El informe de abril de Estudio Bein relata que Argentina se convirtió en el “campeón mundial del carry trade”. A los economistas les encanta mechar, a modo de jerga, los nombres en inglés con los que la prensa financiera internacional rotula procesos específicos. Reconozcamos que queda mejor decir carry trade que, por ejemplo, financial bicycle, término que por supuesto no existe en inglés ya que el influjo cultural corre del dominante al dominado y no al revés. Pero de eso hablamos: bajo la administración de la Alianza PRO Argentina se convirtió en el campeón mundial de la bicicleta financiera. No es nada nuevo, pero la descripción completa de procesos dañinos siempre impresiona. A pesar de la experiencia histórica y de que se conocen los efectos económicos y sociales, otra vez, como en tiempos de José A. Martínez de Hoz, quienes conducen la política económica crearon condiciones seguras para que el capital financiero, internacional y local, consiga inmensos diferenciales de tasa de interés en divisas y, como señaló el hijo de Franco Macri en el “mini Davosito” realizado el pasado 6 de abril, con la tranquilidad de “que aquellos que quieran invertir en el país se puedan llevar el dinero cuando quieran”. Cómo no ser amado por la banca.

¿Pero qué es la “bicicleta financiera”? Juntemos sus componentes. Primero surge que mientras la tasa de interés del Tesoro estadounidense ronda los 2,4 puntos, la tasa que pagan las Letras del Banco Central, Lebac, el instrumento que utiliza la entidad monetaria para fijar la tasa de interés de referencia, saltó en estos días 26,25 por ciento, poco más de 10 veces. Sin embargo, este diferencial por sí sólo no dice nada.

Mirando exclusivamente fronteras adentro, una tasa del 26,25 por ciento cuando se viene de un 2016 con una inflación de más del 40 y se pretende un tope imaginario del 17 con un Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) del BCRA –elaborado por una cincuentena de consultoras abrumadoramente oficialistas– que se ubicaba en marzo en el 21,3 por ciento, parece, en sus propios términos, el nivel más lógico del planeta. Nótese que, excluida la inflación esperada, en términos reales, la tasa de Lebac está apenas por encima de la tasa de referencia del Tesoro estadounidense.

El pequeño detalle –siempre hay uno– es el segundo componente. La economía local es bimonetaria. Como lo entendió muy bien el presidente del Banco Central que antecedió al actual, la tasa de interés de referencia se puede utilizar para arbitrar entre las expectativas de devaluación y las de inflación, es decir para lograr que los excedentes monetarios se queden en pesos y evitar que se vayan a dólares. La alternativa es clara, si los excedentes se van a dólares presionan sobre la cotización de la divisa y, por esta vía, sobre la inflación.

Ahora bien, en el presente ocurren dos anomalías respecto del arbitraje tradicional. La primera es que no existen expectativas de devaluación debido a la entrada de capitales producto del potente proceso de endeudamiento externo que, desde diciembre de 2015, ya suma alrededor de 80.000 millones de dólares, con una fuga también récord de 16.000. Este ingreso de divisas es el que explica que, luego del shock devaluatorio inicial, pura decisión política, se haya registrado una constante apreciación cambiaria. Hoy el dólar vale 3 por ciento menos que en su pico de febrero de 2016. La segunda es que todas las licitaciones de Lebac que realiza en BCRA resultan sobredemandadas, lo que significa que podría pagarse “siguiendo las reglas de la oferta y la demanda” una tasa de interés mucho más baja si el objetivo fuese solamente evitar que los excedentes busquen la alternativa de refugiarse en divisas. Es más, para evitar que la tasa caiga, el Central también compra Lebacs en el mercado secundario. Dicho de otra manera, existe una voluntad política de mantener la tasa elevada. No es el mercado el que determina la tasa, sino el Estado, lo cual es una obviedad porque es así como los Estados hacen política monetaria, al margen de la valoración que se tenga sobre su calidad.

La razón por la que el Central mantiene la tasa tan elevada debe buscarse en su ideología. Los principales precios relativos de la economía son tres: dólar, salarios y tarifas. El nivel del dólar está controlado vía endeudamiento y el capital viene ganando por varias cabezas la puja distributiva. Quedan las tarifas, el único gran precio relativo que va para arriba porque el gobierno pretende seguir avanzando con la redolarización hasta alcanzar los niveles pre crisis de 2001. El empeño en el ajuste de tarifas sumará este año un piso de 4 puntos a la inflación (que podría ser más si se suma el transporte público), lo que de paso contribuye, si se tiene éxito en contener paritarias, a bajar el costo real del salario. Es en este punto donde ingresa la ideología oficial, la confusión teórica entre inflación de oferta y de demanda. Se mantiene la tasa elevada para sacar circulante del mercado y, supuestamente, compensar por el lado monetario los aumentos de costos. El mecanismo no funcionó en 2016 ni funcionará en 2017, como lo muestran los más de 6 puntos de inflación acumulada del primer trimestre. Dicho de otra manera, lo menor velocidad de la inflación se consiguió bajando salarios y planchando el dólar, es decir; conteniendo dos de los tres principales precios relativos. 

Los costos macroeconómicos fueron la recesión por la caída de la demanda y la habilitación de la súper bicicleta financiera. La suma de los componentes uno y dos, tasas del 26 anual en pesos con dólar quieto o apreciándose, significa en la práctica tasas piso del 26 por ciento en dólares. Esto habilita, por ejemplo y como sucede en la realidad, a que un operador con capacidad de hacerlo tome deuda en el exterior al 6 u 8 por ciento, la traiga al país, la convierta a pesos, la coloque el Lebac, espere la valorización y finalmente regrese a dólares habiendo obtenido un diferencial de entre 18 y 20 puntos de tasa. Esta operatoria es posible, además, porque existe un tercer componente: no existen restricciones de entrada y salida gracias a la desregulación completa del mercado cambiario.      

Los costos de transacción son mínimos. Se trata, entonces, de la inversión segura –es decir, sin que se verifique eso de que la tasa es el premio al riesgo– más brillante del mundo. También la más insustentable. No hace falta tener la bola de cristal para saber que el despropósito no puede durar para siempre, aunque ya acumule más de un año largo. Y esto sin ser agorero e imaginar qué ocurriría frente a un freno relativo del ingreso de capitales y un aumento de las expectativas de devaluación. Pero mejor no preocuparse, eso sucederá recién en el futuro. Mientras tanto nadie le quita a la República su cetro de campeón mundial de la rentabilidad financiera en dólares