Deviniendo Tato es un patchwork donde convergen múltiples elementos: fragmentos de textos dramáticos de Eduardo Pavlovsky, artículos periodísticos y anécdotas personales de Gabriela Villalonga y Rodrigo Cárdenas, dramaturgos que además fueron pacientes en los grupos de psicodrama del gran exponente teatral conocido como “Tato”. La acción propone una versión subjetiva de aquellas sesiones terapéuticas en el consultorio. Maximiliano Sarramone se desdobla en siete identidades para desarrollar el concepto de “multiplicación dramática” esgrimido por Pavlovsky, Kesselman y Frydlewsky. La obra puede verse los domingos a las 18.30 en Nün (Juan Ramírez de Velazco 419) y las reservas se realizan por Alternativa Teatral.

–¿Cómo describirían su vínculo con la figura de Pavlovsky?

Maximiliano Sarramone: –Hay un antes y un después. Mi relación se basaba en haber leído o visto algunas de sus obras, pero no sabía absolutamente nada de su faceta como psicodramatista y terapeuta grupal. A partir de la obra y el vínculo con Gabi, me cambió la perspectiva y se abrió otro universo para mí.

Gabriela Villalonga: –Ingresé al grupo de psicodrama en los ‘90 y fue una experiencia de sostén muy importante porque él promovía la formación de colectivos de producción de sentido para pensarnos. Todos concebíamos el espacio como una red y fue ahí donde internalicé esta figura del co-pensor o acompañante interno. Es un modo de ver la vida y pensar el teatro, la política, un modo de sentir lo social y el proceso creador.

–¿De qué manera se pone en juego esta noción de “multiplicación dramática”?

G.V.: –La multiplicación dramática exige un ejercicio de descentramiento a nivel personal; los psicólogos dirían que se trata de corrernos de nuestro narcisismo. En aquellas sesiones, la escena que uno llevaba era apropiada por los otros y todos quedábamos atravesados por esa multiplicidad. Tato se llevaba muy bien con el pensamiento de Deleuze y Guattari: ellos hablan de interpretosis y dicen que interpretar muchas veces corta la posibilidad de seguir reflexionando. Hoy estamos obligados a ver todo en términos binarios, pero en su praxis Tato no interpretaba ni juzgaba sino que nos seguía para que cada uno pudiese abrir su dilema y ver el problema desde distintos ángulos.

–¿Cómo abordaste ese concepto desde la actuación?

M.S.: –Como actor viví el enorme entusiasmo de poder encarar un unipersonal con muchos personajes, de los cuales la mitad eran mujeres; es un viaje profundo y sensible que demanda mucho compromiso para no hacer una caricatura grotesca. A los actores nos gusta jugar, pero después vino el miedo y la incertidumbre. El desafío era lograr que el público pudiese ver a cada personaje. Cuando encarno a uno, los otros no están físicamente en escena pero tienen que corporizarse en el imaginario de los espectadores, y eso sólo se produce si me convenzo de que estoy hablando con ellos en escena. Cualquier similitud con la locura es pura coincidencia.

–En la obra se incluyen fragmentos del legado dramático de Pavlovsky, anécdotas y artículos. ¿Cómo incorporaron esos materiales?

G.V.: –Con Rodrigo Cárdenas decidimos incluir aquellas anécdotas que nos conmovían o nos causaban gracia y, en lugar de escribir los parlamentos de los personajes, tomamos obras del propio Pavlovsky. Desparramamos todos los textos en la mesa de mi cocina: ahí había obras que conocíamos casi de memoria, libros abiertos en distintos párrafos y varias fotocopias. El procedimiento consistió en desterritorializar esos fragmentos para territorializarlos en la nueva pieza. Tato diría que los “suturamos”: él hablaba de los textos dramáticos en estos términos, como si se tratara de suturar la piel.

–¿De qué manera se filtró la propia subjetividad en el trabajo?

M.S.: –Me sorprendió encontrarme con esos personajes desterritorializados. Conocía algunos fragmentos de Potestad o Rojos globos rojos, pero no llegaba a identificar todas las obras y eso se debe a que el trabajo está realizado con mucho compromiso. Cuando te toca interpretar un personaje siempre vas a defenderlo, pero en este caso interpreto a varios que discuten entre sí. Para no direccionar la mirada del público era necesario correrme, entonces no sé si hay tanto lugar para mi propia subjetividad porque se desdobló en muchas otras subjetividades y estoy ahí, defendiendo a todas.

G.V.: –Hay cosas que vamos descubriendo sobre la marcha. Lo escucho hablar a Maxi y se me viene a la cabeza la noción de entre. Me doy cuenta ahora de que el actor es el entre y pienso: ¿cómo no lo vimos antes? Eso tiene mucho que ver con la forma en la que Tato pensaba la multiplicidad.

Cuando se les pregunta por el vínculo entre terapia y teatro, las reflexiones son interesantes porque se atreven a problematizar la cuestión: “Es una relación bastante conflictiva para mí. Doy clases y la búsqueda de mis alumnos es muy diversa, entonces les advierto que lo único que puedo enseñarles es cómo estar arriba de un escenario. Aún así, tengo que reconocer que los ensayos de Deviniendo Tato el año pasado me salvaron la vida. Si le exigimos al arte que nos salve la vida, nos la quita; pero cuando le entregamos la vida, nos la multiplica y embellece”, expresa Sarramone. Y Villalonga agrega: “No creo que el teatro se plantee como objetivo principal la salud mental pero esa potencia siempre está. Esto de jugar a ser otros, inventarse mundos y construir colectivamente termina siendo saludable”.