Con un ambo verde, el reclamo a cappella y a la cabeza de las marchas de los trabajadores de la Salud de Salta. Así recordaremos muchos a la señora del apellido difícil, Adriana Czabanyi, quien este jueves se despidió de este mundo. 

En su calidad de enfermera del Hospital San Bernardo, siempre denunció las irregularidades de las empresas tercerizadas identificadas con el secretario general de la Asociación de Trabajadores de la Sanidad (ATSA), el diputado provincial Abel Ramos. Esas empresas estuvieron a cargo del mantenimiento, la ropa de cama y la cocina de los hospitales públicos de la provincia, hasta que en 2018 se decidió revocar el contrato que se cedió en los ’90.

Pese a las consecuencias que generaba la constante confrontación, entre ellas alguna que otra amenaza, Adriana nunca calló. Por el contrario, era el impulso para entender que iba en el camino correcto. Y evidentemente lo hacía. O al menos así se lo demostraron sus compañeros del Hospital San Bernardo, quienes la eligieron como su representante ante el Consejo de Administración. Fue su segunda legitimación como referente, dado que ya era delegada de ATE en el Hospital.

Acercarse a Adriana, escucharla, era poder reírse pese a la tragedia envolvente. Un manejo de la ironía y el sarcasmo que podía compartir con su entorno como pocos. De ella se aprendía que la indignación no podía quedar en resignación. Y también, que por más dura que fuera la realidad, se debía mantener la calidez humana.

Una luchadora necesaria y que como gremialista dejó más de una enseñanza. Una vez, casi en broma (o en serio quizás), me dijo que cuando muera debía escribir sobre ella. Estas líneas son escasas para describirla. Pero quedó un compromiso. Y como ella siempre enseñó, se debe cumplir con la palabra empeñada.