Los sueños andaban por todas partes: en la calle, en el automóvil, en el tren, en la oficina, en la escuela, en la fábrica, en el fondo de los órganos, a lo largo de las venas y las arterias, en el núcleo de las células, en el encefalograma del alma. Encerrarlos o liberarlos era casi lo mismo.

Un sueño subió al colectivo a última hora de la tarde y rozó accidentalmente el hombro de alguien que lanzó un suspiro. Después, uno de los sueños llegó a su casa. Deambuló como una sombra por las habitaciones, madurando una idea. Sólo le crecían los ojos. Otro sueño también llegó a su casa, y al mismo tiempo, no a la misma hora pero al mismo tiempo, jugó despreocupado, así. Uno aquí, el otro allá. Uno allá, el otro aquí.

Primero me di cuenta de que la imagen de la noche entera cabía en una cabeza de alfiler. Luego, la cabeza del alfiler cupo en la noche entera. Sé que es extraño pero no es mentira y tampoco es verdad. Como no es mentira ni es verdad todo el resto del mundo. Vistos desde afuera, estos sueños eran fantasmas envueltos en una niebla de fábulas. Vistos desde adentro también. Vistos a trasluz, era un caracol con todos los años adentro.

El espacio cabía en una pecera llena de pájaros. Todo comenzó fuera de la pecera, en Nueva York. En un hotel no, en una casa. No. Todo comenzó en el aeropuerto, en las horas de espera, como aquella novela de Juan Martini. Un sueño iba por los aires, atravesando mares, empujando nubes altísimas. Esto era cosa de los sueños, no de la novela de Martini. El otro sueño viajaba dentro del artefacto de hierro, hormigón, y muchas ventanitas de resina acrílica, muy resistente. Un sueño viajaba con pasaje, el otro no. El sueño con pasaje perdió por completo las coordenadas de la realidad con la cara pegada a la ventanilla viendo al otro sueño atravesar una por una todas las nubes. Ambos sueños, el del avión y el del aire, entraron en el aeropuerto por el lado sudoeste, "cosa inusual" dijo el sueño con pasaje.

En Nueva York eran las diez de la mañana cuando todo comenzó después de los primeros comienzos. El sueño de los aires estuvo con los poemas de Carver y con los diarios de Cheever durante todo el vuelo, hasta que, ya en tierra, el sueño del avión dijo: "Esto es Brooklyn, esta zona se llama Williamsburg. Luego pasearemos por las librerías, beberemos café". No llovía. El sueño del aire entró y salió por el hueco de un anillo de luz difuminado en la memoria.

Después todo se fue encadenando. A un comienzo le sobrevino otro comienzo. Nueva York se inmovilizaba sobre los escalones de una escalera progresiva mientras un sueño llevaba a otro sueño a recorrer los pequeños bares llenos de periodistas, escritores, músicos, estudiantes. Una flor encendida les hizo un gesto con su mano de flor, un saludo semejante a un presagio.

Todo comenzó después de uno y otro y otro comienzo. Era una forma natural para los sueños comenzar. Esta y otras cuestiones se explican por su condición delgadísima o invisible, o por amor al silencio, o por amor al lenguaje, o por amor, o no se explican porque no pueden explicarse.

Las palabras siempre han sido silenciosas. Sobre todo a la hora de explicar los sueños. Quien elija los soñadores en detrimento de los soñados, a los soñados en detrimento de los soñadores, cae en la verborragia de la verdad y de la mentira, de lo posible y de lo imposible. Cae en la verborragia.

Ajenos a todo esto, los sueños paseaban por Nueva York y llegaron a Brooklyn. El sueño que apoyaba los pies en el suelo llevaba al otro sueño enredado en el cuello como bufanda. Garuaba y no encontraron un lugar disponible donde comer. Decidieron ir caminando hasta Union Square a tomar el tren para volver a casa. Bajo la lluvia, los sueños se iban humedeciendo con alegría. Reían por el camino de tanto en tanto.

El hecho era que un sueño contaba historias, relacionaba mundos, demostraba que la razón estaba de su parte, de parte de los sueños. Todo en voz baja. Todo con paso breve y aliento corto. Sueños cayendo sobre la ciudad primero, luego sobre las sombras. Sueños que se extrañaban, se recobraban, calmaban sus lenguas, se cruzaban de vereda, se entrecruzaban, ascendían con pasos breves, pegados a un cráter de las nubes. Todo completamente azul. Sonata azul, astro azul, idioma azul

Podría decirse que en mi sótano tengo un baúl lleno de ciudades. Hoy encontré esta Nueva York en un globo de cristal sin nieve y con dos sueños adentro que hacen más bellos los seres y las cosas.

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