La pandemia puso de relieve varios aspectos de nuestra sociedad que eran preexistentes, pero quedaron a la vista. En nuestro país existe una gran desigualdad y esta se evidencia también en las diferentes ofertas educativas. Se trate de regiones empobrecidas, o de instituciones privadas o públicas los objetos culturales con los que interactúan y las experiencias de formación que reciben nuestros estudiantes son disímiles. Los discursos políticos hacen hincapié en la educación como palanca de cambio y de superación social. Sabemos que tal movilidad para estar garantizada no alcanza exclusivamente con la escuela, pero que la materialidad de ésta le propicia una base de sustentación. Esos discursos no se avienen a políticas de estado con continuidad temporal que prioricen la distribución equitativa y real de oportunidades. Son movimientos pendulares y variantes según los intereses políticos que rijan en cada jurisdicción y a nivel nacional.

El mapa educativo del 2020 mostró una fragmentación de ofertas y propuestas dispares, con una intencionalidad imperativa del gobierno nacional de sostener la continuidad pedagógica que vincularan a los alumnos/as a las escuelas. Esta premisa no solamente estaba fundada en la necesidad de la continuidad de los aprendizajes, sino también para garantizar el espacio grupal que genera y reúne a los estudiantes en cada aula. Lazo que permite un encuentro con la diversidad y genera las condiciones de sociabilidad y construcción subjetiva y ciudadana de cada estudiante.

Esta fue una tarea que se sostuvo desde el quehacer docente, generando, inventando y experimentando de maneras distintas y acorde a las posibilidades materiales y personales la continuidad de un trabajo y un vínculo con sus aprendices. Si bien estas actividades no fueron homogéneas en todas las regiones, hubo una preocupación común por mantener y sostener la actividad escolar. La sociedad en su mayoría reconoció el valor de la escuela como un espacio esencial de encuentro y formación para los y las chicos/as y adolescentes, y la tarea profesional de los docentes que inequívocamente no pueden fácilmente ser sustituidos en su saber y quehacer.

Estas realidades parecen opacarse cuando se habla del regreso a clases, como si no hubiera habido una experiencia previa que tramitara, en la dificultad de una pandemia, formas de ser escuela aun sin la presencialidad. Se impuso un discurso mediático, con indisimulable intención político-partidaria de la vuelta a clases como un modo de defensa de la educación, sin atender a las disponibilidades y necesidades que en cada región esto demanda. Denostando aquellas voces que advierten sobre las condiciones materiales de los cuidados y los riesgos. Una vez más, nos enfrentamos como sociedad a la situación de plantear los problemas como simples disyuntivas, slogans que empequeñecen la discusión y achatan los discursos y las experiencias.

Coincidimos en la necesidad de programar el encuentro presencial en las aulas, entendemos que enriquece la experiencia pedagógica de nuestros estudiantes y da marco al encuentro con los otros, tan necesario en los procesos de formación.
Sabemos que la restricción de la presencialidad produce (produjo) malestares y tensiones individuales y familiares, tanto en los estudiantes como en los docentes.
Entendemos que la vuelta a la presencialidad moviliza a amplios sectores, porque la escuela es también un organizador de la vida cotidiana, sus horarios y sus programas de trabajo inciden en la disposición familiar y laboral.

Es prioritario en esta etapa revincular a aquellos estudiantes que quedaron por fuera del sistema y a los que las propuestas escolares no alcanzaron a contener.

El volver a las aulas implicará construir una realidad diferente a la conocida. El regreso genera la ilusión del encuentro tal como lo conocíamos en la experiencia escolar. Sin embargo, dadas las condiciones epidemiológicas, será una nueva realidad a construir al interior de cada establecimiento donde lo que debe primar es el cuidado personal y de lo común.

Una de las tareas de la escuela como institución también es su perfil normativo. La escuela establece pautas y normas de relación que formatean las características vinculares de la convivencia escolar. Será entonces, una vez más, su función la de transmitir las medidas sanitarias de protección enmarcadas en el valor del cuidado personal y comunitario.

En una cultura mercantilizada que exacerba los valores de lo individual y reniega de las situaciones colectivas como procesos de gestión y generación de proyectos, la escuela deberá ir a contracorriente, mostrando la importancia del cuidado de todos partiendo del cuidado personal. Generando las condiciones para que ese cuidado tenga posibilidad real de desplegarse, cumpliendo con protocolos que limitan los contactos y los acercamientos y proponen un esquema de movilidad muy diferente a los que acostumbramos a gestionar en las escuelas. Con espacios físicos regidos por el distanciamiento y la no circulación que valen tanto para el estar en el aula como para administrar los recreos o programar escalonadamente los ingresos y egresos de los estudiantes. Novedades que deben considerarse en conjunción con las posibilidades físicas de las aulas y los edificios. Como podemos apreciar, la vuelta a la escuela muestra una variada intervención en los lugares de trabajo y en el movimiento de las personas, que dista de lo conocido y sobre lo que hay que trabajar en forma conjunta con cada comunidad escolar: padres, alumnos, docentes y directivos para poder implementarlo.

La experiencia del 2020, así como desnudó una realidad desigual, también generó novedades que venían siendo muy postergadas en los escenarios educativos y que vale la pena repasar para poder capitalizarlas en este retorno a la escuela física.

El reconocimiento a la labor docente que surgió de amplios sectores de la sociedad se basó en el respeto a un profesionalismo que mixturó: vocación, creatividad y variedad de recursos para sostener la tarea pedagógica. Esta labor también estuvo acompañada por un grado de solidaridad e intercambio en los cuerpos docentes que permitieron la transmisión y apropiación de diferentes experiencias exitosas.

Quedó, a su vez, a la vista la posibilidad de muchos estudiantes de organizarse en la tarea y tener un grado de autonomía muchas veces retaceados en las aulas. Diversos modos de producir y de acercarse al conocimiento. Modalidades innovadoras de promover búsquedas y realizaciones individuales o grupales.

Algunos, los más privilegiados, pudieron plasmar estas experiencias en propuestas virtuales que mantuvieron un grado de comunicación sincrónica y asincrónica en el tratamiento de la tarea escolar. Lamentablemente esa experiencia no puede generalizarse para poblaciones que no cuentan con los recursos básicos de conexión o dispositivos. Hecho que merece nuestra atención si realmente apostamos a una distribución equitativa de los recursos materiales y simbólicos que hoy debería facilitar la escuela. La verdadera defensa de la escuela, como una instancia de preparación y formación para vida, no puede estar desligada de políticas que contemplen las características de la época y el reparto igualitario de bienes y ofertas educativas.

Tal vez, si capitalizáramos la experiencia del año pasado, con sus vicisitudes, ensayos y errores, también podríamos repensar los tiempos necesarios de la presencialidad en la escuela. Estuvo visto, como una primera aproximación a la experiencia, que hay un tiempo productivo que no se corresponde con los largos horarios de permanencia en los establecimientos. Lo mismo podemos decir de los curriculums de trabajo. La modalidad y los tiempos hicieron a una revisión de contenidos que merece la pena profundizar para generar propuestas temáticas más acordes a las preocupaciones e intereses de los estudiantes y a las necesidades de la época.

A su vez, lo que viene anunciándose como un cambio de paradigma en educación puede seguir desplegándose con más fuerza. Nos referimosa la convicción de que el centro de la escena educativa la ocupe el estudiante, quien debe apropiarse de su protagonismo en la formación, quedando desplazado de ser un mero receptor de los saberes, un espectador pasivo de las clases magistrales, para ocupar un lugar activo en la construcción del saber. Este movimiento reorganiza la dinámica del aula y reposiciona al docente como generador de los aprendizajes, motivador de los proyectos, convidando a la exploración de diferentes fuentes de información que lo exceden como el único depositario del saber.

Volver a la escuela significará fundar un espacio físico diferente al conocido, que garantice los cuidados necesarios para que nadie se exponga a situaciones de riesgo, elaborando una política de la solidaridad en la comunidad de tareas y que implemente parte de las novedades que fueron provechosas en la experiencia pandémica.

Volver a la escuela es seguir estando... Con los pibes y con las pibas, con las familias, en una tarea común con lugares diferenciados.

Es salir de la antinomia y poder pensar los problemas, es respetar la singularidad de cada uno y las posibilidades de cada institución, compartiendo soluciones y construyendo realidades habitables, seguras y amables.

Daniel Levy es psicólogo.