¡Bienvenidos a Zollywood! Así es como los medios norteamericanos están titulando sus primeras planas por estos días en referencia a Zendaya, la ex estrella de Disney devenida en posible candidata al Oscar a quien han bautizado unánimemente como la joven más ocupada de la industria del entretenimiento.

Zendaya, que tiene 24 años, es oriunda de Oakland, trabaja como actriz desde niña y firma así, con su nombre a secas —le pareció copado, una palabra sola, como Prince— ya había entrado por la puerta ancha de los grandes imperios del pop corn, el merchandising y el trabajo infantil hace años. Saltó rápidamente de ícono Disney por series para niños como K.C Undercover y Shake it up a ícono del Universo Marvel como la nueva Mary Jane —ahora en una refrescante versión gótica— la novia de la más reciente encarnación del hombre araña, Spider-Man: Homecoming.

Pero el 2020 traía para ella algo diferente: la consagración de una carrera actoral adulta. Ese punto de quiebre que todo niño Disney indefectiblemente atraviesa en pantalla, y que algunas veces, viene con crisis públicas, cabezas rapadas y batallas legales en una industria que llegado cierto punto los catapulta o los mastica.

A ella el futuro parecía sonreírle. El año pasado le esperaba el estreno de Duna, de Denis Villeneuve con Timothée Chalamet, y el rodaje de la segunda temporada de Euphoria, —el mega hit de HBO que protagoniza, donde interpreta a una adolescente que lucha con una intensa adicción a las drogas y que la convirtió en la actriz más joven en ganar un Emmy a la mejor actuación en un drama—, pero justo cuando todo parecía ir viento en popa para ella llegó el coronavirus a América. Se cerraron las fronteras, los cines y los sets de grabación. Empezó la cuarentena en Estados Unidos y Zendaya se quedó inmóvil: “Fue la primera vez desde los 13 años en que no volvía a trabajar en algo y me dije a mi misma: bueno, ¿quién soy yo sin esto? Lo cual era algo muy aterrador porque realmente no conozco a Zendaya fuera de la Zendaya que trabaja. No me había dado cuenta hasta qué punto mi trabajo y mi arte formaban parte de mi identidad como ser humano", confiesa ella.

Zendaya en

Durante esos primeros meses Zendaya intentó de todo. Quiso tomar clases de piano y quiso aprender un idioma nuevo. Pero principalmente se quedó tendida en la cama, atónita, levantando el teléfono solo para hablar con Sam Levinson, el showrunner de Euphoria, y preguntarle una sola cosa: cuándo —¡cuándo! ¡cuándo!— iban a volver a filmar.

De esa desazón de una Zendaya existencialista, de las largas conversaciones con Levinson para inventar una forma de retomar sus carreras y de una experiencia personal y vil del mismo director (hace unos años, en el estreno de su película Assassination Nation, agradeció públicamente a todo su equipo, pero se olvidó de mencionar a su esposa y productora Ashley Levinson) nació Malcolm & Marie, una asfixiante película sobre una pareja en crisis filmada con un presupuesto pequeño y comprada por uno cuantioso (acá, 30 millones de dólares via Netflix), que se hizo famosa por ser una de las primeras —acaso la primera— producción filmada en cuarentena, pero también, dicen, en la primera posibilidad que tendría Zendaya de acceder a la carrera por el premio Oscar.

“Me dio la sensación que era la película donde podía ser una mujer, una mujer adulta. Como actriz es algo distinto a todo lo que he hecho antes”, contó ella. Sin duda, la película fue un experimento muy lejano a las superproducciones a las que ella está acostumbrada desde la infancia. Cuando empezaron los preparativos, no había guión escrito, ni plan de rodaje, ni técnica, apenas el germen de una idea: una película de diálogos, dos personas, un set y una crisis sentimental. Y la confianza en los actores: solo ella y John David Washington —sí, el hijo de Denzel— con quien finalmente dieron, pero a quien les costó bastante elegir. "Zendaya es una fuerza tan formidable como persona y como actriz, que era realmente difícil imaginar quién podría aguantar doce escenas con ella. Ella podría romper a la mayoría de los actores como si fueran muñecos de palito”, dice Levinson al respecto.

Cuesta creerlo, con su rostro expresivo, su metro ochenta de altura y con Hollywood re-bautizándose en su homenaje, que el problema histórico de Zendaya haya sido la timidez. Mucho antes de entrar a la maquinaria Disney, cuando aún vivía en Oakland, sus padres incluso tuvieron que buscar ayuda psicológica por lo que creían podía convertirse en un problema serio para su hija. “Mucha gente en la industria me ha dicho esto: la gente piensa que eres mala porque no hablas. Y yo les digo que simplemente estoy nerviosa, que he tenido que aprender a hacer algo tan simple como entablar una conversación sobre el clima para trabajar en esto”, explica Zendaya.“Y sin embargo, cuando no estoy trabajando en esto no sé qué hacer. Es como si perdiera mis poderes”.

Malcolm & Marie, la película que tiene al rostro de Zendaya copando todo por estos días, finalmente fue filmada en apenas dos semanas, durante los albores de la pandemia, en secreto y con un pequeño e íntimo equipo heredado de Euphoria que se mantuvo en cuarentena en grupo. Los protagonistas se ocuparon ellos mismos de sus líneas, de sus vestuarios y —un escándalo— de sus propios maquillajes, y usaron una sola locación: una enorme casa en Carmel, California, el único lugar en Estados Unidos donde estaba permitido filmar en domicilios particulares. La película, que desde la semana pasada se puede ver en Netflix, está filmada en un blanco y negro cassaveteano y va sobre el deterioro de una pareja formada por un director de cine melagomaníaco y una chica inteligente que no sabe del todo lo que quiere. Pero a pesar de su bellísima fotografía (y su 35mm, donde no escatimaron) resultaría absolutamente olvidable si no fuera por dos cosas: la primera es que terminó abriendo un pequeño camino a un posible modelo guerrilla dentro de la misma industria, que no suele privarse de nada, pero que por estos días opta por estos films más bien pequeños, de equipos reducidos, testeos diarios y menos burocracias de producción. La segunda, que en realidad es la primera: Zendaya, que es muy difícil de olvidar, y a quien la consagración adulta definitiva le llegó de esta manera inesperada pero rotunda, lejos de las alfombras rojas y en medio de una crisis mundial.