Se han cumplido 50 años de la publicación de un ensayo que mudó la piel del capitalismo contemporáneo. El autor fue Milton Friedman, uno de los fundadores de la Escuela de Economía de Chicago, y premio Nobel de Economía en 1976. El ensayo se titulaba The Social Responsability of Businnes is Increase its Profits, y se publicó el 13 de septiembre de 1970, en el New York Times Magazine. 

La idea que transmitía era simple y poderosa: la única responsabilidad social de las empresas es maximizar sus beneficios. Había nacido un nuevo orden económico mundial. De este devastador documento nació una corriente de “mariachis neoliberales” de gran talento institucional: Pinochet, Martínez de Hoz, Reagan, Thatcher, hasta hoy. 

El capitalismo clásico explotaba a los asalariados, el neocapitalismo explota a los consumidores: es preciso que las mayorías acumulen cosas para que las minorías acumulen capital. Ingenioso.

En una época de falso esplendor, las desigualdades no se disuelven con el mito de la inclusión individual en sistemas excluyentes, sino con la transformación radical de los sistemas de dominación. En este malestar de felicidad inducida, para los oligarcas del fútbol monopólico ya somos el fantasma que seremos. 

Ya somos Casandra, la hija de Príamo, rey de Troya, que profetizaba la destrucción de la ciudad sin que nadie le creyera. En esta realidad codificada hace tiempo que los clubes-empresas maximizan sus beneficios como única responsabilidad social.

En estos meses perplejos y fracturados fuimos el ensayo clínico del fútbol que vendrá. Nos quieren invisibles, transparentes, sin carnet, sin socios, sin hinchas, sin “hinchas pelotas” que reclamen derechos, pertenencia, identidad. Ya no nos necesitan. Se dieron cuenta que su “libertad financiera” es un sueño inmenso de hologramas de cartón piedra sentados en estadios vacíos, en caparazones huecos de vida. 

Bastó un bichito reconvertido en muñeco diabólico para dejar de “estar”, para dejar de “ser”. Ya “fuimos”. Somos el pasado, el olvido. Nos borraron. No será hoy, ni pasado mañana, pero “será”. En las pantallas de litio dibujarán las banderas, los paravalanchas, los bombos y las trompetas, los papelitos y las canciones, los insultos codificados y las emociones rotas. 

Será de un realismo tan mágico que te verás más lindo y más linda. Te vas a gustar, te quitarán los kilos de más, y te estilizarán la figura, y por la pasarela imaginaria desfilaremos como algoritmos hermosos en el fútbol televisado de la postmodernidad. 

Estadios siempre llenos, con la alegría inducida y eterna encapsulada; con “barra bravas” como niños engominados para la misa del domingo, y en el salón de tu casa, con tus kilos, los tuyos, los de verdad, en pijama, escarbando la “pelusilla” del ombligo, se te descolgará la tristeza recordando como vibraba el cemento en cada salto de liturgia dominguera. Ya “fuiste”, y no lo sabes.

“Siempre es falso el futuro”, decía Canetti, “tenemos demasiada influencia sobre él”. Pero este futuro ya es conocido. En la lenta reconstrucción de un mañana resquebrajado seremos personajes huidos de Alicia en el país de las maravillas. Al otro lado de nuestros párpados secos esta la desolación, la incertidumbre, el horror, el miedo, el aislamiento, la soledad, la muerte, la historia colectiva y la intrahistoria personal, el ansia de infinitud, y la conciencia de caducidad. 

Allí donde habite una versión afinada, noble, compleja, profunda, valerosa de nosotros mismos, nuestro fútbol humilde seguirá viviendo en el recuerdo, sin prisas, viendo la vida pasar como un sueño ajeno, distante, fuera del ruido de la calle, caminando por la copa de los árboles con una uva moscatel entre los labios, abriendo puertas, incomodando, transformando lo siniestro en una especie de poesía. 

Porque el tiempo nunca fue tan de prisa. Porque el tiempo es más verdad en este sitio calmo que en los sótanos sangrientos, pestilentes, sobre la que hemos edificado la desigual y humanitaria fachada en la que nos reconocemos.

* Ex jugador de Vélez y campeón Mundial en Tokio 1979.