A mediados de 2005 Amy Winehouse todavía no atraía a los paparazis. Tenía 22 años, su álbum debut Frank había salido en 2003, y los que sabían quién era esa morocha impactante de voz extraordinaria y preciosas canciones jazz pop eran sólo gente que amaba la música. Cuando Robin Banerjee la vio entre el público de su banda de impro fusión Jazz Jamaica, se emocionó como lo hace un fan. Amy estaba con sus amigas de siempre Juliette y Lauren, de jeans finitos y remera con cuello, el cabello levantado, no mucho delineador. Después del show, el guitarrista fue al piso de arriba del pub y se presentó; Amy le respondió amable y elogió su estilo. Coincidieron por segunda vez en una de las jams organizadas por la cantante soul Natalie Williams, un evento más refinado en el centro de Londres. Esa noche Amy estaba de tacos pero igualmente de jeans. Banerjee lo recuerda porque guardó el papel con su nombre y teléfono en el bolsillo de atrás. Se saludaron una tercera vez en otra jam underground de Camden.  

Nueve meses después, ya bien entrado el 2006, el guitarrista iba manejando cuando empezó a sonar su Nokia 1100. Era un nombre agendado, un músico con el que solía cruzarse y hablar de fútbol: Dale Davis, el bajista y director de la banda de Amy. La propuesta era unirse de inmediato y sin audición: los ensayos arrancaban en dos semanas. Después lo llamó el manager diciendo que le iban a mandar el nuevo disco, que por favor no lo compartiera con nadie. Al otro día llegó por correo un sobre con un CD. Un Verbatim cualquiera sin inscripción. Banerjee lo puso y ahora sabe que las dos canciones que lo atravesaron en el momento son “You Know I’m No Good” y “Love Is a Losing Game”. Y también que los temas estaban ya en el orden en que aparecen en Back to Black, que salía en octubre. Se los aprendió, y también todos los de Frank, y el día citado a las once de la mañana se presentó en los estudios Sensible de Camden para el primero de los diez ensayos. 

Pasaron nueve: día por medio, jornadas de siete horas. Además de Davis, el tecladista y el baterista venían de la época de Frank; los coros, saxo y trompeta eran nuevos como Banerjee, que entendió enseguida que su fuerte, la improvisación, no aplicaba allí. “Tenés que hacerlo exacto. Es al revés que en el jazz: el público de pop quiere escuchar la música del disco, tiene que saber que podés hacerlo igual”, dice desde Buenos Aires, donde tiene fechas programadas con la banda tributo local No Rehab Band. Al mediodía del día diez, el del último ensayo antes del lanzamiento del disco, Davis avisó que Amy estaba en camino. Ella entró al estudio sola con el mismo look de la noche en el pub. Los saludó uno por uno con un abrazo y se ubicó frente al micrófono. Tocaron todo el álbum en orden, algunas de Frank y algunos covers. Fue un día perfecto y cansador que no terminó ahí para Banerjee. Esa misma tarde el manager le dijo que iban a hacer una pequeña gira de promoción en formato acústico, sólo Amy y él. A la noche lo llamó ella para arrancar en una sala que estaba ayudando a reactivar. 

“Era una profesional extrema, con mucha cancha para las entrevistas, muy natural. Cuando estaba contenta decía cosas muy interesantes. Era ocurrente y graciosa, naturalmente graciosa. Muy buena imitando acentos”, recuerda el guitarrista. Era el tiempo en que Amy salía con el cantante Alex Clare, el novio que tuvo antes de reconciliarse con Blake Fielder-Civil, el del nombre tatuado en el pecho, el amor que inspiró todo Back to Black, el acusado de llevarla al desastre. Robin Banerjee tocó con ella hasta 2008 así que llegó a conocerlo: “Podía ser muy caballero, muy encantador”, dice. Amy y Blake lo invitaron a ir con ellos en taxi a ver el cartel de Hollywood cuando viajaron para los Premios MTV de 2007. Después fueron a almorzar: “¿Robbie te vas a comer todo eso?”, preguntó la diva con una ensalada de atún en el plato, su comida de cabecera. Al otro día la entrevistaban para su primera tapa en Rolling Stone: “No estaba emocionada ni le era indiferente. No se entusiasmaba tanto por nada”, piensa Banerjee, la guitarra acústica de “Valerie” y “To Know Him Is To Love Him”, que quedó editada tal como Amy la cantó, en una radio, sin desayunar; la eléctrica del cover de The Specials “Monkey Man” y de la increíble versión ragga del clásico “Cupid”; el guitarrista de los bonus tracks de la edición deluxe de Back to Black, grabados en poco rato: “Había que hacerlo bien porque ella cantaba perfecto a la primera. Todo lo que se escucha de Amy es primera toma”.

Entre media hora y 40 minutos le tomaba arreglarse para los shows; iban a prepararla una peinadora y una maquilladora. Jack Daniel’s con coca era su trago de preferencia antes de salir. En dos ocasiones “burning Robbie B”, como lo llamaba Amy, sintió que tenía que decir algo. Le sugirió un programa de Alcohólicos Anónimos que había ayudado a amigos suyos; ella le contestó algo así: “Yeah, yeah, pero no quiero sentarme en círculo a hablar de mis cosas”. La segunda vez fue tiempo después. Amy y Blake se habían casado de improviso en Miami, pasaban más tiempo juntos, la distancia con los músicos había crecido como su icónico rodete. Pero a Banerjee se le escapó un comentario de amigo: “Amy, ¿qué estás haciendo?”. Ella sólo lo miró con los ojos del que manda. Al rato volvió y le dio un abrazo.

Hace diez años, a los 24, Amy Winehouse atravesaba un huracán. Demasiados compromisos, demasiada exigencia y atención sobre un cuerpo tan frágil. Robin Banerjee tocó en conciertos míticos: Glastonbury, Eurockeennes, la BBC –cuando usó el vestidito naranja de muñeca, y la vez del tableado con el cinturón ancho negro–. Algunos resultaron infames, varios fueron reprogramados. La tristeza cuando metieron preso a Blake (le pegó al dueño de un pub) fue insoportable para Amy. Un mes antes de cerrar el año en que Back to Black fue el álbum más vendido en el Reino Unido, se cancelaron todos los shows que quedaban: por orden médica tenía que descansar, no exponerse en absoluto por tiempo indeterminado. Entonces a Banerjee le ofrecieron salir de gira con una banda de jazz y aceptó: “Me arrepiento un poco, sí”, admite. El primer show tributo lo hizo en Perú en 2012, convocado por la imitadora Ani Rodríguez; invitarlo a unirse a la No Rehab Band fue idea de Esteban Blanca, el baterista del grupo que tiene al frente a María Barceló. “Los fans quieren escuchar estas canciones. Estamos celebrando su memoria”, dice Banerjee, que vio a Amy por última vez en 2009 en una reunión en su casa. Desde la laptop sonaban The Shangri-Las y otras de las bandas sesentosas que inspiraron las melodías de Back to Black.u

La No Rehab Band tiene fechas el 21, 22, 27, 29 y 30 de abril. Chequear en su página de Facebook. El 22, en El Galpón (Niceto Vega 5976), abre Robin Banerjee con su unipersonal de ska jazz.