¿Qué significa ser humano hoy? ¿Somos únicos o reemplazables? ¿Las sociedades tecnológicamente avanzadas son menos empáticas y crean más desigualdades? ¿Cómo impactará la inteligencia artificial en la vida cotidiana? Kazuo Ishiguro, el escritor británico de origen japonés, mete el dedo en las llagas que suscitan los grandes interrogantes de la humanidad en su nueva novela, Klara y el Sol (Anagrama), la primera que publica después de haber ganado el Premio Nobel de Literatura en 2017, que llegará a las librerías del país en abril. Una vez más sorprende a sus lectores y se desmarca de su zona de confort con una historia de ciencia ficción narrada desde el punto de vista de una inteligencia artificial, especializada en el cuidado de niños, que es curiosa, observadora y aprende rápido. “La inteligencia artificial eliminará muchos empleos, incluso de la élite intelectual y académica. Hay que pensar cómo dirigir nuestras sociedades. ¿Cómo va a sobrevivir la gente cuando este sistema ya no funcione? Más que el temor de si los robots serán los amos del mundo, me preocupa el desempleo masivo que está sucediendo ahora”, dijo Ishiguro en una conferencia de prensa por Zoom con periodistas de España y Latinoamérica.

Klara, la inteligencia artificial, es elegida por Josie, una adolescente que padece una enfermedad imprecisa. La obsolescencia avanza sobre clases enteras de trabajadores sustituidas por máquinas, que no están exentas de ser relevadas por otras máquinas, como le sucede a la propia Klara, al comienzo de la novela, cuando llega un modelo perfeccionado y ella es relegada al fondo de la tienda. Ishiguro es un escritor agudo a la hora de captar vibraciones que no suelen estar en el centro de las percepciones. Hay una escena en la que una mujer, delante de un teatro, se queja de la presencia de Klara, y condensa el sentimiento de pérdida y desplazamiento de su lugar en la sociedad: “Primero nos quitan el trabajo, ¿y ahora nos quitan el sitio en el teatro?”. Los marginados por la obsolescencia no son un tema novedoso en la narrativa de Ishiguro, un escritor interesado en indagar cómo es vivir en un mundo donde muchas personas son reemplazadas por otras personas o por máquinas. Un residuo de esta cuestión aparece en Lo que queda del día (1989) -novela ganadora del Booker llevada al cine por James Ivory con memorables interpretaciones de Anthony Hopkins, en el papel del mayordomo Stevens y Emma Thompson como la señorita Kenton-, cuando el mayordomo descubre que ha desperdiciado su vida al servicio de un simpatizante nazi.

Máquinas programadas

Desde el living de su casa en Londres, con un piano de fondo y su biblioteca como paisaje escenográfico, Ishiguro reconoció que haber llegado a la tercera edad (tiene 66 años) lo volvió “más” optimista sobre la naturaleza humana, pero menos optimista sobre los sistemas políticos y cómo se organizan las sociedades. “Unos años después de la Segunda Guerra Mundial todo avanzaba en la dirección correcta, pero yo era consciente de que en la generación de mis padres habían sucedido las cosas más espantosas. Al final de la guerra fría, en 1989, pensé que este sistema liberal democrático era el único válido y que todo el mundo lo asumiría. Ahora no tengo la misma confianza; el mundo ha cambiado. Hoy es posible que sociedades autoritarias tengan herramientas que hagan difícil a las democracias competir con ellas, porque los autoritarismos pueden tomar decisiones económicas centralizadas y aplicarlas en todos los ciudadanos. La dicotomía "izquierda y derecha" no está funcionando. Hay que plantear nuevas ideas que tengan humanidad y humanismo en su corazón. Las viejas ideas ya no son suficientes”, planteó Ishiguro, quien recibió el Premio Nobel de Literatura porque “ha puesto al descubierto el abismo que hay detrás de nuestro ilusorio sentido de conexión con el mundo”.

“Los smartphones saben más de nosotros que la persona que duerme a nuestro lado -afirmó el escritor durante la conferencia de prensa, que se extendió por casi dos horas-. Ese es uno de los temas de la novela: la invasión de los big data en nuestra vida cotidiana, ¿tendrá un impacto en la idea milenaria de que tenemos un alma que nos hace especiales? ¿Qué significa que un ser humano ame a otro? ¿Somos únicos o reemplazables? Mi interés real son los seres humanos, a los que observo a través de los ojos de esta máquina. Lo importante es lo que ella observa en nosotros. Y su determinación en hacer lo mejor para la niña de la que se ocupa, que la hace parecerse bastante a una madre humana. Los padres son como máquinas programadas para cuidar a sus hijos”. Su última novela está dedicada a su madre Shizuko, que murió en 2019 a los 92 años. “Mi madre estaba programada para cuidar a sus hijos como un Terminator de segunda generación”, recordó el escritor y precisó que muchas de las cosas que le ocurren a Klara al final de la novela, cuando deja de ser necesaria, tienen que ver con la experiencia de su madre, que acabó sus días en una residencia, apartada de todo, pero con la convicción de que había hecho un buen trabajo, que había cumplido con su misión. “Mi madre era como Klara, nunca perdió esa inocencia infantil sobre lo bueno que hay en el mundo”, agregó.

Klara y el Sol es la octava novela de Ishiguro, que nació en Nagasaki en 1954 y vive en Inglaterra desde los seis años. Su narrativa podría ser interpretada como variaciones acerca de un mismo tópico: el acto de hacer, deshacer o rehacer la memoria. El nudo gordiano de su narrativa se construye a partir de la tensa relación entre memoria y olvido. Sus dos primeras novelas transcurren en Japón: Pálida luz en las colinas (1982) y Un artista del mundo flotante (1986). Después llegarían la consagratoria Lo que queda del día (1989) -originalmente traducida como Los restos del día-, Los inconsolables (1995), un pianista amnésico que se desplaza por un mundo donde el tiempo, el espacio y la memoria parecen alterados; Cuando fuimos huérfanos (2000), Nunca me abandones (2005) y El gigante enterrado (2015). Boyd Tonkin, crítico de The Independent, plantea que Ishiguro ha ido creando un universo literario propio, “un territorio que podríamos llamar Ishiguria, un escenario desasosegante, hecho de recuerdos y amenazas, sueños y desarraigo, tan inconfundible a su manera como la Greenland de Graham Greene”.

La elección del punto de vista es fundamental en la arquitectura narrativa de Ishiguro. “Antes de sentarme a escribir una novela hago un ‘casting’ de diversos personajes que podrían ser el protagonista principal, porque en mis libros todo depende de esa decisión. El universo de la historia girará en torno a la manera de ver el mundo de ese personaje. Lo que más me interesa son las limitaciones de la visión de ese narrador, lo que no puede ver. Y ahí Klara funciona muy bien, porque, al ser una máquina, tiene una visión muy restringida y llega a la historia sin recuerdos ni prejuicios”, explicó el escritor.

Cómo se recuerda el pasado es la médula ósea de los debates que atraviesan a las sociedades. Ishiguro mencionó una película argentina, El secreto de sus ojos, de Juan José Campanella. “Si te obsesionas mucho con el pasado te puede consumir, te puede detener, te puede impedir seguir adelante -opinó el escritor-. La película tiene que ver con ese período tan difícil de la historia argentina, y tiene un paralelismo con la historia de un hombre cuya novia es asesinada y él busca venganza. Y al final esa venganza le destruye la vida, lo consume. Ese tipo de historias me fascinan”.

La tristeza del mundo

Quizá las ficciones que se leen de un tiempo a esta parte están afectadas por la pandemia, como si se buscara resonancias, paralelismos o coincidencias. Ishiguro confirmó que terminó de escribir Klara y el Sol antes de que la Covid-19 trastocara el mundo. “Hay millones de personas en estado de shock y duelo porque han perdido a un ser querido. Vivimos un nivel de fallecimientos que solo encuentras en las guerras. En el Reino Unido ya hemos duplicado la cifra de muertes de civiles de la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos ya han muerto más personas que en las dos guerras mundiales y la de Vietnam juntas -comparó-. El tema que tenemos que abordar es qué tipo de impacto emocional tendrá todo esto en nuestra sociedad. Si todo lo que nos preocupa de la pandemia es que ha cambiado nuestra vida laboral, temo que habrá repercusiones que tendrán que ver con el estrés, con la rabia, con el dolor. Cuando en el pasado hemos tenido este nivel de muertes, a menudo hubo un impacto psicológico tremebundo”.

Ishiguro admitió que hay vínculos con su novela Nunca me abandones, distopía de un mundo casi inhumano, y Klara y el Sol. “Al final, me di cuenta de que Klara... es como mi respuesta a aquella otra novela mía, que releí hace seis años y pensé: ‘Qué libro tan triste, el autor debería animarse un poco’. Al hacerme mayor, me he convertido en alguien un poco más optimista respecto a la naturaleza humana. Quería explorar un territorio parecido, pero manteniendo la esperanza”, comparó el Premio Nobel de Literatura. Aunque su última novela pertenece al género de la ciencia ficción, a la manera ishiguriana, la historia procede de los cuentos georgianos, de una idea que tuvo de hacer un libro ilustrado para niños pequeños. “Los adultos protegemos mucho a los niños de las dificultades de la realidad y queremos darles una interpretación amable del mundo. Pero siempre se puede ver la tristeza que les espera; es como si los adultos dijéramos que el mundo es fantástico, pero en algún lugar del bosque está la oscuridad”.

El escritor, con un entusiasmo amortiguado por la cortesía británica, reflexionó sobre las distintas interpretaciones que surgen a partir de la lectura de la novela. “No es inevitable convertirnos en una sociedad tecnológicamente más avanzada y a la vez menos empática. Pero en la práctica se da esa tendencia -aseguró Ishiguro-. El modelo de negocios de las grandes tecnológicas no favorece al bienestar de los seres humanos; tenemos que encontrar una manera de controlar a las tecnológicas porque nuestra sociedad crea muchas desigualdades. La mayoría de los beneficios van a empresas como Facebook que observan nuestro comportamiento y crean datos. Hay un desajuste entre el interés de la sociedad y el interés de estas empresas, y necesitamos que se alineen, porque si no vamos a sufrir los perjuicios. Hay un potencial enorme para hacer el bien en el ámbito de la salud, pero como sociedad necesitamos reorganizarnos para evitar los peligros”.

Sirvientes del poder

El escritor británico alertó sobre los peligros de la manipulación genética y se refirió a la tecnología CRISPR, una especie de tijeras genéticas que edita y corrige, en una célula, el ADN asociado a una enfermedad. “Hay una creencia de que muy pronto se va a controlar este editor genético y ahí se abre la puerta a muchos temores. Al igual que la cirugía estética empezó para reconstruir el cuerpo de los desfigurados por accidentes o en las guerras, y hoy es para la gente que quiere mantener un aspecto joven, no sé cómo vamos a evitar la aparición de bebés mejorados, ya sea intelectualmente, desde un punto de vista atlético o que no se enfermen. La posibilidad de una meritocracia salvaje puede ser muy peligrosa. La edición genética ya está aquí; el primer caso fue hace dos o tres años: un chino editó genéticamente y luego lo encarcelaron. Estamos en el umbral de lo que fue la revolución industrial, puede haber muchas ventajas, pero tenemos que evitar los peligros”, sugirió Ishiguro.

“(Stanley) Kubrick fue un modelo para mí, se reinventaba a sí mismo en cada película”, dijo el escritor británico y señaló también que las películas de Yasujiro Ozu fueron fundamentales en su educación sentimental cuando era un niño. “Bob Dylan cambiaba de estilo y eso era recibido con hostilidad por parte de sus seguidores. Yo pensaba que era una heroicidad cuando Dylan pasaba de ser un músico folk a lo eléctrico. Cada libro pretendo que refleje el que soy en ese momento, pretendo escribir algo que cada vez sea distinto”, advirtió Ishiguro y contó que sigue a las generaciones más jóvenes para ver cómo perciben este mundo que está cambiando tanto. Su hija, Noami Ishiguro, a los 29 años, está por publicar su segunda novela, Common Ground. “Quizá las ideas que hemos tenido en los últimos treinta años de lo que son los géneros, la idea de que hay una literatura seria y luego otros géneros (thriller, ciencia ficción, la categoría que sea), se tendrá que romper, fusionar o reorganizar. Los jóvenes escritores no ven las cosas clasificadas por género, no distinguen la alta literatura de la literatura popular. La literatura debe mostrarse abierta de cara al futuro. Hay una fusión entre la literatura, la televisión, el cine, los cómics. A menudo una historia se escribe en un formato y se adapta para el otro, fluye y forma parte del imaginario popular”.

Desde un punto de vista político, Ishiguro asumió que se definiría de izquierda -“siempre he creído en algún tipo de revolución”-, pero aclaró que sus libros no hablan de las clases trabajadoras. “El mayordomo de Lo que queda del día es una metáfora de todos nosotros. La mayoría de nosotros trabajamos para alguien más, pero no sabemos cómo nuestra contribución va a ser usada. Las decisiones se toman desde arriba y si hemos contribuido a algo bueno o malo se nos escapa de las manos. Se podría decir que Kathy, el clon de Nunca me abandones, es una víctima dentro de un sistema cruel. Pero lo mismo podríamos decir de nosotros mismos. Todos estamos ante la situación dramática de nuestra propia mortalidad. Tenemos que transformar eso en algo que sea positivo, a pesar de este marco cruel en el que vivimos”.

 

¿Qué impacto tuvo para el escritor ganar el Premio Nobel de Literatura? Cuando viajó a recibir el premio, en diciembre de 2017, ya tenía la tercera parte de Klara y el Sol escrita. “Al volver de Estocolmo esperaba que todos mis problemas de escritura habrían desaparecido -confesó Ishiguro-. Pero era como si el Nobel me lo hubieran dado en otro planeta y al volver a casa todo estuviera en el mismo sitio que antes”.