Desde Santiago de Chile

Aunque el programa de Fernández incluía pasado el mediodía la entrega de ofrendas florales a los monumentos de José de San Martín y Bernardo O`Higgins —símbolos de la unidad entre ambas nacionales al independizarse de España— situados en pleno centro de Santiago, hubo una visita que tuvo un carácter especial: el despacho del exPresidente Salvador Allende.

Este espacio fue inaugurado en 2008 por la entonces presidenta Michelle Bachelet, tras un proceso de restauración en el ala nororiente del palacio presidencial chileno. Allí fue donde el Presidente que asumió el gobierno en 1970 como representante de la Unidad Popular en la llamada “vía chilena al socialismo”, preparaba sus discursos, se reunía con sus ministros, tenía un pequeño espacio para dormir siestas de diez minutos e incluso monitoreó en 1971 una tensa llamada al embajador de Estados Unidos para comunicarle que el cobre se nacionalizaría sin pagar indemnización al país del norte, como lo relata su secretaria Patricia Espejo en el libro “Allende Inédito”.

Pero también fue el lugar donde éste se suicidaría el 11 de septiembre de 1973, tras el bombardeo de la Fuerza Aérea coordinado por general Augusto Pinochet quien dirigió el golpe de Estado y gobernaría con mano de hierro durante 17 años el país trasandino.

Fue a las 14:30 tras el almuerzo ofrecido por el ministro del Interior Rodrigo Delgado en el Patio de Los Canelos en La Moneda cuando Fernández junto a su esposa y sus símiles chilenos subieron al segundo piso de La Moneda acompañados de la hija del presidente caído, la senadora Isabel Allende y su hija, la bióloga y directora de cine Marcia Tambutti Allende, el presidente argentino, la primera dama junto a sus contraparte chilenas estuvieron cerca de diez minutos en el salón, dejando una ofrenda floral y descubriendo una placa recordatoria.

El espacio definido como “sobrio” y punto de encuentro para todos los visitantes internacionales, incluye dos oficinas, donde se han recuperado diversos objetos que fueron conservados por sus cercanos, entre ellos fotografía con sus hijas (Beatriz, Carmen Paz e Isabel) y otra junto al poeta Pablo Neruda. También está el mismo modelo de sofá, retapizado como la época, lugar donde tomó su decisión final. En su escritorio, presidido por un gran retrato del ex presidente, con abrigo y saludando, sólo hay un tintero.

Siempre con mascarilla e intercambiando algunos comentarios con las herederas de Allende, el breve encuentro tuvo emotividad y también mucho simbolismo, no sólo por la placa y la firma en el libro de visitas, sino también por la entrega de copias de “Salvador Allende: Palabra y Acción” editado en conjunto por la Fundación Allende y Fondo de Cultura Económica (lo que garantiza una distribución global), que recopila frases de sus discursos como el de la asunción como presidente en el Estado Nacional (5 de noviembre de 1971), el de la ONU (4 de diciembre de 1972) o el más celebre de todos, efectuado en la radio el mismo día del Golpe donde señala, cuyo cierre estremece aún cinco décadas después: “Tengo la certeza que mi sacrificio no será en vano; tengo la certeza que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.