"Nadie tiene ganas ahora de ver películas sobre el aislamiento, el virus y la cuarentena, sin embargo sería tonto no aprovechar de alguna manera esta experiencia. Estamos todos modificados por ella. Es algo para reflexionar: cómo cambiaron nuestros cuerpos y vínculos, o la forma de vincularnos con el cuerpo propio y el de los demás", dice Analía Couceyro, quien no actúa desde hace un año y medio. Está escribiendo y dirigió una obra en formato audiovisual para el Teatro Nacional Cervantes, El derecho de las cosas. "Temas como el contacto, los cuerpos y los vínculos son súper presentes en el teatro, y todo eso se vio modificado", concluye.

La destacada actriz piensa entonces que el teatro debería dar cuenta de aquellos cambios que trajo el coronavirus, pero "no de una manera lineal o representativa". Su último trabajo como directora posee algunas resonancias del momento sin ser explícito. El texto es de Guillermo Arengo y fue premiado dentro del concurso Nuestro Teatro, que derivó en nuevas producciones en medio de un momento en que las salas estaban cerradas. Algunas se pueden ver por estos días al aire libre en la Biblioteca Nacional. En la dirigida por Couceyro actúan Daniel Fanego y Camila Santini. Está disponible en la web del TNC

Obra breve, sintética y potente, de 30 minutos, muestra el encuentro entre un hombre con look de rockstar y amante del whisky (Jean Paul) y una joven sin nombre, a quien se menciona como "La Chica". Los separan unos 40 años, además de sus formas de ver el mundo. "Hay algo del texto que habla del momento, en el sentido de cierta dificultad para la comunicación y el contacto. Estaba esbozada en el texto y está extremada en la puesta. Hay una dificultad de entrar en contacto real; los discursos terminan siendo dos soliloquios. Son personas que piensan en sus cabezas y se ve muy difícil el giro común", resume Couceyro. "La situación pandémica favorece el encapsulamiento y el estar en uno", grafica, y sugiere que del espectáculo puede desprenderse una lectura de género, como ocurre en muchas de sus creaciones.

"¿No pensaste que quizás las cosas están ahí esperando que nos interesemos por ellas? ¿Que son las cosas las que nos necesitan a nosotros? ¿Que después de tanto tiempo son las cosas las que tienen algo para decirnos?", increpa La Chica, en un living en el que se acumulan viejos muebles y electrodomésticos. El relata que entró en un "proceso de síntesis del lenguaje". Que optó por retirarse de cualquier intercambio con los otros, quienes trataban de explicar lo que no explicaban mientras él se esforzaba por entender lo que no entendía. "Trabajamos el espacio de la sala como fondo. El espacio es de él. Es alguien que se fue quedando en su casa, desprendiéndose y acumulando al mismo tiempo, y las cosas que acumula y no usa le fueron armando una especie de trinchera. El afuera es el teatro, con su color, el terciopelo, las luces. De ahí es de donde viene ella, se cuela, se infiltra en su mundo que está cerrado", explica la directora.

Todo este tiempo resultó "difícil" para el teatro, opina. Se apoyó en su labor como docente universitaria. "La pandemia evidenció la situación de precarización de nuestros trabajos, que venía naturalizada. El teatro, aparte de nuestro trabajo, es un espacio de encuentro de la comunidad y de reflexión, y eso se extraña mucho. No me doy mucha cuenta de que las cosas se hayan amplificado, de que se esté abriendo, lo veo bastante difícil", dice. Aprovechó la pandemia para volcarse a la escritura, algo que hacía tiempo tenía ganas de hacer. "Escribí textos sobre fotos de Valeria Sestua. Es un libro con fotos", cuenta. Además, tiene en sus manos el guión para su primer trabajo de dirección en cine. Iba a filmar en 2020. Se trata de una versión cinematográfica de El libro de Tamar, de Tamara Kamenszain.