Mientras el gobierno porteño anuncia un alucinante regreso a las aulas con "todos los chicos todos los días durante una jornada simple", y el planteo de que "la burbuja es el aula" (pero sin límites de capacidad, y con docentes saliendo de una y entrando a otra, lo cual básicamente transforma a todo CABA en una super burbuja), hay un temita que estaría saliendo de agenda en la ciudad. O tal vez tapándose entre toda esta hojarasca alucinada: ¿Y las vacunas, muchaches? 

Después de darles para que tengan (que son viejos, que son pobres, fracasados) la ministra de Educación Soledad Acuña les promete a los docentes que "los vamos a cuidar". Se habla de centros de testeo. Serán dos, para 70 mil docentes, a los que, aunque no se los nombró, habría que sumar al personal no docente, desde auxiliares hasta administrativos, lo que eleva la cifra a 111.000 trabajadores afectados a la educación en la ciudad (son datos que dieron los funcionarios porteños a los docentes en reuniones previas, en las que nunca se dieron detalles del "plan" anunciado luego a la prensa). 

Rodríguez Larreta cita a la Sociedad Argentina de Pediatría para decir lo que las mamis y papis ya pensamos: "la importancia desesperante de que los chicos vuelvan a la escuela". Pero sin incluir el detalle de las condiciones en las que es seguro hacerlo, también advertidas por esta misma entidad. Se hace tiempo hasta para lamentarse porque el "70 por ciento de los chicos (¿fuente?) dieron señales o de depresión o de soledad por no poder interactuar con sus compañeros". 

Pero a lo largo de toda la conferencia de prensa apenas se menciona el temita de la vacunación. Sólo se desliza un "y obviamente nos sumamos al plan de vacunación”, que es lo único que también queda en el largo anuncio oficial de la página de Gobierno de la Ciudad. Por si quedaban dudas, el ministro de Salud, Fernán Quirós, completa después que "la vacunación no es un criterio indispensable para la vuelta a clases". 

Mientras la provincia de Buenos Aires depliega un plan de vacunación que abrió inscripciones on line en diciembre e intensos operativos en todos los municipios, en la ciudad los funcionarios no se vacunan para dar el ejemplo. Tampoco abrieron la central de turnos para mayores y grupos de riesgo. Piden más informes técnicos, dicen que van a esperar a que lleguen los cargamentos de vacunas y, ahí sí, comienzan a anotar, para no crear falsas expectativas. Qué gente prudente.  

Justo vuelve a la fama Damián De Santo desde su apacible refugio de cabañas en Villa Giardino, sobre el que pesa una denuncia de usurpación. El tipo dice que no va a vacunar a sus hijos y despliega la vulgata de té de hierbas: "El mundo nos usa a Latinoamérica como conejillo de indias". Dice que no le cree a la Anmat ni a la Organización Mundial de la Salud. Y en este lugar alucinado nadie le repregunta ni objeta nada. Hace palabras ese tufo individualista que despliegan los discursos antivacunas: "yo prefiero salir a trabajar y contagiarme, y que sea lo que dios quiera, que quedarme en casa y morirme de angustia". Como si el problema fuera él, y no los que contagia y tienen menos chances. Mismo principio que la vacuna.   

El tema es complejo: ¿tenemos que dar lugar a la discusión sobre si está bien vacunarnos en una pandemia? ¿Da? Porque el discurso cala: hace poco una señora que fue a la universidad me dijo que estaba tomando un antiparasitario como preventivo del coronavirus (es la ivermectina, quien tenga piojos y urgencia por eliminarlos descubrirá que hay faltante), pero que no pensaba vacunarse porque no sabía qué efecto iba a tener.   

¿Será que hay que resignarse y empezar a hablar con otros códigos, por fuera de los que creíamos básicos y compartidos? Esta nota debería haberse titulado: Nuestro derecho a vacunarnos. Pero como la alucinación no admite deberes ni derechos (sobre todo si son ajenos), y mucho menos plurales, paso a pedirles encarecidamente, señores funcionarios de la ciudad, por mi libertad individual de vacunarme.