El talentoso Edu Schmidt, ex líder de Árbol, concretó un show el viernes 12 de marzo en la Fundación Mercedes Sosa donde puso en escena no solo su nuevo disco Croto, en forma presencial. La creatividad de su banda, Edu Schmidt y los enroscados, fue acompañada por el proyecto gastronómico de comida casera judía que el músico inició en pandemia: Shleper. En idish significa “croto”, señala Schmidt, y sonríe, sobre este “proyecto familiar”, que es más que un proyecto económico.

La Fundación, en San Telmo, puede albergar a cien personas. Y el menú Shleper se agotó. “Estaban tocando ‘El fantasma’ como último tema y seguían pidiendo comida” cuenta Luján Borgas, quien coordinaba el puesto gastronómico. Además, oficia de manager y agente de prensa, y es la compañera de vida del artista. Inició con él este proyecto que no sabían cómo iba a salir, cuenta. Pero lograron, no solo “bancar la parada durante el 2020”, sino consolidar una idea entrelazada con la música.

Hoy piensan en “poner un lugar de música y comida casera”. Y planifican giras: “Llevar la modalidad al interior, siguiendo las temporadas de las frutas de estación -cuenta Schmidt- un homenaje a lo que hizo León (Gieco) con De Ushuaia a La Quiaca, y a las comidas típicas. También para rescatar lo que es ser judío en la Argentina. Ir a Santa Fe y a Entre Ríos, siguiendo los lugares por donde estuvo mi abuelo”, sueña, mientras comparte unos knishes, el plato estrella del menú, en el patio de la casa en Plaza Irlanda donde viven. “Uno de los objetivos en la cuarentena fue llegar al knishe perfecto”, confía. Sabe que ha logrado la sintonía entre sabor y textura, propia de su infancia en familia. “Si sos judío asquenazí, este knishe te golpea”, define entre risas.

LA BOBE POR YOUTUBE

Edu Schmidt y Luján Borjas comenzaron a vivir juntos cuando comenzó la cuarentena. Fue una de las primeras decisiones pandémicas, esas que se tomaban pensando en algo temporario, que duraría unos meses. “Yo vivía en Lanús –dice Luján-, me vine con un par de cosas para mí y los chicos”. Habla de Ciro y Guada, sus hijos adolescentes. Y cuando comenzaron a pensar qué podían hacer, evaluaron: ella tenía la indemnización de la empresa donde había trabajado como analista por diez años. “En el último trimestre del macrismo, me rajan. Con esa plata y algo que Edu tenía, podíamos aguantar –recuerda-, pero justo cuando sale el disco de Edu, salen los préstamos del gobierno. Lo tomamos, él es monotributista y le daban buena plata. Y pensamos ¿la usamos para vivir? Decidimos invertir y hacer algo nuestro. Compramos las primeras cosas: un hornillo eléctrico, un freezer, y harina.”, cuenta.

Ella no sabía cocinar. Edu sí. Estudió gastronomía y en pandemia, entre pruebas de recetas del canal de YouTube de su madre: “Las recetas de la bobe Lea”, y algunas masterclass con una chef mexicana, perfeccionó los knishes de doña Dominga “una santiagueña que trabajaba en mi casa y le enseñó a mi mamá, había aprendido de una familia judía de Mendoza, un reflejo de la diáspora”, reflexiona el músico, que se formó en la Universidad de La Plata como profesor de armonía, contrapunto y morfología musical. Y en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla.

Edu y Luján diseñaron un circuito de preparación de comida “en el momento” –señalan- con ingredientes originales y procedimientos tradicionales para entrega a domicilio. “Empezó cómo algo para pagar la olla”, recuerda Edu, que aplicó su arte como productor musical. Piensa el esquema en forma integral. Incluye a su entorno. Trabaja en equipo. Los que eran sonidistas de la banda hoy son los repartidores. “Empezaron en bici, pero uno ya se compró un autito”, añade Luján.

La estrategia de supervivencia se transformó en emprendimiento con opción a futuro. La entrega de comida judía casera a domicilio, ya tiene marca registrada. Como su creador: Edu Smith también hizo de su nombre una marca. Cuando decidió dejar Árbol para tomar un camino solista en 2006. El emblemático grupo de Haedo había llegado a vender 100.000 copias de su disco Guau!, en ese momento. Y él tuvo que pensar cómo se llamaría. Edu Schmidt le sonó bien. Su madre era Lidia, antes de ir a vivir a Israel, en el 2000. Hoy es Lea. La suya es una familia “religiosa no practicante”, explica él, que de chico ya tocaba el violín en el templo.

Por Lea volvió a interesarse en la cocina “y hablando con Luján, surgió la posibilidad de recuperar los sabores tradicionales”. Cocinar estuvo muchas veces como opción en su vida. “Cuando me fui de Árbol –donde lideraba la escena como cantante y multinstrumentista- no sabía si ponerme a escribir o cocinar. Era una crisis que necesitaba atravesar. Y lo que más extrañaba era tocar en vivo, es lo que más me gusta, ahí armé la banda: Edu Schmidt y los enroscados”, recuerda.

Hacían 10 shows por mes, 120 shows por año. Fue así en los últimos diez años. El estrés y dos stents coronarios no lo detuvieron. “Estábamos armando un viaje a la Patagonia, ya teníamos los pasajes, y me faltaba cerrar el disco nuevo, pero el día que tenía que mezclar la última canción, me llama el ingeniero de sonido y me dice: ‘No me puedo mover de casa’. Era la pandemia”. Allí nace el proyecto que combina la propuesta gastronómica en un proyecto integral donde la música y las relaciones personales hacen sinergia. “Somos una de las tantas parejas de la cuarentena” reconocen. “Lo demás, surge por ser conscientes del momento. La pandemia nos viene a enseñar eso”, señala el compositor. Edu Schmidt es una marca que garantiza calidad en la escena musical. No abraza los grandes escenarios, prefiere la consistencia terrenal de un bar en Maipú “donde por ahí se juntan 200 pibes y está buenísimo”, afirma.

ROCK, JOGGING Y BERENJENAS

En ese tiempo surge lo de “hacer comida para repartir en los shows, pensando la cosa como una reunión en casa: compartir knishes y tocar”. En cuarentena “la idea se transforma en un concepto de laburo integral, porque cuando me propongo llegar al knishe perfecto, Alvaro Villagra, el mejor ingeniero de rock que conozco, me dice que ya tenía el disco terminado. Y se me ocurrió difundirlo regalando comida a la prensa especializada”. Una estrategia que ya había utilizado con las disqueras: “Cuando éramos la banda under de Haedo y teníamos que llamar la atención, yo llegaba en jogging con unas berenjenas en escabeche y lo lográbamos” se ríe.

“Arrancamos con la prensa del disco y se empezó a correr la bola. Alguien nos recomendó a un crítico gastronómico, y ahí se empezó a armar la difusión de la comida” confirma Luján. Luego hubo necesidad de presentar el disco y surge la logística de entregas. Proponen entrega a domicilio para el momento del streaming. “Nos metimos en el delivery y apuntalamos el disco. Organizamos entrega de comida para el momento del show. Si estabas en CABA o en el Conurbano, te mandábamos el menú, para disfrutar la comida escuchando el disco a la distancia”, describe.

Las devoluciones que empezaron a recibir los impulsaron a seguir. Sumaron difusión alternativa: “Con mi nena repartíamos volantes, pegábamos papelitos –cuenta Luján-, y fue maravilloso cuando recibimos ¡el primer llamado por un papelito!”. La cantidad de clientes fue creciendo. Los congelados y envasados al vacío están a la orden del día. Pero Edu extrañaba los shows en vivo. La oportunidad se da cuando reabre la Fundación Mercedes Sosa. “Estábamos pensando en poner un lugar con música y comida cuando nos llama Araceli Matus para tocar en la Fundación. No estaba en nuestros planes, nosotros estábamos pensando en el Rappi” se ríe Luján. “Pero todo cuadra en el formato autogestivo de Edu”, señala. “Sí, soy un poco shleper” se ríe él. En simultáneo, Edu sigue dando talleres de “Cocina de canciones” porque “todo se entrelaza”: “Come buena música, o escucha música rica” es la propuesta integradora.

Una virtud de la comida: construye comunidad. “Por eso es importante en la diáspora, porque sostiene identidad” afirma Edu. “Y pasa como con la gente como una buena canción –concluye--, cuando lográs una receta es muy potente la conexión, es el mismo tipo de emoción”.