El último recurso apareció en la historieta argentina en 2019 y puso todo patas para arriba. La novela gráfica de Luis Roldán (Lubrio) y Kundo Krunch era una de humor negro no apto para almitas sensibles y ningún coqueteo con los temas sociales del momento. La rompió. Un guión impecable y ácido a más no poder, referencias para comiqueros, un dibujo tan sucio como preciso, y unos personajes de antología. Recibió los galardones más importantes del sector, como los Premios Trillo, que otorga la convención internacional Crack Bang Boom (Rosario), en las categorías Mejor obra público adulto y Mejor Dibujante. Siguió un segundo libro (EUR: un cuento de navidad), tan bueno como el primero y nuevamente editado por el sello autogestivo Libera La Bestia.

El último recurso surgió hacia 2014 del gran amor que le tengo a las películas de antihéroes, de tipos que saben que van a una misión suicida, como Los 12 del patíbulo, La pandilla salvaje, o cómics como El escuadrón suicida”, rememora Luis Roldán. Roldán también es dibujante (colaboró con la revista Barcelona y publicó historieta para niños), docente y organiza el festival ultaindependiente Dibujadxs. “Quería hacer algo distinto, para adultos, con aventura y humor políticamente incorrecto, un poco violento y bastante pasado de rosca”.

La galería de personajes incluye a una psicópata atrapada en el cuerpo de una niña, un chico que se convierte en una suerte de elemental de vómito, un hombre que resucita muertos y dos hermanas siamesas, como suerte de galería del horror disfuncional. Lo interesante es que más allá del impacto inicial, Roldán convierte todo eso en herramientas para hablar con sutileza de temas más profundos, como la depresión, la legimidad del poder o del deseo. Ahí está buena parte de su potencia.

-En el segundo volumen hay un foco en la depresión y las cosas que se arrastran del pasado. ¿Por qué te interesaba tratar estos temas?

-Quería marcar que todos tienen algo que arrastran, que los marca. El antihéroe está bueno si demuestra así su imperfección. No está libre de pecados, no puede arrojar la primera piedra. Me interesaba mucho contar esto porque creo que en el fondo todos arrastramos algo que nos marca y decimos “podría haber actuado distinto”. Y aunque uno aprenda a vivir con esos fantasmas o monstruos internos, no se van. Están ahí y te marcan el carácter y la conducta, y obviamente los personajes de EUR les da una arista para hacerlos un poquito queribles a pesar de lo desagradables que son.

-Desde el primer libro aparece el tópico de los placeres culposos o prohibidos, que todos los personajes tienen. ¿Por qué este énfasis?

-Me interesa mostrar los placeres culposos porque son los que uno oculta. Desde Ethel y Gogó que discuten por los gustos de helado, y a una le gusta la menta granizada -la verdad, no puedo entender cómo a alguien le puede gustar eso-, hasta las preferencias sexuales de Lars, que es necrófilo. Hacer una vez más hincapié en la imperfección. Los personajes no son un recorte de lo ideal y todos esconden algo monstruoso, a lo que le meten adelante la careta de la civilización. Más en esta época de corrección política extrema, de no decir todo lo que se piensa o mostrar todo lo que uno es por el miedo a ser condenado por sus preferencias.

-¿Podrías profundizar?

-La corrección política a veces te quita la opción de opinar. Por supuesto que no puede uno avasallar los derechos de otros. Pero uno puede opinar diferente. Hay casos donde todos parecen embaderarse de un lado, donde parece sólo estar permitido lo que no perturba ni incomoda. A veces otras ideas tienen que existir para poder decir: esto es una barbaridad y buscar los argumentos para enfrentarlo, para contrariarlo y erradicarlo, a veces la corrección política nos puede llegar a un estado de sólo hablar entre algodones, sin permitir el disenso, y eso pude ser perjudicial. Si una sociedad sólo tolerara lo que es aceptable, El último recurso no existiría. Pero la gente se divierte porque entiende que sólo son personajes, pero dan la oportunidad de ver otras opiniones y actitudes que no son las propias. Dificulto que alguien pudiese ir por la vida actuando como Prisca o Lars. Sin embargo, es divertido verlos. Eso es bueno de la ficción, como en el antiguo teatro griego, que iban a reirse de ellos mismos, a analizarse. Creo que un poquito de incorrección te permite ver otras cosas, verte en un espejo deforme y ver qué podés hacer, qué no, en qué podés cambiar.

-Se dice que los superhéroes "clásicos" sólo pueden funcionar en países donde hay una confianza fuerte en lo público, que como el argentino no guarda mucha confianza las figuras de autoridad, tampoco funcionaron los intentos de superhéroes nacionales. ¿Por eso funcionan tan bien aquí personajes así? ¿Cuál es tu análisis?

-Creo que el que funcionen tan bien personajes como Prisca o Lars se basa en esa desconfianza. No son patriotas. No son héroes, son el último recurso. Son a los que se llama cuando las cosas ya no se pueden hacer por vías más correctas, por vías institucionales donde el héroe pondría primero el valor de la vida de otro. Acá no. Prisca es una asesina despiadada y está trabajando por la sociedad, pero con sus reglas o su ausencia de reglas. Quizá los argentinos somos bastante ausentes de reglas. En otra sociedad puede venerarse al héroe que pone su patriotismo arriba de todo y que está en la senda de lo esperado; nosotros que estamos más acostumbrados a corrernos de esas normas y nos identificamos con un héroe que tampoco las cumpla.

-Tu plan original era dibujar vos mismo la historia. ¿Cómo te decidiste a laburar con Kundo?

-Porque lo intenté. Quisé cambiar mi registro de dibujo y no resultaba. Estuvo boyando hasta que encontré a Kundo en Crack Bang Boom. Conocía algo de su trabajo pero le había perdido el rumbo y cuando vi sus últimos laburos fue automático: esa era la forma, así me gustaría que se vean los personajes. Él les dio la imagen que necesitaban. No le di mis bocetos hasta que él no hiciera sus propios diseños para no influirlo. Como una gracia me permití después redibujar los personajes acorde a lo que había diseñado Kundo y hubiese ganado bastante así.

-Se destaca mucho del aporte que hizo él al tono del relato.

-Kundo les encontró la forma que necesitaban. A Lars, por ejemplo, me lo imaginaba muy delgado, con un bigotito finito, parecido a John Waters, y él hizo todo lo contrario, y está buenísimo. Inclusive aparecieron fan arts de otros dibujantes, que están muy bien, son interpretaciones excelentes, pero me costaría mucho ver estos personajes desde otra óptica, así que espero que Kundo tenga ganas de seguir dibujandolos durante mucho tiempo.