Desde París

El programa importa poco. Con una buena retórica teñida de patria, patriotismo, antieuropeísmo, misiles contra el euro, los extranjeros, los musulmanes, una dosis cariñosa de protección de las fronteras, la soberanía, la libertad y, sobre todo, la evocación constante del “pueblo” se puede llegar al cielo. La receta ha sido contundente:con un programa de 144 propuestas ultra xenófobas y proteccionistas, Marine Le Pen, la candidata del partido de extrema derecha Frente Nacional (FN), está sentada en el trono y, desde allí, con cerca del 26% de intenciones de voto, ve cuán cerca está de su horizonte el palacio presidencial del Elíseo. Las elecciones presidenciales del próximo 23 de abril y siete de mayo tienen sólo un dilema que consiste en saber quién de la derecha, el extremo centro o la izquierda radical (François Fillon, Emmanuel Macron, Jean-Luc Mélenchon), disputará la segunda vuelta con Marine Le Pen. La hija del fundador del Frente Nacional tiene asegurada la victoria en la primera vuelta desde hace muchos meses. 

“Estamos en nuestra casa”, gritan enardecidos los partidarios del FN que asisten a sus mítines. No importa que los jueces tengan cercado a su partido por los fraudes cometidos en el Parlamento Europeo, ni que haya abusado hasta la caricatura del “sistema” contra el cual ella se presenta, ni los episodios negacionistas que aún asoman en sus discursos, ni lo inaplicable y descabellado de su programa:lo central es que Francia es para los franceses, que los extranjeros son una “bacteria” que se debe eliminar y que para seguir siendo Francia el país debe salirse del mundo. Se trata de terminar con la “inmersión migratoria” que corroe a Francia y deja a los franceses “desposeídos de su patriotismo mientras sufren en silencio la carencia del derecho de amar a su país”. Para que esa visión idealizada de la pureza racial sea realidad Marine Le Pen plantea 144 propuestas. La más importante, el Frexit, detalla la realización de un referendo sobre la permanencia o no de Francia en la Unión Europea. En esa misma línea Le Pen quiere salir del espacio Schengen (la libre circulación), volver a la moneda nacional, el Franco francés, y hasta sacar todas las banderas europeas de los edificios oficiales. Su plataforma electoral se articula en torno al castigo de los extranjeros, es decir, todos aquellos que no son de “la casa” (Chez nous). El FN tiene la intención de limitar a 10.000 personas el ingreso de extranjeros, de retirarle la nacionalidad francesa a los terroristas (el presidente François Hollande lo intentó, pero fracasó), de eliminar el derecho de suelo que otorga la nacionalidad a las personas nacidas en Francia, de impedir la llamada “agrupación familiar” (el arribo de las familias de extranjeros que residen legalmente en Francia), de cobrar un impuesto a los extranjeros por cada puesto de trabajo que ocupen, expulsar a todos los ilegales,  limitar el acceso de los extranjeros a los beneficios sociales (por los cuales, desde luego, cotizan como cualquier francés). En lo que atañe al impuesto, la medida número 38 explicita:cobrar un impuesto por el contrato de extranjeros para “garantizar la prioridad nacional de los franceses”. En otros campos, el FN contempla aumentar el presupuesto militar hasta un 3%, construir otro portaaviones, retirarse del Comité militar de la OTAN (la Alianza Atlántica), contratar a 15 mil policías y 40 mil militares,  y aplicar un gravamen de 3% a las importaciones. 

Marine Le Pen se define como “la candidata del pueblo” y “contra el sistema”. La líder frentista aboga por lo que llama “el patriotismo económico”. Su otro blanco predilecto es el mundo globalizado, ante el cual antepone “lo local contra lo global”. No hay nada nuevo, ni en la retórica, ni en las propuestas. Marine Le Pen retomó los temas de la campaña de 2012 y estiró la idea con la cual, su padre, Jean-Marie Le Pen, ganó el espacio político a partir de mediados de los años 80. Lo nuevo no está en lo que dice sino en la forma en que ha conquistado a los votantes de varias generaciones y en cómo, recién ahora, los políticos, la prensa e inclusive los representantes del Estado empiezan a tomar conciencia de que la influencia metafórica del Frente Nacional se ha convertido en una locomotora electoral. Nadie, antes, se había tomado en serio la eventualidad de una presidencia del Frente Nacional. Ahora sí. Un artículo publicado por Le Monde detallaba el sentimiento dentro de los mismos servicios secretos franceses que empiezan a integrar la posible victoria de Marine Le Pen y las consecuencias que ello acarrearía en el funcionamiento del Estado. Thierry Dana, embajador de Francia en Japón, el juez Serge Portelli y otros altos funcionaron ya adelantaron que se negarían a servir al Estado si Marine Le Pen es electa presidenta. El escritor Tahar Ben Jelloum escribió un artículo de anticipación en el mismo diario en el que imagina ya el triunfo de Marine Le Pen el siete de mayo. Jelloum escribe:”el milagro está en marcha. Las ideas nauseabundas avanzan en las mentalidades de los desamparados que no fueron a ver de cerca lo que es ese partido, lo que es su programa, su visión del mundo, sus referencias, cómo ignora o desprecia la divisa de este pueblo, cómo su reputación ha estado salpicada de frases xenófobas, de insinuaciones desacertadas, de “pequeños detalles”, de incitaciones al odio y al retroceso. La cólera ha sido una pésima consejera”. 

Allí está toda la paradoja de esta campaña y de la elección presidencial en un país que se apresta a respaldar con un voto muy fuerte a una candidata cuyo programa es una compilación de la negación de los valores sobre los cuales se construyó la República. Patriotismo económico, patriotismo étnico, xenofobia, los subterfugios retóricos tapan el bosque de incongruencias de un programa en si inaplicable. Marine Le Pen difundió una sensación de peligro, de ocaso, de desaparición de la cultura de Occidente, de invasión de los otros cuyos principales efectos fueron ocultar toda la realidad del programa frentista. La dinámica rueda a favor de Marine Le Pen, máxima representante del “degagismo” (el que se vayan todos) con el que los electores sacaron del juego a figuras políticas tan divinizadas como agotadas. En este caso, renovaron la permanencia de un partido cuya ideología condujo a los peores cataclismos del siglo XX. “Esta campaña huele mal”, dijo, en privado, el presidente François Hollande. Todo puede pasar. Marine Le Pen es, ya, “la presidenta” de la primera vuelta. Como su padre en 2002, estará en la segunda y con ello ganará una ráfaga potente de visibilidad. Igual, aunque pierda, con un programa de gendarme celoso y una visión económica del siglo XVII habrá conseguido ocupar un lugar privilegiado en la historia de un Occidente para cual el futuro se parece a una máquina del tiempo que retrocede y arroja por la borda todos los terrenos ganados al odio por cuya conquista se pagó con el tributo de millones de vidas humanas. 

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