Cuando en la noche sanjuanina el derechazo de Jorge Rodríguez se estrelló contra el travesaño del arco defendido por Esteban Andrada todo quedó a pedir de Boca. Carlos Izquierdoz y Julio Buffarini tuvieron puntería en sus penales y el conjunto dirigido por Miguel Angel Russo se quedó con la Copa Diego Maradona. Por el lado Banfield, a pesar de la tristeza por no poder repetir una consagración histórica como la vivida en el Apertura 2009, el subcampeonato sirvió para ratificar un camino: el de la apuesta por los pibes del club y por entrenadores y referentes marcados por ADN banfileño.

Así como Hugo Donato y su equipo de trabajo -todos con pasado en la institución- tomó la conducción del Fútbol Juvenil, un nombre ilustre se calzó el buzo de director técnico de la Primera División en plena pandemia para suceder a Julio Falcioni: Javier Sanguinetti. El “Archu”, como todos los conocen, ostenta el record de partidos jugados (485) con el conjunto del sur de la Provincia de Buenos Aires y fue segundo entrenador en la consagración de 2009. Arrancó a los 8 años en la escuelita de fútbol del club y toda su trayectoria, a excepción de un paso fugaz por Racing, lo hizo con la casaca verde y blanca. Su designación, evidentemente, ratificaba una apuesta dirigencial por la identificación y por un fútbol equilibrado, simple y efectivo. Tal como se viene incorporando desde el semillero.

El Taladro cosechó siete triunfos, tres empates y apenas dos derrotas en el certamen que puso a rodar nuevamente la pelota tras el parate por la pandemia. Hizo 22 goles y le anotaron 13. Su partido de presentación con victoria 3-1 ante River y la goleada 4-1 ante San Lorenzo, en el cierre de la ronda de ganadores, fueron algunos de los puntos más altos de esta - prácticamente - impecable campaña forjada con un 75% del plantel surgido de inferiores.

Lejos estuvo este equipo de ser “el primero de los perdedores” por el segundo puesto alcanzado. Tampoco “Corcho” Rodríguez, surgido del fútbol infantil del club y uno de los baluartes, fue demonizado por su fallo. Este mediocampista que puede hacer las veces de marcador central fue pretendido por Vélez, San Lorenzo e Independiente y finalmente pasó a Estudiantes por 2,5 millones de dólares. Una cifra muy alta para una transacción dentro del fútbol local.

Esta venta sirve, de acuerdo a sus protagonistas, para afianzar el trabajo que se viene haciendo con los juveniles y solventar una metodología que se viene repitiendo y aceitando durante los últimos. Porque las ventas millonarias empezaron en junio de 2016 cuando River pagó 3 millones de dólares para llevarse a Iván Rossi. Un año después fue el turno de Emanuel Cecchini, que partió al Málaga por 4 millones de euros. En 2018, la venta del 50% del pase de Eric Remedi se cerró en casi dos millones de dólares al Atlanta United de la MLS, por pedido de Gerardo Martino. A mediados de 2019, el Inter FC, conjunto liderado por David Beckham, invirtió 6 millones de dólares más bonus y el diez por ciento de una futura venta para que Julián Carranza se sumara a su plantel. Y en diciembre de 2020 Claudio Bravo, lateral izquierdo que supo vestir la camiseta del seleccionado argentino en juveniles, también fue elegido por la liga estadounidense. Portland Timbers se quedó con el 50% de su ficha a cambio de 1,5 millones de dólares.

Los números hablan por sí solos. Además, hay que contemplar el caso de zurdo Agustín Urzi, suplente en el duelo decisivo ante Boca, quien figuró el año pasado entre los diez futbolistas más caros del fútbol argentino en un ranking elaborado por el sitio web alemán Transfermarkt. Martín Payero, Giuliano Galoppo (surgido de Boca) y Agustín Fontana, son otros casos de futbolistas jóvenes, con buenos rendimientos, con pasado en las inferiores y con posibilidades de encontrar otros rumbos próximamente.

El propio Hugo Donato explicó que todos estos antecedentes favorables, tantos de ventas como de consolidación y rodaje en Primera, aportaron para que la captación de jugadores se haya modificado en el club. Describió que los jugadores que quedaban libres de Boca, River, Vélez, San Lorenzo o Racing llegaban a Banfield en enero o febrero. Porque eran la segunda o tercera opción en la búsqueda de su futuro. Hoy, en cambio, los eligen como primera opción entonces los reciben en octubre o noviembre. Esto significó un cambio rotundo, porque además de potenciar a pichones de crack que se venían fogueando bien de abajo – como pasó con Jorge Rodríguez, Claudio Bravo, Agustín Urzi, Agustín Fontana, Nicolás Linares, surgidos del Fútbol Infantil– también pueden terminar de consolidar a futbolistas con buenas formaciones que estaban muy tapados en sus clubes de origen. Como pasó con Galoppo.

Todo este mecanismo forjado para abastecer a la Primera División con materia prima autóctona se sostiene mediante movimientos astutos en los mercados de pases. Esos ingresos, fundamentalmente en moneda extranjera, son fundamentales para emparejar la balanza de pagos y hacer frente al déficit mensual que afrontan las asociaciones civiles. Mucho más a partir de la pandemia que azota al mundo hace casi un año y que anuló la venta de entradas, produjo una baja en la recaudación por cuota societaria y la caída del aporte de algunos sponsors. En el caso de Banfield, el coronavirus le causó un daño mayor porque a lo largo de 2020 hubiera recibido 1.100.000 dólares por un programa de Intercambio de Cooperación de Fútbol que tenía acordado con China y que por el momento quedó suspendido.

Más allá de las vicisitudes y las particularidades de esta institución presidida desde 2018 por Lucía Barbuto -la primera mujer en dirigir un club de Primera División en la historia del fútbol argentino- esta forma de trabajo se extrapola a equipos. Vélez, es un fiel exponente de esta metodología. Las ventas millonarias de los últimos años de Maxi Romero, Santiago Cáseres, Nico Domínguez, Lucas Robertone y Matías Vargas, entre otros, le permitió seguir apostando por una Villa Olímpica encumbrada, formadora de talento y de nuevos valores, como Thiago Almada. La apuesta también le dio réditos en lo deportivo porque se quedó con la Copa Complementación, llegó a semifinales de la Copa Sudamericana y está clasificado para la próxima Libertadores. Además, jugará con Banfield un encuentro que aún no tiene fecha ni sede para determinar quién accederá a la Sudamericana 2022.

Se podría destacar en este rubro a Lanús, campeón del fútbol local en 2016, de la Sudamericana en 2013 y recientemente finalista de este certamen de la mano de Luis Zubeldia y de varios pibes. También a Argentinos Juniors, apodado el “Semillero del mundo”. Las salidas de dos de sus joyas: Nicolás González, actual jugador de Selección y la venta más cara de su historia, al fútbol alemán y la de Alexis Mac Allister a la Premier League le dieron aire para conformar un equipo que estuvo a un gol de meterse en la final ante Banfield (empató 2-2 con Boca y una victoria hubiera clasificado al ex equipo de Diego Dabove). Próximamente el juvenil Franco Ibarra, de 19 años, podría partir a la MLS para sumarse a las filas del Atlanta United. El técnico que lo pidió fue Gabriel Heinze, precisamente el entrenador que ayudó a retomar la importancia del fútbol juvenil en el elenco de Liniers y el de La Paternal.

A pesar de que podrían seguir sumándose ejemplos, con distintos niveles de éxito, esta decisión de valorizar y empoderar lo propio en detrimento de lo ajeno aún parece ajena para los equipos más poderosos del fútbol argentino. Boca aparece como el mayor exponente de este paradigma. Basta prestarle atención a lo que ocurre en el lateral derecho. Esta posición, que le trajo muchísimos dolores de cabeza desde la partida de Hugo Ibarra en 2010, a priori debería poder cubrirse con alguno de los múltiples jóvenes que brillan en sus inferiores.

Sin embargo, ni Gino Peruzzi, ni Kevin Mac Allister, ni Leo Jara, ni Julio Buffarini –tal vez el de mejor rendimiento de esta lista en los últimos años- lograron dar un plus sustancial que justificara su llegada. En cambio, Nahuel Molina, formado en las inferiores, terminó quedando libre e incorporándose a Udinese de la Serie A italiana. Marcelo Weigandt, otro cuatro hecho en casa, intenta ganarse su pasaje de vuelta al club con buenos rendimientos en Gimnasia.

En River, en cambio, Gallardo pide jugadores que generen un salto de calidad y que demandan inversiones onerosas, pero se las ingenia para ir mechando jugadores de las inferiores y dándole rodaje paulatinamente. Así generó las ventas millonarias de Driussi, Palacios, Funes Mori, Mammana y Kranevitter, entre otros. Algo bien distinto sucede con Independiente, San Lorenzo y Racing, para quienes el pasto es más verde en la casa del vecino, a pesar de sus distintos pesares económicos.

La institución presidida por Hugo Moyano apostó sin éxito todo lo que pudo por jugadores de otras latitudes y recién el último certamen, por su situación financiera y la mano de Lucas Pusineri, empezó a darle continuidad a lo propio. ¿El resultado? Pusineri fue despedido y ya lo reemplazó Julio César Falcioni, quien tenía todo encaminado para ser el mánager de Banfield a partir de diciembre. Parece queda claro, entonces, que más allá de lo efímero del éxito, lo que termina dando frutos a largo plazo como en todos los órdenes de la vida es el trabajo a conciencia, duradero y con identidad propia.

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