El agua tiene escrita la memoria de los tiempos desde los inicios del planeta, desde los inicios de la vida misma. Todos los seres, desde los más infinitesimalmente pequeños hasta los más enormes, vienen del agua. La tierra misma emergió del agua, y de ella se alimenta y sostiene.

Cada partícula líquida tiene una memoria infinitesimalmente ancestral y antigua, en donde está escrito todo lo que pasa, lo que pasó, y quizás, lo que pasará. Así sostenían los oráculos de Delfos, en la Grecia antigua, en donde el agua de la fuente todo lo decía, desde su voz de presagio de los tiempos por venir.

Vivimos nueve meses en el agua hasta que salimos al aire, partidos al medio por el prodigio del parto y por el quiebre del pasaje del medio líquido al aéreo, en el que sobrevivimos, o no, por el resto del tiempo que sea.

“Nunca te bañarás dos veces en el mismo río”, sostuvo Heráclito, ya que el río fluye y corre, va hacia el mar, siempre, no importa qué tan lejos esté de él, siempre va hacia el mar, siempre cambia y se (re) cambia constantemente, así nosotros, los que nos bañamos en él, los que vivimos de él, los que nos sostenemos en su líquido, nosotros nunca somos tampoco los mismos, los que nadamos y nos sumergimos en él, aunque nunca tengamos el mismo sentido que el del río y muchas veces nos sumergimos en él para ver si lo encontramos, nuestro sentido, que no es, precisamente, el de ir hacia el mar, sino, andá a saber cuál es en cada quién, eso es cuestión de cada uno, de cada uno que sea, singular, como se dice por ahí, peculiar, más bien…

“La laguna nunca es la misma”, eso es cierto, pero nosotros tampoco, eso también es cierto, aunque no fluya y corra, aunque sea “un ojo de mar” como decía mi abuela María Cavallin Aghem, y quizás, justamente por eso, no fluya ni corra hacia ninguna parte, sino hacia el centro, hacia adentro, hacia el centro de su sino mismo, y desde ahí se recambia y cambia, siempre cambia, hay correntadas, ráfagas, de agua hirviendo, de agua helada, de aguas diversas, de rachas y torbellinos diversos de aguas diversas que se entremezclan y crecen y decrecen según los ritmos propios y singulares de ella misma, de la laguna, que está ahí, como siempre estuvo, desafiando malones inexistentes y obedeciendo a su propio ritmo interno, al ritmo que nunca nadie entendió, por más que muchos hayan tratado, y tratan, y tratan, de seguir desentrañando su propio ritmo diverso, como para tratar de entender, también, su sentido, el sentido de sus crecidas y sus bajantes, ese ritmo inesperado y existente, desde siempre, de amenaza continua, en torno y alrededor de todo lo que crezca alrededor de ella, sobre ella, en torno de ella…

En el agua está escrita la memoria de los tiempos, desde siempre y de los tiempos idos, y, también, de los tiempos por venir.

Somos nada más que seres diversos que venimos de ella, que nacemos en ella, y que vamos y volvemos, muchas veces, hacia ella, ya sea el agua del río, la del mar o la de la laguna….

Somos nada más que seres que flotamos en el medio de la nada misma, y entre un agua y la otra, la del útero de mamá, y en la que nadamos y nos zambullimos todo el tiempo, no hay tanto espacio, no hay tanto tiempo, hay nada más que Vida, desperdiciándose y creciendo por doquier, a veces; pereciendo y desapareciendo por doquier, otras veces, quizás, desde las eternas e incansables voces que desde las tinieblas susurran al oído lúgubres palabras de traición y muerte, lúgubres palabras de secuestro, tortura y desaparición de personas, lúgubres palabras de seres humanos anestesiados y torturados, cayendo desde los cielos del Río de la Plata, para nunca más volver, cayendo hasta el fondo del fondo del abismo de la pena más negra y más sucia que tuvo la historia de este país, de este país en donde nacimos y crecimos y en donde muchas generaciones seguirán naciendo, creciendo, y, probablemente, creyendo, en muchas, muchas otras cosas….

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