounidenses, y hasta la misma Hillary Clinton, salieron a cuestionar. El baile retrata la mirada conservadora de Indiana (lugar donde nació Ryan Murphy) en contraste con la de Nueva York. La ciudad donde viven estas estrellas del musical que, destruidas por la crítica, buscan una causa social para flamear una bandera y lograr la atención de los medios. 

Por supuesto, eligen viajar a Indiana a alzar la voz por la indefensa chica lesbiana. Hay en ese detalle narrado desde la comedia un palo a la banalización de la discriminación al colectivo, pero sobre todo al oportunismo de las celebridades. Ese enfoque se vuelve más interesante y profundo que el principal: la adolescente que sufre porque su novia no se atreve a enfrentar a su temible madre. Con sus aciertos y defectos, El baile pone en crisis los rituales hétero tradicionales, ese cuestionamiento se extiende a la representación estática que les da el cine. Tan amado como odiado, con mejores o peores obras, Ryan Murphy sigue tratando de ser coronada Reina del baile.