Dicha                               4 Puntos

Bliss; Estados Unidos, 2021.

Dirección y guion: Mike Cahill.

Duración: 103 minutos.

Intérpretes: Owen Wilson, Salma Hayek, Nesta Cooper, Jorge Lendeborg Jr., Ronny Chieng.

Estreno en Amazon Prime Video.

Lo que comienza como un episodio de La dimensión desconocida, o un derivado manifiesto de The Matrix, se desliza raudamente hacia el terreno de las ambiciones filosóficas trasnochadas y un absurdo en gran medida involuntario. Tal vez el paso de los años ubique a Dicha en el anaquel de las “tan malas que son buenas”, aunque incluso esa posibilidad parece obturada. Owen Wilson hace lo que puede, aunque en este caso no sea mucho, para llevar adelante una empresa imposible, al tiempo que Salma Hayek parece perdida en un laberinto de gesticulaciones desbordadas. La culpa no es necesariamente de ellos. El guionista y realizador Mike Cahill (cuyo currículum incluye otros dos largometrajes con tonalidades sci-fi: I Origins y Otro planeta) se parece al asador que, temeroso de que la comida no alcance y no esté lista a tiempo, siembra la parrilla de una docena de cortes y achuras y aviva demasiado el fuego, chamuscando varios trozos y dejando un poco crudos los otros.

El núcleo de Bliss es la historia de Greg Wittle (Wilson), un tipo que ha pasado los cuarenta años y que, en el comienzo, está más concentrado en sus ensoñaciones y dibujos que en los llamados telefónicos que no dejan de sonar en su oficina de la compañía “Dificultades Técnicas”. Primer aviso de que el mundo de Greg no es necesariamente el nuestro, aunque su crisis personal sea de las más comunes y silvestres. Una visita al despacho del jefe termina con una muerte accidental, seguida de un escape al bar de enfrente y el encuentro con Isabel (Hayek), una misteriosa mujer que, sin comerla ni beberla, se despacha con un disparate que se revelará curiosamente cierto. O algo así. Todo lo que los rodea –edificios, objetos, personas y un largo etcétera– es falso; sólo ella y él y algunos pocos humanos más son reales, inmersos en una simulación cuyo origen, razones y creador se desconocen. Van quince minutos de proyección y, hasta ese momento, la cosa promete, más allá de lo derivativo de la coyuntura. Pero todo lo que sigue es barranca abajo.

Hay unas gemas amarillas y otras azules que funcionan como drogas sintéticas –las primeras permiten tener poderes, las restantes salir momentáneamente de ese universo–, una hija que no cesa en la búsqueda del padre y un universo parecido a las afueras de Los Ángeles, con sus canales poblados por marginales y basura de diseño de arte. Ofrecer más detalles, incluida una vuelta de tuerca mayúscula a mitad de camino, ofendería a más de un lector por razones correctas o incorrectas, pero baste decir que la trama continúa desbarrancándose en su camino hacia el cambalache y la sensiblería. La aparición de Slavoj Žižek en un breve cameo no hace más que potenciar la sensación de cuento fantástico sepultado por capas y capas de pretenciosidad sin nada que la sostenga, excepto su propia cualidad ampulosa.