El ex presidente Carlos Menem utilizó al deporte como una vidriera para mostrarse a sí mismo. A diferencia de otros mandatarios que vieron en las actividades deportivas un puente para cruzar el mundo o una herramienta para sacar a los chicos de las calles, Menem fue protagonista: jugó al básquet en el Luna Park, al fútbol en la cancha de Vélez y al golf. Corrió en autódromos y hasta en el Río Paraná, en la lancha en la un día después se accidentó Daniel Scioli. Aprovechó como nadie la popularidad de la revista El Gráfico para exprimir la obsecuencia de algunos de sus periodistas. Entendió el rédito político que le significaba salir al balcón de la Casa Rosada con los subcampeones del mundo de 1990, con Diego a la cabeza. No le importó que unos meses después Maradona fuese arrestado en un departamento del barrio porteño de Caballito al que los medios de comunicación llegaron antes que la policía. Un golpe sin anestesia para tapar problemas sociales.

Impulsó la reglamentación de la Ley del Deporte en sus primeros años de gestión. Quiso que la Fórmula 1 volviera a tener calendario en Buenos Aires. Apoyó un proyecto para que los Bosques de Palermo se convirtieran en circuito. Finalmente, el Autódromo Oscar y Juan Gálvez fue renovado para estar a la altura de la máxima categoría. Consiguió que Argentina sea sede de cuatro grandes premios, entre 1995 y 1998. Los ganadores, Damon Hill (95 y 96), Jacques Villeneuve (97) y Michael Schumacher (98). El único argentino que corrió en ese período fue Esteban Tuero.

Gestionó que Argentina fuera sede de los Juegos Olímpicos de 2004, pero ganó Atenas. Tuvo que conformarse con la sede de los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, en 1995, aunque la localía ya había sido asignada antes de su llegada a la Casa Rosada. Los atletas argentinos lograron récord con 159 medallas. La marca anterior databa de 1951, con 150.

El primer secretario de Deportes menemista fue Fernando Galmarini. Tuvo mucha exposición y gran apoyo económico. Le tocó lidiar con el crecimiento de la violencia en el fútbol. Perdió la batalla. Uno de sus primeros pasos fue la reglamentación de la Ley del Deporte, impulsada por Perón en 1973.

Pero fue otro secretario de Deportes el que pasó a la historia por lo turbio: Livio Forneris. Amigo de Menem, contó con un presupuesto enorme. La gestión Forneris fue denunciada por administración fraudulenta. Tal vez nada se hubiese descubierto si la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996, lograba mejores resultados. Hugo Porta fue su reemplazante, hasta 1999. El ex rugbier apuntó al deporte de elite pero los resultados no fueron buenos. No está de más recordar su rol como embajador de Sudáfrica en los años menemistas.

Con Menem el país se llenó de canchas de padel. Desaparecieron los potreros en las grandes urbes para que crecieran las canchas de fútbol cinco con pasto sintético. Para jugar a la pelota había que pagar. Además impulsó la privatización de los clubes, avalado por varios empresarios. Entre ellos, Mauricio Macri, que arrasó con la imagen popular de Boca para convertirlo en un club de elite.

La televisión por cable en Argentina surgió en la gestión de Menem. Para los 90, Fútbol de Primera se convertiría en el programa icónico de los partidos. Entonces, además de pagar para jugar había que pagar para ver el fútbol en directo. Torneos y Competencias estaba en su mejor momento. A Menem el fútbol lo seducía. Era hincha de River. Junto a su hija Zulema impulsaron la convocatoria de Ramón Díaz para el Mundial de Italia. Carlos Bilardo no se dejó influenciar. El encuentro fue en la Quinta presidencial de Olivos.

También supo aprovechar la proyección internacional de Gabriela Sabatini. Su mejor momento coincidió con su presidencia. Lo mismo le pasó con Las Leonas, incluso antes del surgimiento del apodo. Hay que reconocer que con Menem el deporte femenino comenzó a salir del ostracismo machista de los años anteriores. Aunque el camino a recorrer lejos estaba de la equiparación. Aparecieron Nora Vega, Cecilia Rognoni, Romina Plataroti y Magdalena Aicega, entre otras.

Como no podía ser de otra manera, la frivolidad de los 90 también irrumpió en el deporte. El polo fue el escenario ideal para juntar millonarios, deportistas y farándula. Por otro lado, el turf no escapó a la lógica privatizadora. Al negocio se le sumaron las tragamonedas y las fiestas en algunos hipódromos. Como el de Palermo, que se convirtió en sociedad anónima.

La menemista fue una época irregular para el deporte. Se anunció una cosa, se hizo otra. Y lo popular fue quedando de lado.