Se han visto muchas historias de ficción sobre apocalipsis y sus potenciales vectores: plagas, muertos vivos, bombas nucleares, alienígenas, meteoritos, sismos, terminators sólidos y/o líquidos llegados del futuro... Y la más impactante resulta ser la que no tiene más que humanos. Una de las producciones televisivas más novedosas y angustiantes del último bienio, la miniserie francesa The Collapse, arriba al fin a las pantallas argentinas y debuta el lunes 8 desde las 22 por AMC, que emitirá sus primeros tres episodios en forma continuada. El método de exhibición no es casual: The Collapse (o L'Effondrement, su título original en francés) consta de ocho capítulos breves, de entre 15 y 20 minutos de duración. Cada episodio cuenta con elencos diferentes y situaciones diversas que ocurren en momentos cronológicamente distintos del “colapso” en cuestión: escenarios imprevistos en los que ya no valen el dinero, la policía ni los códigos, y donde se acaban la nafta, la comida y los medicamentos.

The Collapse es una serie inusual en muchos sentidos. Uno de los recursos más llamativos es que cada episodio está grabado en plano secuencia, en una única toma, acaso sin principio ni final. El efecto inmediato es que el espectador se integra al drama y se vuelve más actor que testigo de los diferentes ámbitos de caos y desesperación que propone la serie. Tanto para resoplar en las corridas por pasillos, como para experimentar el desasosiego, la incomprensión y la vulnerabilidad que aparecen cuando nos sorprende un desmadre poco claro en la vía pública.

La serie está producida por el colectivo Les Parasites, que comandan los realizadores Guillaume Desjardins, Jérémy Bernard y Bastien Ughetto, con briosa actividad en su canal de YouTube y con frecuentes convocatorias para el financiamiento colectivo online de sus producciones a través de la plataforma de crowdfunding Tipeee. The Collapse propone un ejercicio televisivo de colapsología -ese agorero cruce de disciplinas que considera que la revolución industrial es la madre de todos los males juega a pronosticar qué pasará realmente cuando todo se vaya al carajo. Y desde allí construye un universo frenético en “tiempo real”, lleno de dudas, incomprensiones, accidentes y claroscuros morales, cuya luz (o explicación narrativa) recién se avisora, parcialmente, en el más explicativo episodio final. Pero antes, el recorrido exige convivir con dramas, intrigas y mini-thrillers de todos los sabores.

Por momentos, The Collapse puede parecer The Walking Dead pero sin zombies. Con las miserias, las violencias y las esperanzas propias de la especie humana abriéndose y cerrándose en cada esquina. Y con la potencial -o evidente- vulnerabilidad de los sistemas de abastecimiento de las grandes ciudades y de los mecanismos de control, apareciendo como fantasmas en el centro de la escena. Su versión del apocalipsis es hiperrealista, civil, abarcativa y caótica; transcurre en ciudades, pueblitos rurales, hospitales, estaciones de servicio, mares, supermercados, canales de televisión, aeródromos, plantas nucleares y genera amplias formas de desesperación en ricos, trabajadores, ancianos y jóvenes... Es que, así planteado, el fin del mundo resulta muy democrático.