Ella sola frente al espejo, jovencísima y despeinada; los ojos curiosos, bien abiertos. Ella en su habitación, en el baño, frente a la casa de sus padres. Rodeada por sus sobrinos, montando a bicicleta con su primer amor. Ella en hospitales, en el bosque. En Arizona, en París. Ella con joggings, jeans, shorts o en camisón; con sus gatos, con sus perros… Ella, la fotógrafa texana Nancy Floyd, autorretratándose desde 1982 y durante cuatro décadas, casi ininterrumpidamente, prácticamente a diario, para su proyecto Weathering Time, que acaba de editarse por primera vez como fotolibro en Estados Unidos. Una selección, sobra decir, que “apenas” reúne 1200 imágenes en blanco y negro, registro de una vida que deviene modesta y cautivante enciclopedia del paso del tiempo.

Floyd, de 64, se embarcó en la titánica tarea de autodocumentación a los 25, recién graduada de la Universidad de Texas, e inauguró el ritual cotidiano con una meta: quería verse envejecer. Con el paso de los años, empero, fueron mutando las intenciones, porque como ella misma señala: “No es solo el cuerpo el que cambia: las modas y los cortes de pelo evolucionan, mascotas van y vienen, desaparecen las máquinas de escribir, los relojes analógicos y los teléfonos con cable, y finalmente, el cine da paso al digital y la computadora reemplaza al cuarto oscuro. Si bien Weathering Time es un archivo personal que me permite abordar el cuerpo femenino, la instantánea familiar y la pérdida, también sugiere experiencias de mi generación”. Es ella y sus circunstancias, después de todo, vistiendo una camiseta que deja entrever su militancia anti-Bush o, en pics más recientes, su apoyo al movimiento Black Lives Matter.

De hecho, como destaca la crítica especializada, “la metamorfosis de su cuerpo resulta menos interesante que los trasfondos cambiantes y las relaciones que van conformando su vida”. Concuerdan voces en tema que es el vértigo del tiempo lo que le da a la serie su carácter excepcional. Por separado, señala tanto un subyugado New Yorker como un ídem Le Monde Diplomatique, las fotos no son especialmente llamativas, pero en la suma está la chicha, escenificando el correr de las épocas a partir de la inconstancia de la moda, de mechas que se acortan, de líneas del rostro que se profundizan. Su “anti-pose”, sin clichés, sin vanidades, se mantiene incólume, eso sí.

“Algún día me gustaría poder exponer todas estas fotos juntas, en orden cronológico, sin editar, incluidos los espacios en blanco de aquellos días -o meses- en los que no saqué ninguna pic”, ofrece esta artista premiada, que en su libro ha optado por mostrar “este calendario visual”, como le llama, ya no en sucesión temporal: como si de un álbum familiar se tratara, las ha agrupado por temas como “Remeras con palabras”, “Buenos peinados”, “Mascotas (todas)”, “La evolución de la máquina de escribir”, “Mamá”, “Papá”…

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