“Estás clavada en mí... te siento en el latir abrasador de mis sienes”. El tango “Pasional”, escrito en 1951, además de ser una obra artística genial, se adelantaba medio siglo a la relación no solo poética sino científica que hay entre el cerebro y el dolor.

Es que –como explican los especialistas- la trasmisión del dolor no es otra cosa que información eléctrica que recorre el circuito neuronal. Las bandas Gamma (con frecuencias entre los 30 y los 70 Hz) se ven alteradas por la interacción con un tipo de “interneuronas inhibidoras” que conectan distintas zonas del cerebro y tienen una relación directa con la intensidad del dolor.

En esto se centra un estudio del Instituto de Física platense (IFLP), dependiente de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y del CONICET, que ya fue destacado en la revista científica European Physical Journal B (Springer Nature).

El director de la investigación, docente de la UNLP e miembro del CONICET, Fernando Montani, dialogó con el Suplemento Universidad sobre las características y el alcance de la investigación: “Se basó en desarrollar herramientas neurocomputacionales y teóricas que nos permitan encontrar la configuración donde esta actividad, predominantemente Gamma, tiene una precisa asociación al dolor”, puntualizó.

El circuito subyacente del proceso del dolor implica una configuración específica de interneuronas, cada una de las cuales enlaza pares específicos de regiones o "nodos" dentro del cerebro. Para crear un modelo biológicamente plausible, Montani junto con los investigadores de su grupo consideraron todos los posibles enlaces entre pares específicos de nodos y determinaron su fuerza relativa.

“De este modo descubrimos, a través de un modelo de teoría de grafos y redes neuronales, que el circuito cerebral requerido para el procesamiento o transmisión eficiente del dolor necesita estar constituido por el 20 por ciento de interneuronas inhibitorias. Estos avances permitirán el día de mañana pensar en una forma de variar ese porcentaje y de ese modo variar también la intensificación de la dolencia”, explicó el científico.

Si bien son estudios teóricos a través de modelos biológicamente plausibles, Montani destacó el “carácter revolucionario” de estos avances: “Es la búsqueda de qué proporción de esas neurona inhibitorias producen la máxima trasmisión del dolor”.

Más allá del reconocimiento de pares en todas partes del mundo, Montani resaltó el entusiasmo de realizar avances que puedan mejorar la calidad de vida, justamente a los que están sufriendo.

“Es un cambio de paradigma, no solo mío sino de gran parte de la comunidad científica: trabajar para la comunidad. Desde mi especialidad, ponerme al servicio para resolver temas abiertos y que involucran a todos es un gran desafío”, enfatizó.

Y añadió: “Me parece fundamental que el trabajo tome un rumbo de contraste experimental, colaborando con científicos especialistas en neurofisiología. De este modo se puede pensar en armar un proyecto que apunten a las necesidades de la comunidad”.

Además de Montaniri, trabajan en el proyecto hace más de dos años la licenciada Romina De Luise y los doctores Román Baravalle y Osvaldo A. Rosso.