Nadia Podoroska desató un vendaval que, sin dudas, alcanzó ribetes celestiales: su gran despliegue en el circuito la colocó como la deportista argentina más valiosa de 2020. Y no es para menos: el efecto Podoroska superó límites insospechados, sobre todo después de la propia revolución francesa que provocó en Roland Garros, el torneo de sus sueños.

La rosarina de 23 años inició la temporada en el puesto 258 del ranking WTA y la finalizó como 47ª. En el medio se transformó en la gran irrupción, no sin antes atravesar la cuarentena en su Fisherton natal, con entrenamientos físicos en la casa de su familia y peloteos contra un colchón. Las sistemáticas buenas actuaciones en su vuelta al circuito tuvieron la demostración más sublime en Roland Garros: se metió en las semifinales, contra todo pronóstico, después de superar los tres compromisos de la clasificación y derrotar en el camino, por caso, a la número cinco del mundo Elina Svitolina. Para comprender la dimensión del logro: en París registró un total de ocho victorias, una más que la campeona Iga Swiatek, quien la frenó en la instancia de las cuatro mejores.

Roland Garros, en paralelo, exhibió una faceta clave de Podoroska: la estabilidad emocional. Mientras el prisma internacional posaba toda la atención sobre sus partidos, la rosarina utilizaba sus propias herramientas para mantener la calma y eliminar el contexto: la filosofía, el budismo zen y la mentalidad positiva. Fue común verla meditar en los cambios de lado, bajo presión, en medio de los partidos. París fue la catapulta para el inicio de un vuelo cuya altura resulta desconocida. Aquella gesta, en conjunto con el resto de los torneos, le valió convertirse en la revelación de 2020.

Podoroska fue la quinta jugadora argentina entre las cuatro mejores en el cuadro de singles de Roland Garros. Nada menos: un privilegio sólo alcanzado por Raquel Giscafré (1974), Gabriela Sabatini (1985, 1987, 1988, 1991 y 1992), Clarisa Fernández (2002) y Paola Suárez (2004). Además es la primera tenista nacional en el top 50 desde Gisela Dulko en julio de 2011. Por todo ello la rosarina encabeza la resurrección del tenis femenino argentino: estará en los grandes escenarios, se codeará todas las semanas con las mejores y empujará a las jóvenes que vienen detrás.

El gigante que no para de crecer

El Peque se dio el gusto de vencer a Nadal en polvo de ladrilo. (NA)

Diego Schwartzman sólo tiene una intención: ganar. Y vaya si lo hizo en 2020, el año más fructífero de su vida en el circuito profesional. Más allá del freno obligado por la irrupción del coronavirus, el argentino alimentó su propio estatus hasta conseguir victorias de calibre histórico que lo colocaron en la conversación entre los mejores.

La gira europea de ladrillo, trasladada a los meses de septiembre y octubre por la pandemia, encontró su mejor versión: la primera final de Masters 1000 en Roma, con triunfo ante Rafael Nadal incluido, y las semifinales en Roland Garros, su debut entre los cuatro mejores en un Grand Slam, lo catapultaron al top 10. Después de aquellos torneos llegó a ubicarse 8° y en el epílogo del año, gracias a las posteriores actuaciones, se dio el gusto de jugar el Masters de Londres y finalizar en el 9° puesto.

Para dimensionar: Schwartzman fue apenas el octavo argentino que disputara el Campeonato de Maestros en singles masculino. Antes lo habían hecho Guillermo Vilas (ocho participaciones; campeón en 1974; Juan Martín Del Potro (4; finalista en 2009), José Luis Clerc (4), David Nalbandian (3; campeón en 2005), Guillermo Coria (3), Gastón Gaudio (2) y Mariano Puerta (una).

Su llegada al top 10 de ATP configuró una gesta que sólo habían registrado once argentinos desde la creación del listado en 1973: Schwartzman fue el 12° y ahora comparte el privilegio con Vilas (2°), Coria (3°), Nalbandian (3°), Del Potro (3°), Clerc (4°), Gaudio (5°), Alberto Mancini (8°), Guillermo Cañas (8°), Puerta (9°), Martín Jaite (10°) y Juan Mónaco (10°).

Después de una temporada soñada, con victorias resonantes y proezas trascendentales, Schwartzman cada vez ofrece menos dudas. Sentado en la mesa chica, con más barreras por derribar, colocó incluso más arriba su techo con vistas a 2021. Un gigante que, año tras año, no para de crecer.

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