Todos os mortos                    7 puntos

Brasil/Francia, 2020.

Dirección y guion: Marco Dutra, Caetano Gotardo.

Duración: 120 minutos.

Intérpretes: Clarissa Kiste, Carolina Bianchi, Thaia Perez, Mawusi Tulani, Agyei Augusto.

Estreno en Mubi, como All the Dead Ones, con subtítulos en castellano. 

“África es grande, señora”, le dice Iná a su patrona, quien supone que la religión de Ángola es idéntica a la practicada por otros grupos humanos del continente. Corre el año 1899 en la ciudad de San Pablo y los negros han dejado de ser esclavos hace una década, aunque las condiciones de vida para los afrobrasileños –y su relación con los blancos– no ha cambiado demasiado. Estrenada hace un año en la Berlinale y disponible desde este jueves en Mubi, la película de Caetano Gotardo y Marco Dutra (el segundo es codirector del estupendo relato de horror folclórico Los buenos modales, que también puede verse en esa plataforma) se ofrece como una reflexión sobre las continuidades y los cambios sociales, la compleja relación de clases en Brasil y la cruza de creencias y sensibilidades religiosas de una región atravesada por el sincretismo. Complejo a pesar de su agenda más que evidente, ni completamente naturalista ni completamente estilizado, el film está bañando por un tono que mezcla la teatralidad del cine tardío de un Manoel de Oliveira, las formas epistolares de la literatura del siglo XIX y una cualidad moderna que se va revelando lentamente.

El guion de Dutra y Gotardo crea en los Soares a una típica familia acomodada –otrora dueños de cafetales, marca de calidad y prestigio– transformados en sobrevivientes merced a los cambios económicos. El pater familias, que apenas aparece en una breve escena, nunca regresó de los campos, donde se desempeña como capataz de los nuevos propietarios italianos. Las mujeres de la familia, la matriarca Isabel y sus dos hijas, viven ahora en la gran y cambiante ciudad, añorando los tiempos de la vida en la fazenda. Maria se ha dedicado a la vida religiosa y dicta clases a niñas bajo la protección de sus hábitos. Ana, en tanto, permanece en la casa y nunca pisa la vereda, alternando la práctica del piano con las tareas en el pequeño jardín con vista a la calle. Ana “se agita” seguido, en palabras de la hermana, y casi todos los días ve con sus propios ojos como los muertos del pasado –los ex esclavos de la plantación, en particular un anciano cojo a quien recuerda con especial ahínco– se pasean por los cuartos y pasillos.

Al comienzo de la historia, la muerte de la criada, una mujer mayor, desestabiliza el precario equilibrio de la casa: Isabel enferma sin causa aparente mientras Ana cava y entierra obsesivamente objetos en el jardín, como si se tratara de un improvisado y ecléctico camposanto. La llegada de Iné junto a su pequeño hijo tiene una razón de ser que sólo Maria conoce en un primer momento. Todos os mortos pone así en tensión dialéctica cuestiones como la modernidad y los atavismos, la etnia como símbolo de estatus social y, por supuesto, la convivencia del cristianismo y las distintas vertientes religiosas africanas, al tiempo que comienza a introducir en pantalla anacronismos cada vez más evidentes: primero un cartel en el fondo de un plano, luego el sonido de un helicóptero y algunos autos modernos, finalmente los altos edificios de la San Pablo contemporánea. El año es 1900 y, al mismo tiempo, es el tercer milenio.

“El siglo XX va a traer nuevas formas de comunicarnos y trasladarnos”, afirma esperanzada Isabel, y el choque con esos planos que mezclan el pasado con el presente no podría estar cargado de mayor ironía. Ya ni el café sabe de la misma manera y la visita de un pretendiente de Ana sólo es recibida con desafecto y algo de desprecio. Mientras tanto, la casa de las Soares –que podría haber sido creada por algún Cortázar paulista– arrastra sus penas mientras las fiestas y el reluciente tranvía, afuera en la calle, continúan marcando un ritmo desconocido allí dentro. El regreso de aquellos que sólo Ana puede ver son la marca invisible de una decadencia progresiva: los muertos no son esos, sino los otros, los que aún respiran.