“Un rompecabezas”, define Marcelo Lombardero, el director de escena. O, dicho de otra manera, una obra abierta. De L’Incoronazione di Poppea, última ópera de Claudio Monteverdi, se conservan dos versiones. Una es posiblemente de 1650, con numerosas anotaciones del compositor Francesco Cavalli y los actos primero y segundo copiados por su esposa, y corresponde a una reposición realizada en Venecia, la ciudad donde se había estrenado en 1643, el mismo año de la muerte de su autor (algunas fuentes señalan de manera errónea que dicho estreno había sido el año anterior). La otra corresponde a una reposición en Nápoles, muy probablemente en 1651. Ambas son, por supuesto, distintas entre sí. Y donde otros verían un problema, Lombardero encuentra una magnífica oportunidad para buscar su propia versión.

A 450 años del nacimiento de quien simbólicamente se considera el padre de la ópera como género, L’Incoronazione di Poppea vuelve a escena y lo hace en circunstancias poco frecuentes: la coproducción entre dos instituciones ligadas a la vida musical argentina, Buenos Aires Lírica (que, de paso, cumple 15 años de vida) y el ciclo Nuova Harmonia, que lleva adelante el Teatro Coliseo. “Eso solo ya es un milagro”, dice Lombardero, responsable de la puesta que se verá en esa sala los próximos jueves 20 a las 20.30, sábado 22 a las 20 y domingo 23 a las 18. “Que en este momento del país, y del mundo, suceda algo sin fines específicamente comerciales y se rinda homenaje a Monteverdi, algo que trasciende ampliamente lo inmediato, es fantástico. Independientemente de los méritos que pueda llegar a tener esta puesta en particular me parece una maravilla que haya gente que apueste a esto.” El elenco está integrado por los argentinos Cecilia Pastawski (Poppea), Santiago Bürgi (Nerone), Victoria Gaeta (Drusila/Fortuna), Martín Oro (Ottone), a quienes se suman la brasileña Luisa Francesconi (Ottavia), el venezolano Iván García (Seneca) y la chilena Gloria Rojas (Arnalta). Participará la orquesta de instrumentos originales “Compañía de las Luces”, con dirección de Marcelo Birman y con el brasileño Rodolfo Richter como concertino.

“En los últimos años se ha impuesto la modalidad de representar esta ópera con una soprano en el papel de Nerón”, explica el director de escena. “Y es que las disonancias del dúo final, que se producen cuando las voces son muy cercanas, hacen que resulte casi impensable otra solución. Pero las voces de esa época no existen hoy. No sólo no hay un castrado sopranista sino que no existe esa categoría de actor que cantaba, que estaba mucho más cerca de la idea de representación del siglo XVII. Y a mí la idea del travestismo, en esta obra, me hace ruido. Nerón pone en escena un tipo de pasión muy masculino. Así que nos basamos en que la obra se representó, históricamente, con un tenor en el papel de Nerón. De hecho en esta versión no hay papeles travestidos.”

Para Marcelo Lombardero es esencial “contar la historia desde un punto de vista absolutamente teatral”. Cuenta que, en ese sentido, “hay personajes que no están y hemos eliminado todo lo sobrenatural. Aquí no hay dioses sino un drama esencialmente humano”. En esta versión se han introducido, por otra parte, interludios y sinfonías compuestos por Monteverdi y por otros de los autores que trabajaban con él, como Cavalli y Ferrari (compositor, por otra parte, del dúo final) y se trabajó en la cuestión musical a la par que en la teatral. “Se trata de un trabajo de atelier”, afirma Lombardero; no me gusta usar la palabra amateur pero se trata de eso, de amar lo que se hace. Con Marcelo Birman y con Manuel de Olaso, su asistente, trabajamos escena por escena y lo hicimos en conjunto. Es un trabajo de equipo. Y si la ópera es siempre un proceso de conjunto, en este caso esto estuvo presente todo el tiempo. No hay otra manera de hacerlo.”