A The Doors sólo le bastaron seis años para escribir uno de los capítulos más brillantes, oníricos, influyentes y turbulentos de la cultura rock. Muy pocos artistas han sido capaces de mantenerse productivos envueltos en semejante vértigo. Levitaban con finura, caían bruscamente, se levantaban y seguían andando, hasta que el proceso se deterioró. Por lo que L.A. Woman no sólo funcionó como un último disco, sino que se convirtió también en el testamento del cuarteto californiano y en especial de su líder. Y es que literalmente se trató del final del camino para Jim Morrison (murió tres meses después de su aparición) y en el principio del culto que actualmente sigue girando en torno a su figura. A 50 años de su lanzamiento, que se cumplen hoy lunes, el tema que le da título a este puñado de canciones todavía pone los pelos de punta. Esa oda a la carretera de ocho minutos fue la manera que encontró el frontman de despedirse de Los Angeles para siempre. “Si te dicen que nunca te he amado, sabés que ellos están mintiendo”, reza un pasaje de ese clásico.

Sin embargo, antes de que se le pusiera la chapa de obra maestra, L.A. Woman fue un disco despreciado y por el que nadie apostaba nada. Era lógico: su cantante no conseguía mantenerse en pie, a causa de sus excesos. A Morrison se le podía ver deambulando por los bares y telos de la ciudad, mientras el resto del grupo lo esperaba en el estudio. Si bien había dejado la cocaína, la había cambiado por tres litros de whisky escocés al día. Estaba irreconocible. Esta encarnación de Adonis había engordado diez kilos y tenía una barba tan tupida que escondía sus irresistibles facciones. Morrison se había aburrido del rock a pesar de que había conseguido personificarlo. Las repercusiones por el escándalo que protagonizó en un recital de la banda en Miami, en 1969, donde supuestamente mostró los genitales (otro condimento para su mitificación debido a que esto nunca se comprobó), fue lo que terminó por cansarlo de todo y de todos. Esto desencadenó un juicio por el que The Doors gastó casi un millón de dólares en abogados, lo incluyó en las listas negras de reproducción en la radio y fue vetado en 20 ciudades.

“He estado tan bajo que esto me parece arriba”, canta Morrison en “Be Down So Long”, parte del repertorio de L.A. Woman y concebida a partir del peso que le hizo sentir el sistema judicial estadounidense con ese juicio. El sexto disco de The Doors se despojaba del matiz oscuro y reflexivo de las características letras de Jim Morrison, para asumir una postura más contemplativa, lo que quedaba en evidencia en la canción anteriormente señalada. También en la que le da título al álbum, donde describía las tentaciones de la jungla de concreto en la que habitaba. “Riders on the Storm”, por otra parte, basaba su historia en la del asesino de carreteras Billy Cook, acusado de matar a seis personas, entre ellas a una familia completa. Previamente al desarrollo narrativo del tema, el tecladista Ray Manzarek (que murió en 2013 en Alemania) y el guitarrista Robby Krieger compusieron la música, un exquisito diálogo entre el rock psicodélico y el jazz que fue inspirado por el country “(Ghost) Riders in the Sky: A Cowboy Legend” (escrito por Stan Jones y popularizado por Vaughn Monroe).

Tras escuchar lo que el grupo tenía para ofrecerle, el productor de todos sus álbumes, Paul A. Rothchild, lo calificó como “música de cócteles”. O al menos es lo que dice la leyenda urbana. Pese a que era conocido por su paciencia, esta vez se bajó del proyecto. “Venía de hacer Pearl, de Janis Joplin, uno de los mejores trabajos de mi carrera. Esa música estaba llena de corazón”, contextualizó Rothchild en una entrevista que le hicieron en 1981. “Cuando entré con The Doors a los ensayos de ese material, durante aproximadamente un mes, no hubo entusiasmo absoluto. Jim ni siquiera aparecía la mitad del tiempo. Pero en realidad todos habían sido vagos. Sólo tenían cuatro o cinco canciones que estaban lo suficientemente definidas en ese momento. Las más completas fueron ‘L.A. Woman’ y ‘Riders on the Storm’, que me parecieron fantásticas. Luego de ir al estudio (Sunset Sound), porque algo teníamos que hacer, les dije que eso no era rock and roll sino música de cócteles. Mi problema fue que no pude hacer tocar a ninguno de ellos de forma decente”.

Rothchild salió del estudio molesto e indignado. Al regresar, miró a Bruce Botnick, quien lo había acompañado como ingeniero de grabación en los discos anteriores de la banda, y le propuso que lo produjera él. Minutos más tarde, después de que ambos se pusieran de acuerdo, le revelaron el plan al cuarteto: “Bruce me ha visto trabajar durante años. Úsenlo como punto de partida”, espetó el entonces exproductor, ante la mirada atónita y pálida de los músicos. “Si reúno lo que tenemos y lo presentamos a la compañía discográfica, ni siquiera vamos a poder negociar un trato”. Por eso, The Doors regresó a su sala de ensayo, ubicada en el 8512 de Santa Monica Boulevard, frente de las oficinas de su sello, Elektra Records, para hacer ahí L.A. Woman. A contramano de la opinión de Rothchild, los integrantes del grupo concordaron con que las canciones estaban buenas. El problema era Morrison. Si ellos pautaban las sesiones para la una de la tarde, su cantante aparecía cinco horas tarde y borracho. Por eso Botnick aprovechó al máximo grabarlo en una sola toma debido a que no sabía cuándo volvería a verlo.

“¡Soltalo!”, es lo que se le escucha decir a Jim Morrison apenas comienza “The Changeling”, tema que abre el disco. También fue el primero de ese repertorio que grabaron. El título está tomado de El Cambiante, criatura de apariencia humana que forma parte del folklore de algunos países europeos. “Tenés que verme cambiar”, interpreta el frontman en plan profético, consecuente con el resto de la letra, que describe hábitats en los que vivió y situaciones que le sucedieron. Considerada “la mejor canción menos conocida” de The Doors, “The Changeling” es una reverencia al groove y por sobre todo a James Brown. Equilibra a la perfección el funk con el blues rock que bien supieron cultivar en su álbum anterior, Morrison Hotel (1970). Ese trabajo se tornó en un punto de inflexión para que el cuarteto se despegara del pop y su vocalista deviniera en cantante de blue. Además de que la voz le cambió por el consumo de alcohol y los tres paquetes de cigarrillos que se fumaba diariamente, volviéndola enronquecida, Jim Morrison necesitaba exorcizar su melancolía y su obsesión con la muerte.

L.A. Woman fue la vuelta de The Doors hacia sus raíces, especialmente para Ray Manzarek, quien provenía del rythm and blues, y para el baterista de John Densmore, cuyos orígenes musicales se encontraban en el jazz. Este último, en su autobiografía Riders on the Storm (1990), confesó: “Nuestro último álbum terminó siendo como el primero: crudo y simple. Fue como si hubiéramos cerrado el ciclo. Nuevamente, éramos una banda de garaje, que es donde nació el rock and roll”. No es una exageración lo que dijo el baterista, al punto de que el lugar en el que registraron el álbum, usado por la banda como oficina y búnker, era tan pequeño que Morrison grabó las voces en el baño. “Hacía las veces de cabina”, contó Botnick sobre un inmueble que tuvo entre sus dueños a Madonna, quien abrió ahí café que quebró en 2008, y que a continuación fue un negocio de comida mexicana. “Jim, que arrancó la puerta para comunicarse con el resto de sus compañeros, tomaba su micrófono dorado Electrovoice 676-G, y cantaba. Las baldosas del baño daban una acústica natural impresionante”.

Hoy cuelga ahí una placa que advierte que eso fue alguna vez “The Doors Workshop”, nombre que figura en los créditos del disco como su estudio de grabación. El cuarteto nunca hizo un álbum entero con un bajista, pero a Botnick le pareció que éste era el momento. Por eso llamó a Jerry Scheff, tras finalizar una gira con Elvis Presley, lo que alimentó el entusiasmo de Morrison. Amén de Friedrich Nietzsche y William Blake, el otro ídolo del frontman era “El Rey”. A pesar de los retos artísticos, Scheff -que llegó a creer que la línea de bajo de “L.A.Woman” era imposible para él- fue un miembro más durante el proceso de grabación. De las diez canciones que integran el repertorio, en la única que no participó fue en “L’America” debido a que venía de las sesiones de Morrison Hotel. El director de cine italiano Michelangelo Antonioni les había encargado un tema para su película Zabriskie Point, pero finalmente no lo había incluido. “Nos visitó al estudio y se la tocamos. Era tan fuerte que lo inmovilizó contra la pared”, recordó Manzarek a L.A. Weekly en 2011. “Cuando terminamos, nos dio las gracias y huyó”.

Scheff no fue el único músico invitado en esta ocasión. Marc Benno, quien en ese entonces entabló camaradería con Leon Russell, fue convocado para ponerle la guitarra melódica a la única canción pop de L.A. Woman: “Love Her Madly”. Es tan efectiva que fue elegida como primer single del álbum; con el tiempo pasó a ser uno de los temas más populares del cuarteto y evidenció asimismo la cintura para el hit que tenía su autor, Robby Krieger. No hay que olvidar que él había sido el creador de “Light My Fire” y de “Love Me Two Times”. No obstante, más allá de su intención hitera, la composición bebía de las bases bluseras y jazzeras que alimentaron a esta producción. Si bien la letra trata acerca de las discusiones entre el guitarrista y su novia (posteriormente fue su esposa), el título está inspirado en la frase que solía usar Duke Ellington para despedirse en sus recitales: “We Love You Madly!” (Los amamos con locura). A estas alturas, el disco estaba prácticamente listo. En contraste con The Soft Parade (1969), para el que tardó nueve meses, The Doors demoró sólo seis días para grabar L.A. Woman.

Hasta hubo una jornada, a la que Morrison llamó “blues day”, en la que se plasmó en una sola toma “Been Down So Long”, “Cars Hiss By My Window” y “Crawling King Snake”, uno de los pocos covers que tocaba la banda. “Esa canción era una de nuestras favoritas de John Lee Hooker”, reconoció Ray Manzarek en el documental Mr. Mojo Rising (2012). “Jim era muy fan suyo, al igual que de Muddy Waters y Howlin’ Wolf”. Si la cuota de música clásica del disco recayó en “Hyacinth House”, en la que el tecladista invocó a la “Polonesa”, de Frédéric Chopin, para convertir al tema en un country psicodélico, el pasaje experimental de este sexto álbum estuvo en “The WASP (Texas Radio and the Big Beat)”. Era un poema que Morrison recitaba en los shows de la banda y en el que recreaba el impacto de las estaciones de radio locales del suroeste de los Estados Unidos que de muy pequeño lo habían iniciado en el rock and roll. Por sugerencia de Botnick, el frontman lo rescató para transformarlo en uno de sus identikits: una canción recitada, a la que el trío de músicos le inyectó un jazz sombrío.

Cuando terminaron de hacer “The WASP (Texas Radio and the Big Beat)”, Morrison sorprendió a sus compañeros con la noticia de que había sacado los pasajes de avión para irse a vivir a París con su novia Pamela Courson. Lo había avisado en “The Changeling”, pero recién entonces le creyeron. Quería dedicarse a la poesía. En su mente pululaban imágenes de Rimbaud, Baudelaire, Hemingway, Picasso, y del Barrio Latino en los años '20. Ya había encontrado distribuidor para su cortometraje HWY: An American Pastoral (1970), y el 8 de diciembre, en el medio del proceso de producción de LA. Woman, grabó las poesías de lo que luego fue su disco póstumo: An American Prayer (1978). Los últimos recitales de la banda fueron irregulares. El de Dallas fue un éxito, mientras que el de Nueva Orleans estuvo al borde del desastre. El frontman había perdido su fuerza en el escenario. Estaba vacío. De vuelta en Los Angeles, Manzarek, cuya esposa era de ascendencia nipona, le habló de su deseo de ir de gira por Japón. Pero Jim no quería saber nada de The Doors.

Antes de partir hacia la capital francesa, el cantante llevó adelante una última encarnación. Aferrándose a la tradición, Jim Morrison inventó a Mr. Mojo Risin (anagrama de su nombre) para “L.A. Woman”. Mejor personaje imposible, pues la expresión “mojo” puede tener una connotación supersticiosa o erótica en el blues. Era la licencia que precisaba para sumergirse en la sexualidad sórdida y oscura de Los Angeles. Incluso en el under homosexual, al que hace alusión en el tema a través de City of Night, novela de John Rechy. Si el disco demoró una semana en ser grabado, tardó otra en mezclarse. Tras añadirle las tormentas, Bruce Botnick le pidió una cosa más a Morrison (en la tapa del álbum aparece sentado porque estuvo ebrio durante la sesión de fotos): dos susurros fantasmales, en los que menciona el título de la canción, para el cierre de “Riders on the Storm”. Fue lo último que grabó. El tema fue el segundo single de L.A. Woman y entró en las listas musicales el 3 de julio de 1971: el mismo día en que murió El Rey Lagarto.

En París

La misteriosa muerte de Jim Morrison

El próximo 3 de julio se conmemorará medio siglo de la muerte de Jim Morrison, uno de los socios más ilustres del llamado Club de los 27. Si bien muchos artistas fallecieron a los 27 años, por diferentes motivos, los músicos de rock generaron ese mito y también la membresía. Todo comenzó con Brian Jones, exguitarrista de los Rolling Stones. Luego de los decesos de Janis Joplin y Jimi Hendrix en 1970, el líder de The Doors alardeaba en sus juergas por los bares de Los Angeles con que sería el próximo. Y cumplió con su profecía.

Sin embargo, a diferencia del cantante y guitarrista, quien murió ahogado en su propio vómito, y de la vocalista, de la que se supo que falleció a causa de una sobredosis de heroína, la muerte de Morrison sigue siendo un misterio. Eso alimenta su mito, al punto de que aún se cree que él mismo escenificó su óbito para zafar de la fama. A pesar de que se lo pudo ver por París con un cuaderno de anotaciones, porque en teoría deseaba dedicarse de lleno a la poesía, su entorno francés asegura que desde su llegada allá, el 11 de marzo de 1971, sólo se abocó al desmadre.

Existen varias teorías sobre su defunción: tuvo una sobredosis de heroína en el baño del club Rock & Roll Circus, y lo llevaron a su departamento para dejarlo en la bañera. Volvió a su hogar, se metió en la bañera y sufrió un infarto. O regresó a casa, esnifó heroína y se sumergió en la bañera. Lo cierto es que cuando el mánager de The Doors, Bill Sidons, llegó a París, tres días más tarde, se encontró con un certificado que decía que había muerto de un infarto agudo al miocardio y con el ataúd sellado. La última en verlo fue su novia Pamela Courson, a la que se vinculó sentimentalmente con el que posiblemente le suministró la dosis mortal a Morrison: el fallecido conde Jean Breteuil. El millonario francés, dueño de una reputación despreciable, blanqueó en aquella época su noviazgo con la cantante Marianne Faithfull, que aseguró en una nota de 2014 para la revista británica Mojo que fue él quien mató a Morrison. Mientras el enigma está latiente, los restos del icono del rock descansan en el cementerio parisino de Père Lachaise. Adonde irá a rendirle honores un batallón de fans, si el coronavirus lo permite.