Los sucesos argentinos político-sociales conflictivos y degradantes ocurrido en seguidilla durante 2025, ¿responden a una crisis? Si así fuera, ¿se sale de una crisis?, ¿cuánto dura una crisis?

Navegamos en el malestar social. La mayoría sufre, la minoría privilegiada disfruta. Aquello que es desorden para la gente carenciada, es equilibrio para los delirios inescrupulosos que enarbolan con cruel falsedad quienes nos gobiernan desde el odio y lo falso, como sostener que el equilibrio fiscal es más importante que el bienestar del pueblo.

Un oxímoron político: se votan candidaturas para que administren el bien común y quienes han obtenido el poder democráticamente no gobiernan para el bien común, se reparten nuestra soberanía como zorros angurrientos.

Catamarca, es de noche, estoy mirando el cielo desde el patio de una casa con corral avícola. En la penumbra estalló un confuso episodio. A unos diez metros vi, con angustia e impotencia, como un zorro atrapaba a una gallina. La hizo desaparecer con una velocidad paralizante. Tragó más que comió. En menos que canta un gallo solo quedó una carcasa de plumas vacía y un charco de sangre. Se produjo una crisis, algo que puede superarse a pesar del daño (intervino un sereno y el resto de las aves de ese mismo corral se salvaron). No obstante, para la víctima fue definitivamente el caos, la entropía, la muerte.

Cuesta dejar en claro si lo que estamos padeciendo en nuestro país desde finales del 2023 es una crisis, o si se trata de otro tipo de manifestación histórica que más que crítica es caótica. Pero, ¿qué es crisis? Un cambio profundo que provoca desajustes con consecuencias físicas, relacionales y/o simbólicas y se resuelve (negativa o positivamente) en relativamente poco tiempo. El término proviene del griego y connota un momento decisivo. Decir “una larga crisis” es una contradicción en los términos. Si ese fenómeno llamado crisis se extiende en el tiempo, ya no es crisis, se transmuta en caos.

Los tiempos históricos son más extensos que los de la vida cotidiana, pero una conflictividad colectiva deja de ser crisis si se extiende temporalmente sin solución o muerte. La anomalía pública pasa a ser estructural. De una crisis se sale para bien o para mal, pero no se permanece en ella. Entonces, ¿por qué le decimos crisis a procesos irregulares de larga duración? ¿Por un contagio entre conceptos semejantes? ¿Sin pensarlo demasiado?

Son sinónimos de crisis: cambio, dificultad, peligro, riesgo y -se deja en claro- que su antónimo es “extensión”. Breve es la crisis. Un tsunami arrasador o el momento más álgido de una enfermedad.

Si se consulta sinónimos de caos, alguno de ellos son desorden, anarquía, enredo, lío, vorágine. Sin embargo, aunque desde la semántica, crisis y caos no son sinónimos, en la cotidianeidad se los utiliza indistintamente. Crisis, y caos parecerían equivales. Pero no.

La crisis es un cambio pasajero en un sistema organizado, mientras que el caos es un desorden complejo en un dispositivo desequilibrado. Caos es desregulación, hambruna, maltrato institucional, un Estado que manda azotar viejitas y le regala a la gente rica lo que le roba a la pobre es fascismo, eso es caos gubernamental.

Disparates de una Argentina rota por un outsider con poder, que transfiere dineros de ancianidades y niños con cáncer a ricos terratenientes que dejan de propina -en restaurantes de lujo- el equivalente de un mes entero del trabajo de un pobre o más de una jubilación mensual.

La crisis provoca problemas y los problemas se pueden resolver (aunque no siempre). Por el contrario, el caos no responde a la estructura del problema, no habilita soluciones posibles. Es un obstáculo en sí mismo. Son tantas las variables conflictivas en pugna, que el caos rechaza cualquier orden. Sin embargo, Ilya Prigogine (Premio Novel de química 1977) propone que del caos puede surgir el orden. Un nuevo orden.

Veamos. El primer principio de la termodinámica postula que la energía total del universo se mantiene constante, no se crea ni se destruye, se transforma. Pero el segundo principio estipula que, si bien la energía se mantiene constante, está afectada de entropía. Tiende a la degradación, a la incomunicación, al desorden. Pero Prigogine demostró que el caos no implica necesariamente la destrucción definitiva del sistema afectado. Pues, en una situación caótica el accionar impredecible de alguna partícula dispersa puede atraer hacía sí a otros elementos errabundos. Puede reorganizarse y reconstruir un nuevo equilibrio.

Un ejemplo biológico. Existen colonias de amebas que solo sobreviven en comunidad, adheridas a una fuente nutricia. Si algo imprevisible las ataca, se dispersan y mueren. No se salvan solas. Aunque también es posible que una ameba sobreviviente del estallido comience a exhalar una hormona que atrae a otras amebas despistadas formando una especie de pie colectivo que busca otra fuente nutricia. Cuando la encuentra se pegan a ella generando nuevos organismos de la misma especie que, instados en esa zona amigable, logran establecer una armonía y viren hacia el orden en una nueva sociabilidad.

También existen casos de estructuras disipativas en lo social. Como, por ejemplo, subjetividades esclavas fugitivas individualmente, en el Brasil colonial, que sin plan preestablecido salieron de sus escondrijos y se fueron agrupando en la selva profunda y conformaron comunidades nuevas, libres y persistentes.

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Las estructuras disipativas constituyen la aparición de dispositivos coherentes autoorganizados desde un sistema alejado del equilibrio. Utilizar la idea de estructuras disipativas para abordar un caos político y social busca representar la asociación de los conceptos de orden y disipación. Y nos da una lección. Los recursos políticos tradicionales no parecen eficaces para afrontar el caos. Es como echar vino nuevo en odres viejos. Una actitud militante pero expectante posibilitaría que aparezca esa molécula social que se niegue a morir y exhale atracción para juntarnos con nuestras diferencias. Eso es una política ética. El sentido último de una eticidad política es la aspiración de ser libres en una sociedad libre y, para ello, se impone abandonar la tóxica libertad de los mercados y bregar por los derechos y la libertad de las personas.