Raymond Quenau es prácticamente un prócer en Francia: exquisito enciclopedista, matemático anómalo, escritor genial –por lo proteico, rupturista y prolífico—, vanguardista disidente y a la vez, casi el último de su especie. Cofundador del mítico grupo de experimentación literaria OuLiPo, miembro honorario del Colegio de Patafísica y los títulos siguen –ampliaremos más adelante, pero basta para delinear su enorme y singular figura. Pese a todo, hasta hace pocos meses era dificilísimo encontrar libros suyos en nuestro idioma. Había que conformarse con retazos de sus textos principales – Ejercicios de estilo, Cien mil millones de poemas—en Internet, o quien podía, leerlos en francés. Pero este año el vacío se ha empezado a completar generosamente, cuando dos libros de su autoría, con traducciones locales, acaban de llegar a librerías. Uno de ellos es es Odile (Leteo), hipnótica novela de iniciación publicada en 1937 y que llega a la Argentina por primera vez, en manos de Pedro B. Rey. La otra es la muy conocida Zazie en el metro (Ediciones Godot), que ya tenía ediciones en nuestro idioma, pero con la juguetona traducción al rioplatense realizada por Ariel Dillon, cobra una dimensión muy particular. Excelentes noticias para los francófilos en general y para los amantes de Queneau en particular. Una doble entrada a la obra de este inmenso autor de culto.

Hay que saber que Raymond Queneau nació en El Havre, Sena Marítimo, en 1903. Graduado en 1919 en latín y griego, se trasladó a París a formarse en la Sorbona donde estudió matemáticas, letras y filosofía. Allí se sintió llamado por el movimiento surrealista, en el que entró en 1924 y partió en 1929. Trabajó como periodista y a partir de 1938, fue colaborador de la editorial Gallimard en la que trabajó como traductor, lector y miembro del comité de lectura. Para esa editorial dirigiría, años más tarde la ambiciosa Enciclopedia de la Pléaide. Además de narrativa, poesía y frecuentes colaboraciones en el terreno cinematográfico, será miembro de la Academia Goncourt de letras y de la Sociedad Matemática de Francia. Su vida de pionero erudito y excéntrico es apasionante y bien vale un estudio biográfico pormenorizado, con todos sus detalles, sus amistades célebres, sus invenciones en diversos campos, sus vueltas sobre algunas ideas que va a profundizar hasta el día de su muerte, en 1976.

En la condensada y bella introducción a Odile, Rafael Cippolini sitúa este texto en la enorme y profusa constelación de obras de Queneau. Se trata de su cuarta novela, que publicó a los treinta y cinco años, en el fervoroso y agitado período de entreguerras, cuando ya había salido eyectado del surrealismo por desavenencias con su líder, André Breton. El prologuista pone el acento en una investigación que Queneau desarrolló por esos años y que quedó inédita hasta después de su muerte: un estudio monográfico sobre una figura extraña e interesante, “los locos literarios”, científicos franceses del siglo XIX, que proyectaba como una enciclopedia de ciencias inexactas. Este estudio sienta las bases de toda la obra de ficción que va a desarrollar Queneau, con un punto de vista claramente distinto del adoptado por el surrealismo con respecto a los mismos temas. Como se dice en el prólogo: “En cierto modo, las investigaciones de Queneau fueron una continuación de los trabajos emprendidos por este grupo, pero se distinguen de ellos por su rigor científico, su espíritu de análisis y su deseo de comprender.”

Vayamos entonces a Odile, historia que es una suerte de ajuste de cuentas con el movimiento surrealista. El protagonista es Roland Travy: curiosamente, si bien él es el narrador, su nombre termina de aparecer completo hacia mitad del texto. Se trata de un solitario joven, alejado voluntariamente de su familia, que vive en hoteles de mala muerte y se rodea de toda clase de rufianes, mientras dedica día y noche a oscuras investigaciones matemáticas. Vive a expensas de un tío adinerado y rehúye de cualquier contacto íntimo, hasta que aparece en su vida una mujer llamada Odile, con la que va a establecer una suerte de amistad. Centro ausente de sus días, la anhela al mismo tiempo que la aleja y aunque todo indica lo contrario, exclama vivamente que no está enamorado de ella. Algo interesante es que cuando el relato se inicia, Travy se encuentra enlistado en las tropas francesas que ocupan el territorio de Marruecos. Lo que el narrador experimenta en esos meses extraños no queda fijado en su memoria, ni tampoco todo lo ocurrido antes de aquel acontecimiento. Una parte de su vida se borró. Como una constatación poética de ese shock que produjo en los hombres la guerra, del que hablaría Walter Benjamin.

El mundo de los rufianes, las especulaciones matemáticas y la soledad se verá de pronto interrumpido cuando Travy conoce a Anglarès, líder de un movimiento --algo más que-- literario y de intereses infrapsiquicos. Así como el narrador se parece mucho al Queneau de aquellos años, este carismático señor de monóculo no es otro que el alter ego de André Breton. Travy trajina incansablemente por calles, bares y plazas parisinas, pensando en aquellas personas, con las que termina enredado. Sus estudios matemáticos le interesan a Anglarès, quien lo invita a formar parte de este grupo. Todo el retrato de ese movimiento, con sus lecturas poético adivinatorias, sus rencillas, sus asambleas, sus votaciones arregladas, sus secretos a voces, es de un humor y una picardía extraordinarias. Y si bien hay parte de esa trama que el lector puede perderse por lo difícil de reponer las internas de aquella época de ismos, es muy disfrutable la burlona parodia de esa insólita solemnidad.

Toda la riqueza y la vivacidad de los diálogos de Odile, explota en Zazie en el metro (1959). La novela cuenta la aventura de una simpática y burlona niña de provincia que visita Paris y a pesar de que es su única obsesión, nunca puede viajar en metro. Guiada por su tío Gabriel y por un taxista amigo, recorren una Paris levemente alucinada, donde los célebres monumentos históricos se confunden en las cabezas de estos ineptos guías turísticos. La obra adquirió una relevancia tan inmediata que conviertió a Queneau – que ya contaba con un extenso recorrido en las letras-- en un autor popular. Es uno de los libros más vendidos de Francia hasta hoy y es considerado uno de los más importantes del siglo XX. Existe también una celebrada adaptación cinematográfica, filmada en 1960 por Louis Malle.

Parte de las experimentaciones literarias de Queneau –que se insinúan en Odile y se consolidan en Zazie-- pasaron por la utilización de lo que él bautizó como "neofrancés". Una transformación del idioma escrito, -sumamente formal y codificado- hacia la lengua popular francesa, llegando al extremo de la adaptación de su pronunciación en la letra impresa. De hecho la primera palabra de Zazie en el metro es "Doukipudonktan?" , constructo trasgresor que es traducido en la edición local como "Dondeskapestatán". Toda la versión de Ariel Dillon brilla por el dinamismo de su rioplatense, tanto en el léxico usado –“mecachendie”, “debilucho”, “pichona”, “Gzactamente”—como por el ritmo y la gramática de las frases.

 

A estas dos novelas, de dos momentos distintos de la obra de Queneau se suma un elemento más y es la extensa entrevista que hace al autor francés Marguerite Duras y que esta incluida en la edición de Odile de la que aquí se reproudce un extenso fragmento. La relación entre Duras y Queneau parece haber sido fructífera. Ella misma anotó en su libro Escribir : "Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la soledad inviolable del escribir. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que yo tenía que hacer era escribir. Raymond Queneau me lo había confirmado. El único principio de Raymond Queneau era este: Escribe, no hagas nada más." Eso mismo debe haber hecho él. Más de dieciséis novelas, diez libros de poemas, y otros tantos ensayos, dan testimonio. Por el momento, tenemos estos dos novelas para leer. Leer y no hacer nada más.