De una punta a la otra, de un extremo al otro del arco interpretativo, así venimos desde hace varios meses, rebotando entre imaginarios esperanzadores y pronósticos apocalípticos. La humanidad recibió un sacudón totalmente inesperado ⎼aunque hubiesen sonado algunas alarmas⎼y los modos de recalcular la existencia tienen tantos matices como sujetos necesitados de dotar de sentido los acontecimientos. [...]

Así fue como a Andrés Wertheim se le ocurrió explorar la nueva gestualidad, esa que irrumpió en nuestras vidas cotidianas a partir del aislamiento físico al que nos vemos confinados. ¿A qué me refiero con “nueva gestualidad”? Al conjunto de rasgos, expresiones, acciones y ademanes que el uso del barbijo ⎼devenido escudo protector y emblema de la pandemia⎼configura en nuestro rostro, y por ende, en nuestra identidad. ¿Qué sucede cuando solo vemos los ojos de quien nos habla, y su boca, nariz y mentón permanecen cubiertos? ¿Esos ojos, tienden a concentrar mayor expresividad? ¿Cómo se reponen ⎼o irremediablemente se pierden⎼ciertas texturas esenciales del acto comunicativo, como el tono de voz, las inflexiones, la cadencia, los silencios, cuando al hablar tenemos la boca tapada?

Miradas remotas, así se titula el ensayo fotográfico de Andrés Wertheim, no apunta a diagnosticar resultados sino a auscultar síntomas, en una suerte de intento por registrar las alteraciones en la gestualidad que afloran cuando la fisonomía del hablante se ve severamente modificada.

El universo poblacional escogido para esta experiencia/experimento son sus colegas, un numeroso grupo de reconocidos artistas y fotógrafos argentinos. Para Wertheim resultaba importante que sus retratados tuviesen la mirada entrenada, dado que es allí donde se aloja el protagonismo central de la comunicación. La primera pauta ordenadora del ensayo fue retratarlos a todos, con y sin barbijo. Así, los retratos se suceden de a pares y los retratados aparecen en la toma de la izquierda sin el tapaboca y en la de la derecha portando la mascarilla. Los retratos, por supuesto, debieron realizarse de manera remota, es decir, a través de videollamadas y, en este sentido, la mirada entrenada de sus colegas resultó crucial.

Otra de las reglas establecidas por Andrés fue pedirles a todos que eligieran un horario y una ubicación en los que la luz sobre sus rostros fuese pareja. Así, en las respectivas sesiones cada retratado fue posicionando la cámara de su computadora o teléfono móvil para, juntos aunque remotamente, seleccionar el mejor encuadre. Evidentemente gran parte del control sobre la toma fotográfica tuvo que ser delegado en el retratado, pero esta circunstancia, lejos de resultar un inconveniente, acabó siendo un factor enriquecedor: se generaba así un retrato compartido y dialogado con el otro.

Pero además, la experiencia de las sesiones fotográficas remotas se convirtió en una coartada perfecta, un pretexto oportuno que habilitó el intercambio entre colegas, la charla amistosa, la reflexión sobre un presente incierto e, incluso, abrió un espacio para explorar algunas actitudes performáticas con relación a esta “nueva normalidad” y el modo en que impacta en los vínculos con el otro. Resulta significativo en este contexto particular que para Roland Barthes la fotografía entronque con el arte no tanto a través de la pintura sino del teatro (las artes de la escena) y que, en este enlace, la mediadora sea la muerte. Barthes asocia el vínculo original del teatro y su culto a los muertos con el “esto ha sido” inherente a la fotografía. Y mientras escribo esto, no puedo dejar de preguntarme: si en el célebre retrato de William Casby de Richard Avedon nuestro semiólogo encontraba la esencia desnuda ⎼la máscara⎼de la esclavitud, ¿qué tipo de máscara encontraría en estos retratos remotos? ¿Qué detalle innombrable lo punzaría, haciéndolo vibrar?

Una fotografía, decía John Berger, no es sólo una imagen (en el sentido en el que lo es una pintura), una interpretación de lo real; también es un vestigio, un rastro directo de lo real, como una huella o una máscara mortuoria.

Dirige la cámara hacia el monitor y realiza varias capturas. Algunas tomas sin barbijo, otras con el tapaboca, para luego seleccionar las que funcionen mejor y conformar así una serie de dípticos. El entorno de todos los retratados es necesariamente doméstico y, aunque aparezcan algunos escenarios externos como jardines o balcones y otros más evidentemente hogareños, como estudios o cocinas, todos los espacios escogidos dicen mucho sobre los retratados. Algunos pocos optan por fotografiarse contra un fondo virtual pero, incluso en estos casos, el entorno se vuelve parlante. Es que el retrato como género está íntimamente ligado a la identidad, atado a ella en una suerte de nudo entre el yo y la alteridad. En un retrato, no hay forma de no ser protagonista.

Ninguna de las fotografías tiene trabajo de postproducción y en todos los dípticos Andrés optó por un reborde negro que subraya el formato rectangular de la pantalla. Podemos así ver en la base inferior de los retratos las teclas de su laptop y, en algunos casos, leemos el logo de la empresa de videollamadas que se utilizó. Resulta curioso que este ensayo fotográfico haya sido posible gracias a su condición remota, es decir, a la virtualidad que lo engendró. Todos los encuentros fueron realizados durante el mes de mayo de 2020, en un período de confinamiento estricto, y abarcaron incluso diversos países. Quizás por este motivo, muchos de los retratados descubrieron en la propuesta un espacio para canalizar sus sentires, poniendo su yo en escena, ejercitando lúdicamente una sociabilidad herida, privada de los cuerpos y recluida a una soledad forzada.

Miradas remotas encontrará su lugar de residencia en un libro, o para ser más precisos, en un fotolibro, una publicación cuyo autor y editor es un fotógrafo y cuyo valor principal reside en el cuerpo fotográfico contenido en el objeto libro. En este sentido, la secuencia narrativa de los retratos se alterna con imágenes ⎼también fotografías tomadas por Andrés⎼de mensajes de difusión oficial, carteles electrónicos, capturas de videografs televisivos y algunos breves comentarios de los retratados acerca de este extraño momento en la historia personal y colectiva. Éste, claro está, es un ensayo fotográfico vinculado estrechamente con la realidad, que se posiciona como testigo de los acontecimientos, en un intento por tornarse un testimonio de época. Sin embargo, al mismo tiempo, repara en la facultad de la fotografía como práctica y como lenguaje de interpretar y recrear la realidad, al agitar el pensamiento y propiciar una mirada abierta en la que el otro resulta más interesante que uno mismo.

¿Para qué hacer un ensayo fotográfico en plena pandemia? ¿Para qué contactar a más de cien colegas, coordinar con ellos encuentros virtuales, organizar sesiones fotográficas, compilar y editar el material para luego, finalmente, publicar un fotolibro? A pesar de su naturaleza mecánica e instantánea, cada fotografía conlleva un relato que excede su mera descripción, constituyéndose en un universo de signos. Y el arte, posiblemente, sea un ejercicio contra la muerte, contra la rutina inercial, contra la mediocridad. Es pensamiento crítico y sensible acerca de situaciones que no tienen solución, acerca de la pérdida y el vacío que la pérdida deja. Es decir y contradecir el mundo.

* Curadora, crítica de arte y docente universtiaria. Curadora jefe del Parque de la Memoria. Texto introductorio del libro Miradas remotas, fotógrafos en cuarentena, de Andrés Wertheim, recientemente publicado por Arte x arte.