En el documental de Martin Scorsese sobre la gira norteamericana de Bob Dylan de 1975, Allen Ginsberg recuerda el impacto que sufrió la primera vez que escuchó “A hard rain´s A-Gonna Fall”. “Sentí que se había pasado el relevo a una nueva generación”, confesó el autor de “Aullido”. La percepción de que una canción puede expresar el advenimiento de una nueva época se ha vuelto un tópico de la crítica cultural. Menos usual, en cambio, es desandar el camino secreto, indagar en los antecedentes, no para delatar apropiaciones indebidas sino para entender la persistencia y la ubicuidad de la cultura popular. De eso trata Lluvia y veneno: Bob Dylan y una balada entre la tradición y la modernidad, el libro en el que Alessandro Portelli (Roma, 1942) explora pasado y presente de la gran canción con la que Bob Dylan conmovió a Ginsberg y a más de una generación.

Dylan en una sola canción: inmediatamente pensamos en Greil Marcus y su fascinante libro sobre “Like a Rolling Stone”. Pero mientras el crítico norteamericano se movió en el contexto de la historia del rock y el pop, Portelli fue más allá en el tiempo. Mucho más allá. Autoridad mundial en Historia Oral y especialista en literatura angloamericana, además de un refinado oyente de música folclórica y popular, Portelli se remonta a dos antiguas baladas, la italiana “Il testamento dello´Avvelenato” y la escocesa “Lord Randall”. Ambos textos comparten con “A hard rain´s…” una situación axial: un joven regresa a su hogar tras un largo viaje para contar la pesadilla que vivió. Eso se plantea en los dos primeros versos, que a manera de anáfora han atravesados siglos. Pregunta la madre: “Oh, where have you been, my blue-eyed son?/ Oh, where have you been my darling young one...”. De ahí en más, las diferencias entre los versos anónimos y los que llevan la firma de Dylan superarán a las coincidencias, pero el motivo del emigrante que vuelve y cuenta se mantendrá como invariante histórica. La balada de hoy unida por hilos invisibles a la balada ayer.

A Portelli le interesa observar los mecanismos de transmisión de la memoria por fuera del mundo letrado. El tema central de este fascinante tour de forcé de historia cultural es la balada como artefacto versátil en el que conviven el anhelo de inmutabilidad de la tradición con la dinámica de cambio de los tiempos modernos. Por supuesto, que haya sido Dylan quién reformuló la balada en cuestión es un hecho clave para entender su proyección exponencial. Portelli, que ha pasado buena parte de su vida escuchando y descubriendo voces anónimas de aquí y allá, lo sabe perfectamente. De todos los cantautores que a principio de los años 60 frecuentaban los cafés de Greenwich Village, no caben dudas de que el único que alcanzó estatura icónica fue el cambiante y enigmático Robert Allen Zimmerman.

En la voz de Dylan, la tradición se volvió modernidad, y lo anónimo fijó su andar en un intérprete. “Los que escucharon a Bob Dylan cantar “A Hard rain´s…” en vivo sólo son una fracción de los que la conocen del disco”, escribe Portelli. “Cuando otros la cantan -Seeger, Joan Baez, los Staple Singers, Patti Smith en Estocolmo (en la entrega del Nobel) o el indio Lou Majaw en Shillong – sus versiones se perciben como covers de la matriz original y con ella deben confrontarse, medir su cualidad, la fidelidad o su capacidad de reinventarla.” Cabe pensar, como lo sugiere Portelli en otro tramo de su trabajo, que cada vez que Dylan volvió a cantar “A Hard rain´s” deformando su dicción o alternando el comienzo de la melodía hasta volverla prácticamente irreconocible, lo hizo como si quisiera restituirle a la balada su condición “anónima” original. Pero eso ya no será posible.

Escrita entre el sótano del Village Gate y el club Chip Monck, Dylan grabó la segunda canción más importante de su período de folk-singer (la primera fue “Blowing in the wind”… ¿o no?) el 6 de diciembre de 1962, en el estudio A de Columbia Records de Nueva York. Aquello sucedió dos meses después de la resolución de la crisis nuclear que tuvo al mundo en vilo (en la reciente “Murder Most Full” el viejo Dylan retoma algunos hechos contemporáneos al Dylan joven), pero el bardo ya había presentado su balada en el Carnegie Hall semanas antes del conflicto. Pero, ¿importa esto demasiado? Más allá de las precisiones cronológicas, la recepción social de “A hard rain´s…” estuvo signada por el miedo atómico, al que Dylan pareció interpelar con un poema genial, cargado de imágenes de desolación y desesperanza.

Si los personajes de “Il testamento…” y “Lord Randall” regresan al seno materno después de estar con una amante perversa que lo ha envenenado, el joven de la balada de Dylan – de ojos celestes, como él mismo – vuelve de un mundo de pesadilla global en el que el veneno invade al conjunto de la sociedad: “Regresaré antes de que empiece a llover,/ Caminaré en el más profundo y oscuro bosque/ Donde la gente es mucha pero sus manos están vacías,/ Donde los gránulos de veneno inundan sus aguas,/Donde la casa en el valle se encuentra con la prisión húmeda y sucia”. Con erudición y agudeza interpretativa, Portelli da cuenta de este genial pasaje de un drama individual a una tragedia colectiva, todo en los versos de una canción.

ALESSANDRO PORTELLI

Un año después de la grabación de Dylan, la cantante italiana Sandra Mantovani grabó “Il testamento” tal como fue editado en 1859. Portelli rescata otras versiones (la calabresa, por caso) y al mismo tiempo confronta el texto italiano con “Lord Randall” en la versión del cantante británico de protesta Ewan McColl. Antiguas baladas que hunden sus raíces en el siglo XVII. Quienes las versionaron eran protagonistas de la escena del folk revival que celebró al joven mimado que en 1965 cometería la apostasía de “pasarse al rock and roll”, guitarra eléctrica mediante. Pero antes de ser expulsado del Edén de la canción de izquierda, el autor de “A Hard rain´s…” ya había alimentado la balada con lecturas de Rimbaud, la Biblia, Walt Whiteman, T.S.Eliot, los poetas beatniks – ahí está el fascinante ida y vuelta entre Dylan y Allen – y la infaltable trova de Woody Guthrie.

No estaba equivocado Ginsberg al fechar allí el comienzo de un nuevo tiempo. Pero Dylan no quiso ser un topical singer, y un día abandonó la protesta, mas no las visiones proféticas. Por eso, en los últimos años podemos escuchar “A hard rain´s…” en relación al desastre del medio ambiente, la fagocitación de la naturaleza y, claro está, la pandemia. Esta tensión entre herencia e innovación hizo de Dylan, al decir de Portelli, “el último poeta modernista de la literatura americana”.